Fue imprevisto, súbito. Al menos, para Mauricio Macri y a pesar de que uno y más de uno, al principio del ciclo, le habían advertido: esta película ya la vimos. También el final. Ni se le ocurrió al mandatario incluir, entre las previas desventuras electorales que le producían insomnio, la turbulencia de la suba del dólar. Por el contrario, le sobraban divisas; además, pagaba tasas extraordinarias para acumular lo que justificaba. Por otra parte, sólo recogía datos económicos de que el dinero abundaba en el mundo y la Argentina era una oportunidad. Ni por un momento imaginó la volatilidad cultural del público ante ese activo externo, el terror de los más informados ante cuatro grandes fondos de inversión que han colocado 11 mil millones de dólares en la Argentina y, por la razón que fuese, pueden partir con la velocidad del rayo. Ni que los bancos, como tantas veces que han descorchado champagne por haber enganchado al Gobierno con intereses inauditos, también pueden reclamar su plata y negarse a la seducción de disfrutar de mayores ganancias. La excusa para el temblor cambiario, entonces, llegó del cielo: nos asusta si gana Cristina, se asustan los clientes de que vuelva el populismo.
Desconfianza. En varios idiomas, eso se llama falta de confianza, aunque le atribuyan a la abuela ponchuda, vestida por Zara, la excusa para bajarse del avión. Aun así, si hay resultado adverso al Gobierno, pocos imaginan que el martes pueda estallar una conmoción brutal por los vencimientos gigantes: el raid a la suba ya se dio, la caída accionaria también. Y si el oficialismo ganara o empatase en la Provincia, las correcciones serían a la inversa de lo que ahora es la tendencia, pero no sustanciales. Igual, el demonio está suelto.
Macri, claro, está que arde por su imprevisión: el alza del dólar no sólo afecta la plaza financiera y derivados, más temprano que tarde lastimará a la inflación y Federico Sturzenegger deberá mudar aquel anuncio –siempre se equivocan con los vaticinios optimistas– de que el segundo semestre tendría más conducta a la baja que el primero. Para colmo, ya hay cola de voluntarios para correr a Ecuador al asesor al que se le ocurrió decir que lo económico no importaba en los comicios de mañana: todos los opositores dicen que la plata no alcanza, y ni el Gobierno lo niega.
Descendió nueve escalones Sturzenegger cuando era más serio que el resto del equipo: fue relativamente firme con la política monetaria frente a la escasa utilidad de los otros por disminuir el gasto. Embelesaba al Presidente, convencía a la grey de profesionales que solía visitarlo en el BCRA, pero el narcisismo lo condujo al abismo: no reparó en que al Satán verde hay que decapitarlo apenas asoma, caso contrario se multiplica y encarece. Cometió la tropelía de decir, veinte días antes de las elecciones, que la suba era buena para acomodar los intereses exportadores. Después, se olvidó de sus criterios libertarios, de su pregonada prescindencia para que el mercado fijara el precio y, aplicando la vulgaridad de su antecesor, Vanoli, primero hizo vender a bancos privados y por último salió él mismo a desprenderse de reservas. Lamentable desenlace: si hasta se debe haber vuelto católico con su equipo, ya ahora en la existencia del diablo.
Se les reprochan a varios de ellos –queribles, bien formados y tal vez equivocados– ignorancias elementales del mercado (ni deben saber por qué los operadores de las mesas de dinero gastan menos los zapatos que el resto de los mortales) o temores a servirse de mecanismos de libre previsión para el dólar futuro, por el disparate de cómo lo manejaron Kicillof y Cía. en la anterior administración.
Ya todos están a prueba. Los resultados electorales todo lo pueden. Tan confusa está la cabeza de los candidatos que ahora dicen que van a observar a los empresarios vivos de los supermercados que abusaron. Justo ellos con controles, y después de dos años de escalada de alimentos.
El tropiezo de Sturzenegger ha sido tan incidental y penoso como aquella cena que Macri y esposa tuvieron con Mirtha Legrand, en la que fue sorprendido comiendo una golosina contraria a su salud para evitar otro ejemplo más procaz. Y de efectos políticos parecidos, demoledores.
Entonces, como si fuera autora intelectual de la consigna –hecho del que debe haberse arrepentido, por lo que se ha visto luego en sus programas–, la anfitriona produjo una frase nimia que resultó un cañonazo y de la cual se han colgado tanto Massa como la viuda de Kirchner en la campaña: “Ustedes no ven la realidad”, dijo para la posteridad.
Nubes. Esta mención vale consignarla ante la hoguera de obviedades de la actual campaña, en la que Cristina copió a Massa (hay que ponerle límites al Gobierno) y en la que ciertos candidatos no hablan ni aparecen, algunos por miedo escénico o infantil desfachatez, de Bullrich a Vallejos, sin olvidar a Scioli, hombre feliz si los hay porque la ex mandataria lo atiende a menudo por teléfono, al revés de lo que ocurrió en toda su historia: lo intuye desolado, ella tiene corazón.
Se llega a los comicios de mañana luego de tensos siete días, no sólo por el dólar sino por el inoportuno veto de Carlos Menem como candidato a senador –que la Corte reparó de urgencia– y la desaparición de Maldonado, un militante de las protestas mapuches. Extraña, al comparar, que ipso facto Patricia Bullrich y Macri despacharan del cargo en Aduana a Gómez Centurión por la simple sospecha de robo y que, en este caso, no hayan decidido con la misma actitud en la Gendarmería denunciada. Como si esta etapa previa a las elecciones los hubiera nublado.
Revanchistas. Algunos se regocijan en esa autonomía maltrecha. Siempre pasa lo mismo con los radicales que manejan plata, señalan, aludiendo al padre de Federico (Adolfo, a quien Raúl Alfonsín echó del partido junto a Ricardo Alfonsín en un inexplicable ataque de ira) y al hijo de Juan Llach, Lucas, segundo de Sturzenegger y de filiación UCR (por cercanía a Ernesto Sanz). Hasta incluyen al titular del Banco Nación, González Fraga, quien hace unos meses se escandalizaba porque ciertos sectores de la población habían accedido, sin los ingresos del caso, a leds y plasmas, viajes o celulares de alta gama. Poco agraciado, olvidó –mirando las elecciones– que nadie quiere devolver lo que ya considera un derecho y que, bajo su propio gobierno, el personal doméstico y los sectores más humildes dispondrán de amplios planes crediticios para comprar servicios y aparatos de la última generación telefónica. Gentileza del boom de las comunicaciones que Macri saludó como un éxito de su gestión pensando en el pueblo.