“Tengo cuatro sapos adentro de la casa”, dice Lucas. “¿En el jardín?”, le preguntamos. “No, adentro de mi casa”. También dice que le da lástima sacarlos pero que lo va a tener que hacer con mucho cuidado porque, nos explica, dicen que los sapos te mean directo a la cara y podés quedar ciego. Nos reímos. Yo le digo que se decía que si uno hacía pis en una pileta popular había un líquido en el agua que cambiaba de color y te mandaba en cana. Se ríen. Fer y Lucas dicen que escucharon algo de eso. También les digo que cuando empecé a ir a los bailes durante el fin de la primaria, se decía que si uno le metía una aspirina a una Coca Cola y se la daba a una chica, el trago era afrodisíaco. Se ríen. Estamos en el rectángulo del patio de la librería Ref, de Fernando: Fer, Lucas y yo. Ref es de la Refsistencia: no vende bestsellers. Vende libros que son difíciles de conseguir y de vender. Odia el éxito fácil. Tiene señaladores, bolsas y demás merchandising con la cara de escritores famosos. Le dije que eso lo tiene que cambiar. En esta librería nunca ninguno de sus habitués va a escribir el Ulises. “Tenés que hacer los señaladores y las bolsas con las caras de las personas que vienen siempre a tomar un trago o comer un asado en la terraza y, a veces, comprar un libro. En vez de la cara de William Burroughs –como está ahora–, ponés la cara de, por ejemplo, el Barquero. Un amigo que es denominado así porque le gusta navegar. O el Cirujano, denominado así porque es cirujano y llega vestido con el delantal posoperatorio a buscar libros y tomar un trago. O el Maquinista, que es maquinista del tren de Once y suele entrar a Ref para preguntar por libros anarquistas. O la Mujer que Trepa, que suele venir a buscar libros sobre escaladas. “Encargás los dibujos y abajo les ponés los nombres”, eso es más auténtico y menos tautológico que los rostros de escritores famosos. Qué libro te llevarías a una isla desierta es una pregunta recurrente. Respuesta: a una isla desierta hay que llevarse un revólver y pegarse un tiro, porque los libros son para estar entre la gente. Pegado a Ref está el taller mecánico de Jorge. A veces dejan ahí paquetes de libros para la librería cuando esta está cerrada. Jorge también tendría que estar en la bolsa y los señaladores de Ref. Es un hombre alto, con pinta de cowboy, pero vestido con overall. Te arregla el auto y, si el arreglo no amerita mucho, no te cobra. Una tarde recorrí su taller con él mientras me iba mostrando diferentes motores de autos. “Fijate este”, me decía. Y me daba una explicación sobre ese intestino metálico. ¿Intestino o cerebro? Alberto Girri solía decir que así como los poetas románticos encontraban poesía en una rosa, él la hallaba en el motor de un auto. Le cuento esto a Jorge, me dice: “Exacto”.