COLUMNISTAS
poderes

El monotema

Logo Perfil
. | Cedoc Perfil

Hablar de plata todo el día, pensar todo el día en la plata: puede ser muy fatigoso, puede ser incluso agobiante. Hay gente a la que hacerlo le encanta, y es un gusto como cualquier otro. En sus crónicas de infinita agudeza, Sara Gallardo mencionaba qué es lo que hacía reconocibles a los argentinos de viaje en Europa: pasaban hablando a los gritos, y hablando siempre de plata (no por eso era una cualidad nacional, sino de una franja social bien definida). Podemos pensar también en Aarón Loewenthal, ese dueño de fábrica al que dispara a quemarropa “la obrera Zunz”, de quien Borges especifica que “el dinero era su verdadera pasión” (sé de quienes, como él, han llegado hasta a casarse por dinero, o sostienen laboriosamente un matrimonio más que nada por esa razón).

Ahí no debe haber agobio, ahí no debe haber fatiga. Pero hay gente que no vive la vida así. Obviamente no se trata de fraguar engañosas fantasías inmateriales; es sabido que, en el mundo social existente, no hay ninguna relación que no esté mediada por el dinero y que hasta el tiempo existencial se reparte entre las horas de ganarlo y las horas de gastarlo, y nada más (desde la filosofía de la praxis se han formulado sustanciosos análisis al respecto).

Está más que claro, por lo tanto, que “todo es cuestión de plata” (lo cantaba León Gieco hace tiempo, a poco de darse cuenta). Pero no es lo mismo saberse sujeto al condicionamiento económico, incluso en un grado de “determinación en última instancia”, que verse continuamente subsumido, a lo largo de los meses, y en cada una de sus horas, en la constante tematización del dinero, a pensar sin descanso en él.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Para no vernos reducidos a la plata, hace falta plata: así funciona el condicionamiento económico, y ese es el mundo en el que vivimos. Pero incluso bajo tal condicionamiento estricto, contábamos con esa libertad: la de poder hablar de otras cosas, la de poder tener también otra clase de cosas en mente. Por razones diferentes, según la situación social de cada cual, vamos todos perdiendo penosamente esa forma primordial de libertad. Esta vida achatada y ramplona, esta vida de angustia y cálculo, es política de Estado y se aplasta bajo su poder singular.