En los últimos días, el lenguaje volvió a ocupar un lugar en la vida cotidiana de los argentinos. Se destacan, entre otras variantes, los dichos de la vicepresidenta desparramando adjetivos descalificadores a diestra y siniestra; la boutade del Presidente al confundir en un discurso el nombre de una revista con el título de una película semiporno, o con el apodo de un informante en el caso Watergate; los resultados lamentables de las pruebas tomadas a alumnos de sexto grado del nivel primario (el 44 por ciento mostró la imposibilidad de comprender textos adaptados a su edad); el discurso por el Día de la Bandera pronunciado por una funcionaria aplicando el lenguaje inclusivo (que generó reacciones negativas en la audiencia de padres y familiares de los niños); y para no abundar más, los desbordes verbales de ciertos conductores y conductoras de programas radiales y televisivos, que poco o nada tienen de periodístico y mucho de show.
En este oficio, tener una buena relación con el idioma y sus reglas, con la buena aplicación de las palabras para definir hechos e ideas, es un valor que jerarquiza la transmisión de informaciones. La búsqueda de la noticia es una parte del todo y el rigor en la administración de los datos –buscando la mayor cercanía con la verdad– pieza central de toda propuesta periodística. Si esa información bien tratada recibe del autor un buen manejo de la palabra, tanto los lectores como los que escuchan se verán gratificados. Lastima las neuronas del lector, del oyente radial, del consumidor de televisión y de portales de noticias en internet cada violación a los principios básicos de la buena comunicación. Llamar a las cosas por su nombre, hacerlo simplemente para que todos entiendan de qué se trata, es misión central de quien ejerce esta profesión.
“Las palabras tienen a veces significados profundos de los que no somos conscientes, y que sin embargo conforman nuestra manera de pensar. Algunos centros de poder conocen muy bien estos valores de las palabras, y manipulan el lenguaje porque así consiguen manipular el pensamiento de quienes no reflexionan sobre su propio idioma”. Esta cita que ya reproduje en un texto de 2017 pertenece a la columna “Contra la palabra tregua”, que escribiera el periodista español Alex Grijelmo.
En mayo de 2016, Carlos Miguelez citaba a Javier Marías en un artículo para el sitio Periodistas-es.com. Marías había cargado contra la imposición de “vocablos artificiales, nada económicos, a menudo feos y siempre hipócritas, que tan sólo constituyen aberrantes eufemismos, como si no sufriéramos ya bastantes en boca de los políticos”. Y agregaba: “Cualquier cosa que se invente acabará por resultarle denigrante a alguien. Y, lo siento mucho, pero en español quien no ve nada es un ciego (no un no vidente) y quien no oye nada es un sordo. Lo triste o malo no son los vocablos, sino el hecho de que alguien carezca de visión o de oído”. Lo que parece una reducción excesiva se hace dramático cuando los eufemismos sirven para relativizar situaciones de magnitud tal como los femicidios, el crimen organizado o la corriente que invita a facilitar que se pueda acceder libremente a la compra de armas o al tráfico de órganos.
“Cuanto mejor maneje el lenguaje un periodista mejor se entenderá su mensaje. Los medios de comunicación han sido un referente tradicional para la evolución de la lengua. Los ciudadanos aprenden o se familiarizan con ella a través de los medios. Un mal uso del lenguaje por su parte puede calar fácilmente en la sociedad”. (Javier Lascuráin, periodista español).