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ENTREVISTA

Franco 'Bifo' Berardi: “El economicismo neoliberal es una enfermedad mental”

Filósofo de lo intempestivo, el italiano Franco Berardi es un pensador de la zozobra que ha hecho de la transversalidad disciplinaria una ética y una estética. La reciente publicación en Argentina de su último libro es la excusa para esta entrevista fecunda, exclusiva de PERFIL.

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Franco “Bifo” Berardi. | Pablo Temes

Bien puede caracterizarse, aunque hasta cierto punto, a Franco “Bifo” Berardi (1949) como un filósofo, escritor y crítico cultural de izquierda. Durante la década de los 70, más precisamente hasta 1977, fue miembro activo de la autonomía obrera italiana, un movimiento marxista libertario del cual también participó, entre otros, Antonio Negri. En esos años de militancia, Berardi fundó revistas, creó radios alternativas y señales de TV comunitarias, hasta que lo arrestaron. Luego de la represión contra el movimiento autonomista, que llevó a la cárcel a varios de los militantes (entre ellos Negri, acusado de participar del asesinato del diputado democristiano Aldo Moro), se radicó en París, donde se relacionó con Félix Guattari y Michel Foucault. Durante los 80 vivió en Nueva York y San Francisco. En los 90 regresó a Italia y en 2002 creó TV Orfeo, la primera televisión comunitaria italiana.

Graduado en estética, actualmente profesor de Historia Social de los Medios de Comunicación en la Academia de Bellas Artes de Brera (Milán), Berardi ha acompañado su extensa producción teórica con una colaboración permanente en medios de comunicación alternativos, al menos desde que fundó la revista del autonomismo A/Traverso. Desde entonces ha elaborado un intenso pensamiento crítico y estudiado las transformaciones sociales y subjetivas ocasionadas por el despliegue del capitalismo, en particular sobre los efectos de los medios de comunicación de masas en el imaginario social. Buena parte de sus libros han sido traducidos al castellano, como La fábrica de la infelicidad (Traficantes de Sueños, 2003), Generación post alfa (Tinta Limón, 2007), El sabio, el mercader y el guerrero (Acuarela, 2007), Félix (Cactus, 2013) o Fenomenología del fin (Caja Negra, 2017). A su modo, en realidad, Berardi no ha dejado de ser un militante-filósofo (o un filósofo-militante) desde la revuelta de los años 70.

­­­­­—Medio siglo contra el trabajo, su último libro publicado por Tinta Limón, es una compilación de textos que abarcan desde 1970 a 2022. Lo menos que puede decirse es que reflejan de cierto modo, en ese poco más de medio siglo transcurrido, las mutaciones y giros de la modernidad tardía y de su propio pens­amiento. ¿Cómo definiría, en perspectiva, ese “cierto modo” en términos filosófico-políticos?

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—No es una pregunta fácil de responder, porque me pone en la condición de buscar una fórmula, una palabra, una locución cualquiera, que pueda definir una constante (o algunas constantes) en mi propio recorrido. Puedo intentar de barajar algunas llaves conceptuales que me han servido como guía, por ejemplo, la palabra “transversalidad”, es decir, un método para la creación de mapas de la subjetividad, que se desliza continuamente desde la política al inconsciente, a la estética. En segundo lugar, la palabra “ironía”, que siempre me ha parecido como un antídoto contra el dogmatismo y también como una línea de escape existencial y política. Contrariamente a lo que afirma Shakespeare, en un momento de mi vida se me ocurrió pensar que la madurez es una manifestación de infantilismo conformista. Pasar desde la adolescencia a la extrema vejez me pareció, hasta cierto punto, un método más interesante que la maduración, es decir, el conformarse a la regla dominante, al realismo que nos impide imaginar.

—Las ideas de Félix Guattari han influido en su concepción del sujeto, mejor dicho respecto de la producción de subjetividad, que no es lo mismo. Sin embargo, Guattari no conoció el formidable despliegue actual de las tecnologías digitales. 

—No lo conoció pero lo imaginó, según el método: “cartographier des contrades à venir” [mapeando los contrastes por venir]. El concepto de rizoma, que es central en el pensamiento de Guattari no menos que en Deleuze, es una descripción anticipada de la red telemática. Creo que deberíamos leer a Guattari como un creador de conceptos que sirven para anticipar el mundo futuro. Los conceptos que elaboró eran más cartografías del proceso que proyectos de liberación. 

—Byung-Chul Han se refiere al neoliberalismo como una psicopolítica. ¿Solo el neoliberalismo es una psicopolítica? 

—Tengo mucho respeto por el trabajo de Byung-Chul Han aunque pienso que la tesis de su libro sobre psicopolítica es discutible. Claro que el neoliberalismo implica una psicopolítica, pero todo sistema socioeconómico, toda organización política, implica una dimensión psicopolítica. La novedad de la actuación psicopolítica del neoliberalismo es importante, y Han lo analiza muy bien en su libro sobre psicopolítica: efectos de aceleración, de sobrecarga, de ansiedad, de competencia agresiva. 

—Hace poco, Élisabeth Roudinesco publicó un artículo sobre la crisis del psicoanálisis en Francia. ¿Ha llegado la hora del esquizoanálisis?

—Sandor Ferenczi dijo en 1919 que el psicoanálisis tiene las herramientas conceptuales y terapéuticas para actuar en condiciones de neurosis individual, y que no tiene las herramientas conceptuales y terapéuticas para actuar en condiciones de psicosis de masa. Aquí se encuentra el límite fundamental del pensamiento freudiano. El esquizoanálisis ha sido un intento de avanzar en dirección del entendimiento de la psicosis contemporánea, y ha intentado abrir la puerta a una terapia que no sea solo restitución del individuo a la norma social, a la racionalidad. Hoy muchos se dan cuenta de este límite. Eso no significa que tenemos que olvidar el psicoanálisis. Significa que tenemos que crear formas de elaboración conceptual y terapéutica de la psicosis colectiva que se manifiesta en la guerra, en el racismo, en la violencia identitaria.

­—¿Y qué decir del marxismo? Sobre todo del economicismo marxista. 

—Lo que yo puedo decir es sencillo: sin Marx no puedo entender casi nada del capitalismo contemporáneo. Claro que el capitalismo ha mutado enormemente. De cualquier manera, Marx no se ocupa del capitalismo de su tiempo, se ocupa del capitalismo como proceso de abstracción sin límites. El proceso de abstracción, la transformación del útil en valor, la sumisión de la actividad útil a la acumulación de abstracto, todo eso sigue siendo el núcleo de la historia que estamos viviendo. Marx no se ocupó de estrategias políticas, ni escribió recetas para los restaurantes del porvenir. Marx ha descripto el proceso que sigue desarrollándose, pero no ha salido del paradigma del crecimiento. Ese fue su límite. ¿Podemos repetir a Marx en la época de la posibilidad de extinción de la civilización humana? ¿En la época del cambio climático, de la catástrofe psíquica que se produce en el horizonte de la extinción? Claro que no. Marx es indispensable para entender cómo y por qué hemos llegados a este punto. El marxismo no sirve para escapar a las consecuencias del colapso psíquico y ambiental producido por el crecimiento sin límites. Cuidado: sin Marx todo el discurso se transforma en una lamentación moralista. Marx no se puede olvidar.

—En uno de los artículos de “Medio siglo contra el trabajo”, en realidad en varios, aparece la idea de una colapso psíquico de la economía. ¿Esto significa, entre otras cosas, que el “homo economicus” desfallece bajo las determinaciones liberales, neoliberales u ordoliberales?

El homo economicus es una invención desgraciada del pensamiento burgués. Claro que los hombres calculan, claro que hay un instinto de propiedad, claro que el mercado es un lugar donde circulan cosas útiles, claro que existe la economía. Solo que no existe solo la economía, existe también el deseo, el cuerpo deseante. La economía pensó que el tiempo se puede calcular, identificar matemáticamente, acumular, intercambiar. De acuerdo. Eso puede pasar, hay una dimensión económica del tiempo. Pero el tiempo no es solo matemática, es también vida. El tiempo vivido de que habla Eugene Minkowski no se puede reducir a cálculo. La economía es una dimensión importante de la cultura humana y de la actuación civilizadora. Muy bien. Sin embargo, no puede devenir la esfera dominante, no puede reducir el mundo de la vida a su paradigma. No debería, pero desafortunadamente lo ha hecho. Los economistas, esos técnicos de la reducción matemática del tiempo, pretendieron reducir todo el tiempo humano a la matemática. Así empezó la dictadura epistémica que el neoliberalismo ha impuesto a través de la fuerza del Estado, de la violencia militar. El economicismo neoliberal es una enfermedad mental que impide ver cómo el planeta es reducido a los intereses del crecimiento sin límites, a los intereses de una clase social obsesionada por el dinero. 

—Ahora, en cuanto a lo que usted denomina “infoesfera”, ¿cuál es la diferencia con el ciberespacio? ¿La primera contiene al segundo o a la inversa? 

—Se trata de una distinción bastante sutil, si quiere. La infoesfera es la esfera donde circulan los signos que estimulan el cerebro, el ciberespacio es la manera en que el cerebro colectivo recibe y elabora los signos-estímulos. El concepto de ciberespacio, que fue propuesto primero por William Gibson en su novela Neuromance, se refiere a una dinámica de continua interacción entre ambiente y mente colectiva, una dinámica de mutación de la subjetividad, mientras la infoesfera solo se refiere a la dimensión “exterior”, al ambiente circundante. También puedo utilizar una tercera palabra, “psicoesfera”, para decir cómo el devenir de la infoesfera puede producir efectos de mutación psíquica, de agotamiento, de sufrimiento, y también de cura. 

—McLuhan decía, hace ya mucho, que con las tecnologías de la electricidad se extendía el cerebro. En su análisis de las patologías psíquicas del “ser digital”, por decir así, parece que usted adhiere a esa teoría pero en forma negativa. 

—El pensamiento de McLuhan constituye el trasfondo imprescindible de toda reflexión contemporánea sobre el devenir de los medios, y también en una cierta medida sobre el devenir de la psico-esfera. En su obra más importante, Understanding media, de 1964, McLuhan reconoce que el cambio de la técnica de comunicación produce un efecto de mutación en las formas de elaboración mental. La electricidad, y también la electrónica, han producido una extensión de la operatividad del cerebro, no solo una extensión. También una mutación. McLuhan escribe que cuando se pasa del formato alfabético (secuencial) de la comunicación al formato electrónico (instantáneo) la modalidad del pensamiento pasa de la forma crítica (propia de la modernidad) a una forma neomítica (propia de la posmodernidad). Eso significa que no se trata solo de una extensión sino de una mutación. Que sea buena o mala es otra cuestión. No creo que la mutación contemporánea sea unívocamente definible como mala. Se trata de una mutación ambivalente que puede evolucionar de una manera y también de otra. 

—A su juicio, y disculpe la sinceridad, ¿ la mente social o colectiva de la “aldea global”, volviendo a la utopía de McLuhan, está más bien loca?

—Antes que nada, si me permite, ¿qué es hoy la aldea global? ¿Secundariamente, que significa “loca”? La definición de McLuhan en los años 60 fue una intuición muy sagaz que se refería esencialmente a la dimensión infoesférica. La aldea global era, para McLuhan, el efecto de compartir informaciones, imágenes, de participar en un continuum semiótico. Esta intuición se realiza hoy a través de la red global. Pero cuando hablamos de mente colectiva estamos hablando de los efectos que la comunicación global instantánea puede producir (y produce) en la actividad cognitiva, en el pensamiento, en la emocionalidad de miles de millones de seres humanos. Desde este punto de vista, los efectos no son lineales. Todo lo contrario, la unificación producida por la desterritorialización de la infoesfera ha producido efectos de pánico, de desorientación, que a la vez han desencadenado movimientos de reterritorialización reaccionaria. El problema de la identidad (la obsesión identitaria, el deseo de comunidad en toda su ambigüedad) se presenta aquí como uno de los factores de la ola regresiva y reaccionaria que estamos enfrentando en todos los lugares del mundo. 

—En un escrito de 2004 usted dice que la historia del siglo XX es la historia del conflicto y de la alianza de tres figuras: el sabio, el guerrero y el mercader. ¿No se ha olvidado del artista? ¿O el arte ha muerto? 

—En ese texto me ocupo de manera metafórica de las diferentes figuras del capitalismo moderno, entendido desde el punto de vista de la captura del conocimiento. El productor de conocimiento (el sabio) se encuentra en una pinza entre la explotación económica (el mercader) y la sumisión militar (el guerrero). El artista (yo prefiero decir el poeta, le aclaro) se ubica en otra dimensión, no pertenece al ciclo de producción-explotación-sometimiento. Pertenece a un otro campo, el campo de la cura, de la terapia. Cuando la subsunción capitalista del lenguaje y del conocimiento ha sofocado la vida mental, el poeta (el artista si prefieres decir así) es la figura que permite una reactivación de la respiración. La distinción entre “artista” y “poeta” puede parecer quisquillosa pero puedo explicarme. La palabra “arte”, en su historia moderna, se ha identificado muchas veces con el mercado. La poesía no. 

—Hay quienes creen que usted es un pensador pesimista, no sé muy bien por qué. ¿Se le ocurre alguna idea que explique ese efecto?

—En mi caso, nunca he entendido muy bien qué significan las palabras “pesimista” y “optimista”. Puedo entender la distinción entre feliz e infeliz, entre alegre y deprimido. Ahora, ¿la palabra “pesimista” qué significa? ¿Alguien que profetiza desgracias? Casandra profetizaba desgracias y tenía razón de profetizarlas, porque siempre sus profecías se realizaron. Los troyanos no la escuchaban y decían: esa señorita es demasiado pesimista, no la escuchamos. Como sabemos, el caballo entró en la ciudad de Troya y la profecía tan mala se realizó. ¿Y por qué nadie escuchaba las profecías de Casandra? Porque Casandra era triste, lloraba y gritaba, y todos pensaban que era deprimida. Nadie escucha al deprimido, lo consideran un tipo un poco loco, alguien que tiene que ir al psiquiatra. A mí me interesa mucho la figura del profeta, alguien que dice lo que está inscripto en el presente como tendencia. Sin embargo, no me gusta la figura del profeta triste. El profeta tiene que ser irónico, y posiblemente tiene que ser un tipo alegre. Pesimista, optimista, no importa. Lo que importa es que no debemos deprimir a los lectores, tenemos que decir a los lectores: puede ser que el mundo se esté derrumbando, pero yo quiero vivir feliz, quiero que mis amigos vivan felices, quiero que todo el mundo viva feliz, a pesar del derrumbamiento.

 

El nazismo está en todas partes 

Por Franco Berardi*

Pasado el umbral de la pandemia, el nuevo panorama es la guerra que enfrenta al nazismo contra el nazismo. Günther Anders había presagiado en sus escritos de la década de 1960 (Die Antiquiertheit des Menschen) que la carga nihilista del nazismo no se había agotado con la derrota de Hitler, y que volvería al escenario mundial como resultado del poder técnico, que provoca un sentimiento de humillación de la voluntad humana, reducida a la impotencia. 

Ahora vemos que el nazismo resurge como la forma psicopolítica del cuerpo demente de la raza blanca que reacciona airadamente a su implacable declive. El caos viral ha creado las condiciones para la formación de una infraestructura biopolítica global, pero aterroriza la percepción de la ingobernabilidad por proliferación caótica de la materia, que pierde orden, se desintegra y muere.

La mente occidental ha removido la muerte porque no es compatible con la obsesión del futuro. Remueve la senescencia porque no es compatible con la expansión. Ahora el envejecimiento (demográfico, cultural e incluso económico) de las culturas dominantes del norte del mundo se presenta como un espectro en el que la cultura blanca ni siquiera puede pensar, y mucho menos aceptar. Así que aquí está el cerebro blanco (tanto el de Biden como el de Putin) entrando en una furiosa crisis de demencia senil. El más salvaje de todos, Donald Trump, cuenta una verdad que nadie quiere escuchar: Putin es nuestro mejor amigo. Ciertamente, es un asesino racista, pero nosotros no lo somos menos. Biden representa la ira impotente que sienten los ancianos cuando se dan cuenta del declive de las fuerzas físicas, la energía psíquica y la eficiencia mental. Ahora que el agotamiento está en una etapa avanzada, la extinción es la única perspectiva tranquilizadora.

¿Podrá la humanidad salvarse de la violencia exterminadora del cerebro demente de la civilización occidental, rusa, europea y estadounidense, en agonía? Sea como sea que evolucione la invasión de Ucrania, que pase a ser ocupación estable del territorio (improbable) o que acabe con una retirada de las tropas rusas tras haber llevado a cabo la destrucción del aparato militar que los euroamericanos han proporcionado en Kiev (probable), el conflicto no puede resolverse con la derrota de uno u otro de los dos antiguos patriarcas. Ni uno ni otro pueden aceptar retirarse antes de haber ganado. Por tanto, esta invasión parece abrir una fase de guerra tendencialmente mundial (y potencialmente nuclear).

La pregunta que actualmente aparece sin respuesta se relaciona con el mundo no occidental, que durante algunos siglos ha sufrido la arrogancia, la violencia y la explotación de europeos, rusos y estadounidenses. En la guerra suicida que Occidente ha librado contra el otro Occidente, las primeras víctimas son los que han sufrido el delirio de los dos Occidentes, los que no quieren ninguna guerra, sino que deben sufrir los efectos.

La guerra final contra la humanidad ha comenzado. Lo único que podemos hacer es ignorarla, abandonarla, transformar colectivamente el miedo en pensamiento y resignarnos a lo inevitable, porque solo así puede suceder lo impredecible en los contratiempos: la paz, el placer, la vida.

 

*Extraído de Medio siglo contra el trabajo, Tinta Limón Ediciones, 2023.