La raíz de una fake news es la de la verosimilitud de una información que no es cierta. Si fuera algo poco creíble, no llamaría la atención. Del mismo modo, si anticipara un movimiento verdadero, no sería cuestionado. Pero el rumor que el Banco Central, al obligar a los bancos a deshacer sus posiciones en dólares, iniciaba el camino sin retorno a un nuevo corralito, corrió como reguero de pólvora.
Probablemente, el sólo recuerdo de los días aciagos de noviembre de 2001, cuando se contaba el drenaje de reservas internacionales del otrora poderoso BCRA, que había sobrevivido a las crisis del Tequila, de la crisis del Sudeste Asiático y hasta de la devaluación brasileña, vio como durante ese fatídico año se desplomaron a menos de la mitad. El problema para el sistema de la convertibilidad era que los depósitos están denominados en una moneda que no se podía emitir para que el Central oficiase de última red de contención. La restricción al retiro de efectivo (US$ 250 semanales por cuenta) sólo fue el golpe de gracia a la confianza que el público había depositado en el sistema que había derrotado a la inflación una década atrás.
Veinte años más tarde, el sistema monetario es esencialmente diferente al que terminaría sucumbiendo en la semana de los cinco presidentes, coronada con el festejo del default y la instalación del “corralón” y la pesificación asimétrica, que produjo enormes transferencias de ingresos entre sectores de la sociedad. Hoy quedó como resabio cuentas bancarias en dólares como reservas de valor y una sensibilidad especial a cualquier manotazo que la autoridad, siempre en aras de la emergencia, pudiera tomar.
El volantazo que el equipo económico se vio obligado a efectuar (acelerar la conversación con el Fondo Monetario Internacional, blanquear la adecuación tarifaria y el cambio de ritmo en la devaluación del dólar oficial) sólo es comprendido por dos factores: la inminencia de los plazos de vencimiento de servicios de la deuda en febrero y el agotamiento de los pases de magia para aplacar la suba de los dólares alternativos mientras se despereza el “oficial”. Durante noviembre, el BCRA continuó vendiendo reservas por casi US$ 900 millones y culminó el mes con la poco prudente disposición de cortar el financiamiento de los viajes al exterior, una forma burda de desnudar su incapacidad de administrar un bien cada vez más escaso: el dólar atesorado.
La restricción a sacar más de $250 por semana solo fue uno de los golpes de gracia
Esta negociación contrarreloj no es el marco adecuado para la contraparte argentina, pero es la que tocó por haber llevado el tema hasta el último confín posible. También descubre una debilidad intrínseca de la coalición gobernante: la fragilidad de ciertos acuerdos sobre un horizonte económico de mediano plazo que inhibió al Gobierno de haber tenido un programa consistente. Ahora podría tenerlo, pero lo haría bajo las exigencias de los monitores del FMI y la auditoría política del mayoritaria, con resultado incierto.
La ruptura del modelo “neoliberal”, casi festejado en enero del 2002 por el Congreso, tampoco produjo los resultados esperados, luego de la recuperación de la economía un lustro más tarde. Desde 2011 el crecimiento del PBI es nulo y el ingreso por habitante cayó un 15%, con desigual impacto entre la población: más pobreza, más inflación y desconfianza sobre la marcha de la economía que acentuó el cortoplacismo. Quizás esa lección es la que hace que no haya cantos de sirena acerca de las bondades de romper con el orden financiero internacional: siempre se puede estar un poco peor. Pero también la población aprendió a que mientras se debaten grandes orientaciones nacionales, hay que salir a bancar la parada y sobrevivir. La resiliencia y el escepticismo se transformaron, en todo este tiempo, en rasgos característicos de la cultura económica argentina. Las cifras indican que, pese a todo, queda confianza en la racionalidad que les blindaría sus depósitos bancarios dolarizados.
Así como Lenin explicaba que, al desertar en masa en el frente ruso durante la Gran Guerra, los soldados zaristas “votaban con los pies”, los ahorristas siempre tienen en la manga un recurso fulminante: retirar o dejar sus ahorros en los bancos. Si un rumor se transforma en el anticipo de la pesadilla de alguna medida restrictiva, no esperarán demasiado antes de vaciar las pocas reservas que quedan en el Central y así hacer tambalear al sistema. La confianza no se exige ni se proclama, se cultiva con gestos, no con palabras, auscultada por los sensores entrenados de miles de argentinos.