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Dura de bajar

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"Vamos a una inflación de tres dígitos", Salvador Di Stéfano. | cedoc

A poco menos de dos semanas de que el Presidente y su entonces ministro de Economía se ufanaban de la responsabilidad de haber conducido al país a una recuperación asombrosa (más del 10% del PBI) y hasta de ser el verdadero problema por el cual escaseaban gasoil, neumáticos, autopartes y siguen los etc., el Indec mostró otra cara de la realidad. 

El alza del 5,3% no fue sorpresa: es el promedio exacto de los seis primeros meses del año, un escalón más que lo que arrojó 2021 pero uno menos de la tendencia que se reorientó luego de la semana de renuncias y cabildeos para hallar otra receta.

Medido interanualmente, junio ya mostró un ascenso del 64% pero si se repitiera el primer semestre en el segundo, la inflación proyectada sería del 86%. En la última edición de la encuesta REM que realiza el Banco Central entre las consultoras de plaza, el promedio proyectado para este año fue del 76%.

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Sin embargo, las mediciones privadas de la primera semana de julio, entre rumores, vetos y enojos en la dupla presidencial, ya duplicaban los valores de junio. La dinámica apreciada para los días siguientes indica que tanto julio como agosto superarán con creces la tendencia observada hasta junio.

El desafío que viene para la economía argentina

Desde que asumió, la ministra Silvina Batakis y el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, se esforzaron en minimizar el rol del dólar en su vertiente alternativa en la formación de precios. Con razón, argumentaban que por él solo pasa el 15% del mercado exterior y que, por ello, lo único que debería pesar a la hora de establecer precios es el tipo de cambio oficial. Esta teoría, a la cual se aferra el grueso del oficialismo, tuvo un pequeño traspié en estos días: mientras se defendía el valor de $ 130 como de equilibrio, el contado con liquidación terminaba la semana cruzando la barrera de los $ 300, que implica una brecha récord del 200%.

Es cierto que un mercado mucho más chico es presa fácil de especuladores, pero también ellos anticipan tendencias. Aunque nada mejor que etiquetar a un segmento como ilegal o intrínsecamente dañino para sobreactuar la indiferencia, que en nada se compadece con la preocupación oficial por el gran termómetro de la economía argentina. A esa altura del partido, queda claro que la fragmentación del tipo de cambio genera, en primer lugar, que no haya un precio sino muchos (demasiados), una primera forma de establecer criterios discrecionales (y a veces arbitrarios) para fijar su valor. Permitir que las transacciones legales en ese ámbito escalen incorporando el resto del mercado no haría más que dotar de un flujo que eliminaría la ponderación especulativa que tanto temor despierta.

La política económica y el dólar salvavidas

El camino parece ser el mismo que lo ocurrido con la batalla dialéctica librada alrededor de la relación entre emisión monetaria e inflación. La vicepresidenta lo repitió en sus últimos discursos: cree (casi como una convicción personal) que lo que ocurre con la creación de dinero no se vuelca directa y automáticamente en el nivel general de precios. No hubo, y quizás tampoco habrá, una explicación detallada y un hilo racional en este pensamiento dogmático. Que haya múltiples causas es algo que no se discute, por lo obvio, pero el peso de cada una de ellas y la secuencia con la que se presentan merecen un poco más de seriedad a la hora de presentarlas. Para la historia argentina reciente, ningunear el carácter monetario de las raíces de la inflación es desconocer la mala praxis en la materia, sin distinción de partidos y nombres, con la que se abordó la política fiscal y monetaria en el último medio siglo, al menos.

Ya en 1995 los economistas George McCandless y Warren Weber habían concluido, luego de estudiar la performance económica de 106 países durante treinta años, que la correlación era prácticamente igual a uno. McCandless, con los años, se instaló en la Argentina (en el área de Investigaciones Económicas del BCRA), el mejor laboratorio para verificar en el terreno las predicciones de su trabajo. Y si algo faltaba sacar como provecho a esta crisis recurrente de la economía argentina, es que al menos sirve para derribar mitos: bajar la inflación, volver a crecer y reducir la pobreza no es fruto de la alquimia y transitar por la banquina. Como paso inicial, alcanza con descartar las utopías y los dogmas como magia. Al fin y al cabo, la economía, en esencia, implica administrar la escasez.