“Tal vez el infortunio de las facultades de comunicación social (N. de R.: y escuelas de periodismo) es que enseñan muchas cosas útiles para el oficio, pero muy poco del oficio mismo. Claro que deben persistir en sus programas humanísticos, aunque menos ambiciosos y perentorios, para contribuir a la base cultural que los alumnos no llevan del bachillerato. Pero toda la formación debe estar sustentada en tres pilares maestros: la prioridad de las aptitudes y las vocaciones, la certidumbre de que la investigación no es una especialidad del oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición, y la conciencia de que la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón”.
La cita es de “El mejor oficio del mundo”, título del mensaje que Gabriel García Márquez dejó en la 52da asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), celebrada en Los Ángeles el 7 de octubre de 1996. El Nobel se explayó largamente sobre el periodismo, y no estaría de más que preste atención a sus palabras buena parte de quienes ejercen hoy esta profesión en la Argentina. No entraré en casos particulares, aunque son cada vez más, y más impunes, quienes se dedican a hacer de este métier un coto de caza sometido a intereses que nada tienen que ver con el oficio.
(Basta con hacer un zapping veloz por programas de radio y de televisión –abierta o por cable–, ciertos portales de noticias y algunos medios gráficos jugados decididamente en la defensa de posturas políticas e ideológicas, omitiendo lo que García Márquez propone como ejercicio de la ética profesional).
En aquella conferencia, el escritor –que siempre se definió más como periodista que como tal– señaló: “Algunos se precian de que pueden leer al revés un documento secreto sobre el escritorio de un ministro, de grabar diálogos casuales sin prevenir al interlocutor, o de usar como noticia una conversación convenida de antemano como confidencial. Lo más grave es que estos tres atentados éticos obedecen a una noción intrépida del oficio, asumida a conciencia y fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo. No los conmueve el fundamento de que la mejor noticia no es siempre la que se da primero, sino muchas veces la que se da mejor”.
Hoy, en estas tierras, la cuestión no es obtener una primicia a cualquier precio (aunque también es objeto de deseo de no pocos periodistas locales), sino aprovechar los puntos de rating que parecen acompañarlos (o clics en redes sociales, o ejemplares vendidos). Y esto es nocivo para los lectores, oyentes, consumidores de TV o de redes. Incluyendo, claro, a los seguidores de PERFIL, que suelen ver con no poco asombro el pésimo uso que se hace de este oficio maravilloso.
García Márquez planteaba un escenario ominoso: “En el caso específico del periodismo, parece ser que el oficio no logró evolucionar a la misma velocidad que sus instrumentos, y los periodistas se extraviaron en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia el futuro. Es decir, las empresas se han empeñado a fondo en la competencia feroz de la modernización material y han dejado para después la formación de su infantería y los mecanismos de participación que fortalecían el espíritu profesional en el pasado. Las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores. La deshumanización es galopante”.
¿Han mejorado las cosas desde el 96 hasta hoy? No: por el contrario, muchas empresas dedicadas a la comunicación han profundizado ese desequilibrio, privilegiando los instrumentos materiales por sobre los sensibles, los éticos, los que hacen a este oficio.
Propongo a los lectores de PERFIL huir de los comunicadores (periodistas, animadores, panelistas, conductores, influencers, columnistas) que pretenden entregarles todo digerido. Es una práctica nociva.