Resulta llamativo que el chat del presidente Alberto Fernández dirigido al periodista Roberto Navarro no haya resultado un verdadero escándalo político.
Trasnoches. En ese mensaje (débilmente desmentido por Casa Rosada) decía, palabras más palabras menos, que estaba dispuesto a enfrentar en las primarias a Jorge Capitanich y en caso de triunfar él sería quien enterrará a “20 años de kirchnerismo”. Un mensaje que se aseguró que llegara a sus destinatarios.
Existe un consenso con autores de peso como Pierre Bourdieu, Jacques Rancière y Ernesto Laclau de que la política es principalmente confrontación, mostrar desacuerdos, generar permanente polarización. Los consensos son letra muerta en la lucha política. Pero el caso de Alberto Fernández marcará nuevos niveles récord en otro orden, que es la desconfianza con los que se supone que son los propios.
Nadie se olvida que el presidente en los inicios de 2019 era un comentarista político cuyas agudas críticas al kirchnerismo y en particular a las políticas de Cristina Kirchner lo mostraban como un acérrimo opositor, para luego acordar en esa borrosa tarde de mayo la inesperada fórmula. Los términos de aquel acuerdo se conocerán algún día, pero lo que sí es evidente es que el primer gabinete no tenía kirchneristas puros, excepto Eduardo de Pedro. Los principales lugares fueron designados por voluntad del nuevo presidente, como Martín Guzmán, Daniel Arroyo, Matías Kulfas, Felipe Solá o Santiago Cafiero (solo sobrevive en funciones este último). Para la teoría de que Cristina solo le pidió solucionar sus problemas judiciales (que se agravan día a día) resulta extraño que no haya pedido el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos donde en primera instancia Alberto Fernández nombró a su colega muy cercana Marcela Losardo, quien hoy disfruta de las bondades de París como embajadora argentina ante la Unesco.
Volviendo al chat (presuntamente inexistente) a pesar de su simpleza se pueden generar varias subtramas muy interesantes:
La primera es que recuerda (como quien no quiere la cosa) que la mitad de los cuarenta años desde la restauración de la democracia fueron hegemonizados por el kirchnerismo, desplazando otras transitadas tesis como dominio del neoliberalismo de los 90 o el macrismo. En síntesis, instala que el kirchnerismo es el conservadurismo realmente existente en la Argentina y que él encarna a la centroizquierda socialdemócrata, a lo Pedro Sánchez en España.
En la segunda subtrama descarta la explicación que marca que si fuera candidato, no podrían existir unas primarias al uso estadounidense donde si el presidente va por la reelección, los demás aspirantes deben retirarse.
La tercera y más importante es que, si bien Fernández declaró innumerables veces que nunca se iba a pelear con Cristina, se descubre que en la letra chica de sus expresiones no figuraba que no la iba a provocar. En síntesis y lo más destacable que casi en función de caballero medieval está reclamando un enfrentamiento electoral mano a mano con su vicepresidenta.
Figuraciones. Cristina hoy está cerca de evaluar una enmienda a su declaración de que no iba a estar en ninguna boleta, y sí figurar en la de senadores de provincia de Buenos Aires. En 2017, una patriada similar terminó con una derrota ajustada frente a Esteban Bullrich. Es cierto que jugó una carta difícil con su sello Unidad Ciudadana y que perdió por unos 550 mil votos en momentos en que el macrismo brillaba. El argumento central para una senaduría sería fortalecer la reelección de Axel Kicillof en una elección presidencial que luce muy complicada, y de paso correrse en forma elegante de la proclama albertista. Hoy no se conoce quiénes serían sus eventuales competidores, o bajo qué lista presidencial estaría, pero es claro que su nombre traccionaría especialmente en la tercera sección electoral, clave como siempre en la ponderación provincial.
Más allá de estas tribulaciones, ¿realmente Alberto cree que tiene chances de ganar un mano a mano con un candidato apoyado por Cristina, o mejor aún con la vicepresidenta en persona? Sin duda, debe existir algún análisis, algún escenario que dibuja la mesa chica que habla a diario con el Presidente, y se nos escapa al resto de los mortales. Hay un punto a favor de Alberto y es que logró instalar con miguitas de pan que Cristina no lo ayudó en su gestión, ahora procurará instalar que sería un mejor gobernante sin el fantasma de su vicepresidenta.
Es cierto como recuerda en forma habitual el secretario general de La Cámpora Andrés Larroque que hoy Fernández mide el 5% en las encuestas (que para obtener las mediciones deben recurrir a complejos escenarios sacando y poniendo alternativas de candidatos), pero se puede suponer que si Alberto se declara oficialmente como el enterrador del kirchnerismo cuenta con que lo podría apoyar en las primarias buena parte del electorado anti-K que hoy se debate entre apoyar a Patricia Bullrich o a Horacio Rodríguez Larreta. Tanto la condición de antagonistas de ambos candidatos de Juntos por el Cambio como las infinitas internas de FdT y la irrupción de Javier Milei (que puede incluso llegar a ganar en las generales en provincias gobernadas por el peronismo) arroja una gran incertidumbre al sistema político.
Fragmentos. También debe decirse que el contexto ayuda a Alberto, la fragmentación del sistema puede llevar a que ningún candidato supere los 20 puntos en las primarias y en esa coyuntura lograr un golpe de suerte. Incluso circulan encuestas que muestran ya no en las PASO, sino en las elecciones generales que tanto el Presidente, como Sergio Massa o Daniel Scioli estarían en condiciones de capturar todo el voto kirchnerista, situación que los colocaría en un ballottage con final abierto. El “todo puede pasar” parece ser la regla general que engalana a la Argentina y que entusiasma a diversos operadores que pueden alcanzar metas inesperadas.
No obstante, si existiera la posibilidad de una “corrida electoral”, sería, antes que el fin del kirchnerismo, el fin de las PASO, ya que el sistema democrático está diseñado para votos positivos, y la posibilidad del voto completamente táctico o “no positivo” (para recordar la gran frase de Julio César Cleto Cobos) llevaría a la dirigencia política a ver las primarias como una amenaza fatal.
*Sociólogo (@cfdeangelis).