COLUMNISTAS
Consensos inadvertidos

Esperando a Rodó

imagen default
| Cedoc

Un empresario pyme que importa y fabrica electrodomésticos recibe llamados todos los días de las casas de artículos para el hogar, los Garbarino, los Frávega, los Rodó de la vida. “Mandame lo que tengas”, le dicen. Con el depósito vacío, él les contesta: “No hay más”. Es la hora del stock. Comprar y acumular todo lo que se pueda de bienes que tienen adentro “dólar oficial” para aprovechar antes de un posible salto que lo acerque a los paralelos. Por eso explota la venta de electrodomésticos. Incluso de los caros.

Hace unos días llegó un contenedor con 28 heladeras importadas de cuatro puertas: 500 mil pesos cada una. Volaron.

Como el productor que resguarda el valor de su cosecha ante una posible devaluación, todos quieren tener de alguna manera su silobolsa. Los corralones del Conurbano están estallados y es furor el acopio de hierro, de perfiles de aluminio, de componentes eléctricos con cobre, todo lo que siga al dólar, en una especie de fiebre de consumo que se gatilla cuando se huele que en breve todo va a ser más caro. O de que hay riesgo de que otra vez todos seamos un poco más pobres. Una micrometáfora de los ciclos de stop and go de los libros de economistas: un boom de demanda por la brecha cambiaria es una noche de viagra y orgía antes de que te hagan un trasplante de corazón.

La contracara, claro, es una producción que se mueve muy despacio por el descontrol económico. Imaginate a la pyme de los electrodomésticos que llenará de minipimers a las mamás no por falta de deconstrucción sino por olor a dólar barato. Está hasta las manos.

 Los artículos para el hogar se venden en cuotas: pesos a cobrar. Muchas partes de lo que se fabrica en la provincia de Buenos Aires vienen de afuera: dólares a pagar. Todos los días le reza al Banco Central para que no devalúe. Si sobrevive, tiene planes de incremento de la producción para el año que viene. Cauto. Depende de que tenga divisas para insumos. Y ya tomó una decisión: no contratará más empleados. Límites del rebote.

Botes. Convencer a los consumidores y a los empresarios de que, en el fondo, no hace falta huir de los pesos es el objetivo del “confianza tour” del Gobierno en la última semana. “¿Cuánto vale un chinchorro al lado del Titanic?”, se preguntaba a todo esto uno de los mayores empresarios del país. Acababa de escuchar a Alberto Fernández en el regreso virtual de un presidente kirchnerista al foro ejecutivo llamado Coloquio de IDEA. “Si creés que esto es el Titanic, pagás lo que sea”, concluía la metáfora náutica. El dólar paralelo rozó el viernes los $ 180.

El esfuerzo del jefe de Estado para mostrar que no está ni cerca de pegársela con el iceberg es conmovedor. Los invita a comer a la residencia de Olivos. Se desmutea gentil ante cada convocatoria del círculo rojo. Bajó retenciones. Ahora habló en IDEA. Lo que lo liquida es la duda de sus interlocutores de si es él el que está en el timón. Se le complica cuando deja ver que les está hablando a sus dos públicos a la vez: al que le dio los votos en la coalición de gobierno y al que tiene los dólares, como cuando subrayó que el affaire de los jueces removidos fue en defensa de la seguridad jurídica. “Calculadora mata prejuicio”, desestima estos planteos el gobernador Axel Kicillof, luego de anunciar una inversión de US$ 700 millones en la refinería de Shell en Dock Sud. Puede ser, pero ¿qué dólar se pone en la calculadora?

Con herencia, pandemia, mala praxis e internas, la pelea de Fernández necesita tiempo y paciencia. Cruza los dedos para que Cristina Kirchner no retuitee un artículo crítico sobre los empresarios y vuelta a empezar. El nuevo secretario de Energía, Darío Martínez, dijo que el año que viene como mínimo las tarifas acompañarán la inflación. Todavía el interventor del Enargas, Federico Bernal, no lo contradijo. El ministro de Economía, Martín Guzmán, además, se prepara para relajar controles en el contado con liquidación y adelantó que con el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional irá al Congreso un “sendero fiscal”. Algunos ven al titular de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, preparando pautas macrofiscales que incluyan que el gasto público no superará a la inflación por una década o que no se cubrirán más las vacantes que vayan quedando en el sector público cuando alguien se jubile. Más kirchnerismo promercado no se consigue.

Miami. “El miedo va a alinear a todos”, vaticina, dramático, un importante financista. La última tesis que los ejecutivos no escribieron en el muro de la catarsis de IDEA es que el gobierno de Fernández puede tener una “crisis de inicio”, como tuvo Carlos Menem en el arranque de su gestión, y que derivó en un plan como el de la Convertibilidad. Demasiado jugar con fuego en un contexto de 47% de pobreza en el segundo trimestre. Muy de la burbuja de los dueños del capital que se están yendo a descansar a Miami. “Ir a Uruguay es un quilombo”, dicen. “Te hisopan y te tenés que guardar allá y otros 14 días acá al volver”. “En Miami no te piden nada, solo tenés que firmar acá al salir que no vas a pedir que te repatrien si se cierra todo y listo”, cuentan los hombres con preocupaciones lejanas al blue.

En IDEA, Fernández repitió casi en el mismo orden los motores de crecimiento que había mencionado su antecesor, Mauricio Macri, cuando le había tocado debutar como presidente en el Coloquio en 2016: agro, minería, hidrocarburos, energías renovables y economía del conocimiento. Se pueden comparar ambos discursos en YouTube. Y dejó afuera, igual que Macri, cualquier mención a la industria nacional, esa tan de mano de obra intensiva y tan comedivisas, la de las fábricas que supieron poblar el Gran Buenos Aires y desde donde salieron los obreros para vivar a Juan Domingo Perón aquel 17 de octubre hace 75 años.

Parece que más allá de la droga de la grieta, de los que se tiran en el área y miran al árbitro para que le cobren “ataque a la libertad de expresión”, hay más consensos de lo que se cree en eso de los modelos en pugna. Los imponen el mundo de la competencia asiática y la robotización, dicen en una mesa debate tres investigadores que hacen papers. Los impone la necesidad urgente de generar los famosos dólares genuinos, dicen un par de consultores que ya se la pusieron cuando fueron funcionarios. Qué hacemos con los trabajadores y estudiantes que en ese giro queden en un limbo laboral precarizado, el debate que va a brotar de la calle.