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ECONOMISTA DE LA SEMANA

El camino al infierno está plagado de buenas intenciones

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BCRA. Su balance sigue siendo el epicentro del desmadre fiscal y monetario. | Télam

Las condiciones para una fase de aceleración nominal están servidas, pero esa fase final de resolución de la crisis necesita un gatillo. Un evento que coordine expectativas de “game over”. Y tanto el resultado de las PASO, como las acciones del ministro-candidato tienen toda la pasta de aspirantes a serlo. La devaluación sin plan del lunes 14, después de meses de no hacer nada, salvo “porotear” las reservas, puso al descubierto, como nunca antes, la extrema endeblez de su política económica. Y ahora, la criatura de Frankenstein deambula en libertad.

El balance del BCRA sigue siendo el epicentro del desmadre fiscal y monetario. Sus pasivos financieros (la base monetaria más los pasivos remunerados, las Leliq) vienen creciendo en los últimos sesenta días, a una tasa anualizada de nada menos que del 193% (cualquier similitud con el ritmo inflacionario no es pura coincidencia) y no hay ninguna cadena o ancla a la vista. Para colmo de males, Sergio Massa parece decidido a dejar en el ropero su traje de ministro para ponerse el de candidato, y anunciar diariamente medidas que desanclan aún más las expectativas. La promesa de contención fiscal, acordada con el FMI y hecha por el ministro apenas anunciada la devaluación, fue rápidamente sepultada con anuncios de ampliaciones presupuestarias y un sinnúmero de políticas de ingresos (el denominado “Plan Platita”). El costo fiscal de éstas últimas se aproxima a ½ punto del PBI; a lo que habría que sumar el impacto de la suspensión de los aumentos de las tarifas energéticas (mayores subsidios) y otras medidas, que impactan sobre la recaudación y/o la emisión de deuda pública (como el dólar soja IV). 

La macro en modo electoral y el FMI también

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Si bien se trata de medidas que le han permitido al ministro ganar espacio en la agenda mediática, su efectividad en términos macro es, cuanto menos, cuestionable dado su efecto negativo sobre la dinámica fiscal y monetaria y su correlato sobre las expectativas de inflación. En ningún caso están en condiciones de compensar la nueva caída del poder adquisitivo de los ingresos de jubilados, monotributistas, trabajadores registrados y receptores de ayuda social, que tendrá lugar como consecuencia de la aceleración inflacionaria de estos tres meses. En este contexto, donde ya no existen “anclas”, y el Gobierno parece ensimismarse en una carrera que le permita incrementar sus chances electorales (cueste lo que cueste), más importante que el incumplimiento de las metas con el FMI (que se firmaron a sabiendas que serían incumplidas) será el juicio, que a diario, haremos millones de argentinos sobre las chances de que pueda evitarse una fase de aceleración nominal y resolución final descontrolada de la crisis, ya sea antes de las elecciones de octubre o entre la primera y la segunda vuelta (de haberla), o entre la elección del nuevo presidente y su asunción el 10 de diciembre o, finalmente, a partir de entonces. 

De aquí al cuarto domingo de octubre tenemos por delante seis semanas de alto riesgo. La incertidumbre que despiertan las declaraciones (y, a veces, las contradicciones) de candidatos y sus economistas; el fogoneo de los desequilibrios fiscales y monetarios con medidas de corte electoralista; y la difusión de dos índices de inflación consecutivos de dos dígitos (lo cual nos vuelve a pasar después de 32 años), son un cóctel, que difícilmente pase desapercibido para la demanda de pesos, la brecha y los precios. Además, la incertidumbre electoral podría alargarse, porque si bien hay algunos analistas y encuestadores que dan como posible un triunfo de Javier Milei en primera vuelta, el escenario más probable sigue siendo que el próximo presidente de los argentinos sea elegido en una segunda vuelta.  

Entre la procrastinación oficial y la indulgencia del FMI

En tal caso, si Massa es uno de los candidatos que llega a esa segunda vuelta, lo más probable es que no haya un nuevo salto cambiario al día siguiente de la primera vuelta, pero sí es probable que repita las medidas para favorecer el consumo (un “Plan Platita II”). Otro round de flojedad fiscal, más la posibilidad de que el oficialismo pueda quedarse en el poder, gatillaría un nuevo recálculo de los riesgos, una brecha más alta y más presión sobre los precios. Ahora bien, si Massa no llega a esa segunda vuelta, la pregunta del millón será si tendrá algún incentivo (y los instrumentos) como para intentar que la nominalidad no se termine de desmadrar. Sin una pretensión presidencial, sólo la idea de no ser sindicado como el gran responsable de un nuevo gran fogonazo cambiario/inflacionario (pensando en cuatro años vista), podría explicar algo de cuidado en el manejo de la transición hasta la entrega del poder. Pero el camino al infierno está plagado de buenas intenciones, y las dinámicas desequilibradas de hoy serán aún más desequilibradas entonces. Y la expectativa de que pronto habrá un nuevo gobierno, puede no ser suficiente ancla para evitar un desmadre mayor.  Además, cabe preguntarse cuál será el incentivo de los dos contendientes finalistas: ¿acaso, no podría suceder que juzguen conveniente que la crisis corrija (por las malas y porque las cosas pasan) algunos desequilibrios antes de hacerse cargo de la Administración?

Por último, en el caso (deseable) de que el próximo gobierno se haga cargo, sin que se haya desatado la fase de aceleración final de la crisis, la única forma de evitarla, pasa por generar rápidamente un shock de credibilidad dando a conocer inmediatamente, el mismo 10 de diciembre, los objetivos, los instrumentos y la secuencia del programa de reforma económica que se llevará adelante. No se puede pretender conocer hoy todos sus detalles, porque algunos dependerán de lo que suceda con las dinámicas macro de aquí hasta entonces, y porque algo de sorpresa es recomendable. Pero para entonces, ya no puede haber dudas ni titubeos sobre los instrumentos de la estabilización y el contenido del programa de reformas. La impaciencia y el riesgo de caer en una nueva frustración de expectativas han aumentado dramáticamente. Y sus potenciales costos también.

* Economista.