Los políticos, compitiendo a todo o nada, persiguen una esquiva e inefable felicidad. Ese “estado de grata satisfacción espiritual y física”, según el diccionario, lo asimilan a ocupar la Presidencia de la Nación, nada menos. Y por ese afán pasional son capaces de los más grandes sacrificios, de flexibilizar los medios para alcanzar el fin, de traicionar si es necesario, de jugar sus carreras y su prestigio y también, porqué no, de alcanzar grandes logros para sus sociedades. Ya lo decía Freud: “Habitualmente han naufragado haciendo estragos, pero no siempre. Personas así ejercieron una influencia de gran alcance sobre su propio tiempo y los posteriores”.
La experiencia muestra que existen factores insoslayables para determinar quién puede ganar esa disputa empecinada por el poder y la gloria. Entre ellos, nos parecen determinantes la capacidad de seducción, la habilidad y el liderazgo, la estrategia de campaña, la construcción de la oferta electoral y el concepto de gobernabilidad futuro. Estos factores suelen estar atravesados por tres constantes: los sondeos de opinión que, aunque cada vez menos confiables, rigen las decisiones de los competidores; el mapa de los odios y los rencores, componente psicológico que explica muchas conductas incomprensibles; y el financiamiento, que es indispensable, pero no decisivo.
Anomia e implosión de Juntos por el Cambio
Capacidad de seducción. Un ensayo reciente de Gilles Lipovetsky sobre la seducción, toma su título de una afirmación de Racine: “La regla principal es gustar y emocionar: todas las demás solo están hechas para alcanzar esta primera”. El deseo de ejercer atracción es un rasgo universal: lo han exhibido todas las culturas desde el principio de los tiempos. La política retoma ese componente carismático de los vínculos humanos. Las campañas electorales intentan una y otra vez poner en valor tal cualidad, con la convicción cierta de que el candidato o la candidata que la posea seguramente ganará. Hay que lograr que los devaluados políticos se conviertan en profetas o héroes, una labor cada vez más compleja que, sin embargo, el marketing nunca abandona. Convertir en ternura la locura, en generosidad la ambición, en amor el egoísmo, es la tarea de consultores no menos empecinados que quienes los contratan.
Habilidad y liderazgo. Este factor no incumbe solo a las campañas, aunque es crucial para ganar elecciones. La cualidad de ser hábil se desarrolla a lo largo del tiempo. Es una destreza comparable con la de cualquier otra actividad. Aunque puede aprenderse, está antes en los genes que en los manuales. Compensa otras debilidades, como la poca contracción al trabajo o la escasez de inteligencia. En política, es la capacidad de tejer alianzas, pero también de romperlas; de prometer y de retractarse; de crear ilusiones y de sostenerlas a lo largo del tiempo. De tener coraje y discernimiento para saber cuándo emplear la ética de la responsabilidad, que se hace cargo de las consecuencias, y cuándo la de la convicción, que las deja de lado. En otras palabras: cuándo patear el tablero y que sea lo que Dios quiera, y cuándo pensárselo dos veces. Habilidad es astucia, cintura, timing. Pero también son valores, cuando se los administra con flexibilidad y realismo.
Ambiciones y falacias libertarias
Estrategia de campaña. Esta dimensión consiste, ante todo, en comprender una distinción sencilla: existen tres tipos de votantes. El primero son los electores propios, que acompañarán al candidato en cualquier circunstancia, más allá de sus aciertos o errores; el segundo grupo es el electorado potencial, que debe ser conquistado; el tercero es el votante fuera de alcance, que por razones ideológicas o de piel jamás votará al postulante. La estrategia correcta es fidelizar a los propios, descartar a los reactivos y concentrarse en los potenciales, que son en su mayoría desinteresados e independientes, susceptibles a la seducción antes que a la razón. Todo candidato que ruja e insulte exaltará a los propios y espantará a los potenciales. Todo candidato (o candidata) que sobreactúe el ajuste económico y la mano dura, conformará a sus huestes, pero alejará a las clases medias atemorizadas. Y, por último, todo postulante que fuera a evangelizar a los infieles, perderá tiempo y energía, indispensables para el éxito final.
Construcción de la oferta electoral. Esta dimensión es complementaria de la seducción, aunque tenga menos fama que ella. Constituye la cara tradicional e insustituible de las compañas. Consiste en erigir, con cualidades de orfebre y mucha experiencia, una compleja red de candidatos, aliados, fiscales, militantes y colaboradores a lo largo del territorio nacional. Los arquitectos de esta trama son los operadores, a veces llamados punteros, que desarrollan una actividad 24/7 agotando los celulares, siempre ansiosos, al borde del ataque de nervios. Gente que, literalmente, se juega la vida, no solo por cálculo sino también por una pasión adictiva difícil de entender para los ajenos a este mundo. La ansiedad es justificable: las redes se construyen en el agua antes que en la tierra; son precarias, cambian permanentemente las lealtades. “Hoy una promesa, mañana una traición”, con las encuestas en la mano, constituye su cifra.
Concepto de gobernabilidad futura. Éste es, acaso, el atributo más racional de un candidato. Algo inconfesable para los votantes, que quieren ser seducidos por la emoción, pero indispensable para las élites, cuya suerte está atada a la previsibilidad. Consiste en responder acerca de lo que se va a hacer con el país si se gana la elección. Es la solución del teorema de Baglini. En este caso: ¿hay que cambiar radicalmente ya, al costo que sea, para evitar la decadencia definitiva, o debe construirse un difícil consenso, como requisito de las transformaciones? Seguramente las élites desean escuchar propuestas sensatas en vez de consignas arrasadoras. Pero deberán comprender que, a la hora de la democracia electoral, son minoría. Los políticos en campaña les dirán a los votantes lo que creen que quieren escuchar, y dejarán para después las garantías de gobernabilidad. A no desesperar: menos uno, el resto las posee.
Un scoring sencillo nos indicaría que, a esta altura, Milei apenas está mostrando seducción y Rodríguez Larreta concepto de gobernabilidad; Massa solo cintura, y Bullrich atractivo, pero sin despejar temores. Ninguno alcanza aún solvencia suficiente para hacerse acreedor al crédito.
Una sociedad desengañada los mira con escasa ilusión. A ella deberán responderle con un equilibrio de factores que los vuelvan convincentes y dignos de confianza.
*Sociólogo.