Ahora le cantan el happy birthday en el medio de la cancha y lo aplaude la joven Luisana Lopilato, y bajan aplausos desde todos los sectores del Gran Stand, el segundo de los estadios de Key Biscayne.
Todo bien ahora, pero hace diez minutos, Juan Mónaco estaba más en el horno que la torta que ahora exhibe sonriente frente a todo el estadio. Sucede que Sweeting, algo así como “endulzando”, le había puesto pimienta a la victoria final de Piquito porque lo tenía cinco dos en el segundo set y se veía venir una definición mas dramática.
Acaso le hayan soplado al magnífico jugador platense que en ese mismo momento Estudiantes le ganaba en el último minuto a Vélez, quizás fue su temperamento, o que el americanito que tuvo enfrente se asustó; la cuestión es que el torneo retuvo a otro argentino en una tarde que se había iniciado con la gran victoria de Chucho Acasuso ante el australiano Hewitt.
Escenario latino por excelencia, el torneo de la isla más linda del Este de la Florida aportará el desafío tribunero de argentinos y chilenos, que aquí se cruzan como en la sopa. No sólo los que mutuamente se llaman trasandinos; también lo hará una inmensa colonia de sudamericanos, que seguirá fervientemente el duelo Guillermo Cañas con Fernando González.
El torneo se desarrolla en el umbral del paraíso. Eso se advierte cuando al salir de la autopista 95, en viaje hacia el sur, se encuentra el puente que une la tierra firme del continente con la isla.
Se avanza por una pasarela que parece una pajita de refresco en un plato gigantesco de un líquido verdoso y a lo lejos azul, y se ve cómo a cada costado de la línea que se mete en el mar, la gente acampa al costado mismo de la playa, dejando sus autos y camionetas entre los árboles. Si el paraíso está bien hecho, no debe diferenciarse demasiado de Key Biscayne, piensa el viajero cuando, al llegar, un largo túnel verde de tupidos bosques laterales lo conduce al estadio. Todo ocurre en medio de la palpitante naturaleza. Las sombrillas amarillas, los campos de comida, y los deportistas famosos que caminan entre los miles de visitantes y las altísimas palmeras completan una escena que durante dos semanas será, además, la capital del tenis.
Hacia la segunda semana se relanzan tres argentinos, pero cuando se descubren las condiciones de ese Sweeting, cuyo nombre se ingnoraba hasta verlo en la cancha para jugar con Mónaco, queda muy en evidencia lo difícil que es el circuito. Si ese desconocido que venía de la clasificación juega un tenis tan encumbrado, hay que preguntarse cómo serán los otros. Los “otros”, los famosos, han provocado al torneo más de un disgusto. Djokovic, Nalbandian, Ljubicic se despidieron demasiado pronto, y los tornados de la zona que suelen llevarse lo más preciado ya provocaron una molestia indeseable para los organizadores.
En los reveses a dos manos de Cañas y Mónaco, en el estilo mas ortodoxo de Chucho, están ahora depositadas las esperanzas para que los miles de argentinos que pueden copar alguno de los estadios, tengan por quién gritar entre las banderas que asoman como un testimonio eterno de adhesión inclaudicable. Porque la mayoría de los que se encuentran “aquí”, aun sabedores de que les toca vivir en uno de los sitios más atractivos del planeta, quisieran estar “allá” porque “ya sé que en algunas cosas somos incorregibles, pero no hay nada como aquello…en serio”.