El momento es ahora. La oportunidad está al alcance de la mano y es exponencial. Necesitamos comenzar hoy a hacer que algunas cosas cambien, ya que, si no lo hacen y mucho, ni siquiera nuestras nietas van a vivir en un mundo en el que las mujeres y los hombres disfruten de paridad. Y la paridad no es otra cosa que la participación equilibrada de mujeres y hombres en las posiciones de poder y en la toma de decisiones en todas las esferas de la vida, tanto políticas como económicas y sociales. Esto es lo que necesitamos y podemos modificar para cambiar el estado de la realidad actual. Esta es, para mí, nuestra gran tarea como mujeres, y la meta de este libro es aportar herramientas para que más de nosotras desplieguen su talento en las organizaciones que integran y logren ocupar las posiciones que desean sin tener que lidiar con techos o acantilados de cristal o prejuicios de cualquier tipo. Tampoco pedir disculpas por ser madres o por desear serlo. Eso sí, el desafío es mayúsculo.
Según los pronósticos del Global Gender Gap Report 2016 producido por el Foro Económico Mundial, si las proyecciones presentes se mantienen, la paridad se lograría recién en el año 2186. ¿Tenemos tanto tiempo que perder? ¿Puede el mundo prescindir del aporte de talento que realizan tantos millones de mujeres? Todos los estudios indican que no. De hecho, un informe de la consultora McKinsey Global Institute señala que la discriminación laboral de la mujer le costará al mundo en los próximos diez años (2015-2025) entre 10 y 25,7 billones de euros.
Pero no hace falta ir a las estadísticas, luego de trabajar tantos años con mujeres en distintos niveles y puestos de decisión, estoy totalmente de acuerdo. Definitivamente el mundo no puede permitirse ese lujo. Nosotras tampoco.
¿Qué mujer no se inquieta ante la perspectiva de que sus hijas, nietas, sobrinas o amigas más jóvenes no disfruten de condiciones laborales y sociales mejores que las experimentadas por ella?
A las mujeres nos preocupa no solo poder acceder a posiciones de decisión dentro de las organizaciones, sino también ayudar a repensarlas. Hay todavía muchos aspectos dentro de estas que, además de estar lejos de resultar amigables para nosotras, tampoco lo son para tantos hombres que comienzan a sentirse incómodos trabajando tal como lo hacían sus abuelos a comienzos del siglo XX. Las organizaciones tienen cada vez más problemas para pedir de sus colaboradores una dedicación full life (dedicación total), porque, afortunadamente, se ha comenzado a gestar una conciencia acerca de lo beneficioso que resulta tener una vida personal que enriquezca la laboral. Esto no significa que aún haya muchas personas en Argentina y en el resto del mundo que sienten que no tienen suficiente tiempo para sí mismas o que pueden realmente desconectarse de sus tareas durante los días y horas de descanso. La mayoría de nosotras conoce o trabaja junto a profesionales jóvenes, y no tanto, que no pueden apagar sus celulares durante el fin de semana porque deben responder ante cualquier eventualidad que surja en el trabajo. ¿O acaso esto también te sucede a vos?
Ahora bien, volviendo al meollo de la cuestión, ¿qué detiene a las mujeres en sus desarrollos profesionales? ¿Qué factores nos juegan en contra a la hora de lograr estos cambios? En cuanto a la paridad, lo cierto es que los factores no son tantos, pero los que existen son muy determinantes.
En primer lugar, el salario es clave en el aumento de la brecha entre hombres y mujeres. Las mujeres ganan en promedio, en todo el mundo, un poco menos que la mitad de lo que ganan los varones por igual trabajo y con la misma formación, aun cuando ellas trabajen más horas. En la Argentina, la brecha promedio ronda el 27%. Además, ellas hacen la mayoría del trabajo no retributivo del mundo, que incluye el cuidado de los enfermos, de los niños y de los ancianos.
Otro obstáculo está en que la participación femenina en la fuerza laboral mundial se ha estancado en un promedio global del 55% contra el 81% de varones. Y es importante comprender que si no hay más mujeres integrando las fuerzas de trabajo, esto se debe a poderosas influencias culturales que operan sobre ellas, y en muchos casos, las fuerzan a abandonar sus empleos cuando se convierten en madres. Y desde ya no me refiero a aquellas que eligen (porque pueden hacerlo) realizar una pausa en su derrotero laboral para dedicarse a criar a sus hijos o abandonar toda forma de trabajo retribuido, sino a las que sin haberlo elegido abandonan sus puestos presionadas por los mandatos culturales de sus contextos. Esto las condena a la dependencia económica y a la pérdida de autonomía en todos los órdenes de sus vidas.
La tercera razón, aunque no menor, que explica la brecha en la paridad entre hombres y mujeres es que la cantidad de mujeres que ocupan los puestos más altos en el mundo corporativo sigue siendo baja. Según el Foro Económico Mundial, solo cuatro países (Islandia, Finlandia, Noruega y Suecia) tienen igual número de hombres y mujeres en los cargos políticos y en los puestos más altos de las organizaciones y empresas. En el resto del planeta, solo el 13% de los puestos parlamentarios son ocupados por mujeres, y en el mundo corporativo las cosas no van mucho mejor: ellas ocupan entre el 15% y el 16% de los puestos jerárquicos y en los directorios. Incluso en el tercer sector, en el que tendemos a creer que las mujeres se destacan con mayor facilidad, solo el 20% de estos puestos son liderados por nosotras.
El cuarto factor, y el más nocivo de todos –porque es el que hace posible los tres ya citados–, tiene que ver con ideas preconcebidas respecto de cómo son, qué pueden y qué no pueden hacer las mujeres hoy. Estoy hablando de prejuicios que impiden que una mujer pueda ocupar tal o cual puesto, ya sea como piloto de avión, líder tecnológica o como supervisora de planta en la industria pesada.
*Fragmento de El efecto mujer (Ediciones B).