La reciente cumbre de la Celac expuso brutalmente que las declaraciones, aún las unánimes, no bastan para transformar la realidad. Tanto que casi 32 años más tarde de celebrar el Tratado de Asunción (1991), el Mercosur no alcanzó sus objetivos más importantes que inspiró a sus fundadores y alienta espejismos como el de la moneda común con Brasil, algo así como colocar el carro delante de los caballos.
La realidad económica de los miembros de la institución no puede ser tan disímil. Mientras en Brasil el cambio de guardia en el Planalto se retrotrae al escándalo de la banda presidencial en 2015 con la ausencia de Cristina Kirchner con una sociedad casi partida en dos, Uruguay mandó una delegación más que representativa, con los presidentes de los otros dos partidos (Julio M. Sanguinetti y Pepe Mujica) a la asunción del tercer mandato de Lula da Silva. Mientras Paraguay se fue convirtiendo en una potencia exportadora de soja y carne bovina, Argentina debe luchar el doble contra las intervenciones en el mercado local y la brecha cambiaria.
Sector del software con competencia offshore
Es difícil imaginar que alguien pudiera plantear con seriedad una moneda única, cuando las tasas de inflación entre los dos principales socios el índice de precios al consumidor es 15 veces más grande en el que lo propone (5,9% vs. 94,8% en 2022). La razón de esta gran asimetría económica está, entre otras cosas, en una muy diferente política monetaria, en la autonomía del Banco Central (recordemos que en Argentina su directorio vive en comisión, pero sin el acuerdo del Senado que les permitiría desempeñarse con la independencia prevista en la ley) y, sobre todo, con un volumen de reservas internacionales que hacen la envidia a los funcionarios de Economía argentinos: US$ 325 mil millones a diciembre pasado. Cabe aclarar que, si la “culpa” de estas diferencias radican en la cartelización del mercado local en la oferta de bienes, en el país vecino se podrán encontrar las mismas marcas y casi la misma estructura comercial. Ahora, si damos crédito a la hipótesis de la dimensión psicológica como disparadora de la inflación que ensaya el Presidente, la precariedad de la estructura económica argentina luego de décadas de improvisación y cortoplacismo podría encontrar terreno fértil. Pero tampoco perciben y razonan tan diferentes los demás ciudadanos del Mercosur.
Sólo basta repasar algunos de los dilemas con los que debe lidiar Sergio Massa, en su carácter de ministro poderoso y representante de un sector en una coalición de gobierno con, dificultad para encontrar consensos para sus políticas en un año electoral. La inflación es el primero, con la proyección que difícilmente se pueda cumplir la meta del 60% anual porque llegar al 3% mensual antes de mitad de año con las distorsiones y presiones acumuladas de por lo menos dos años, resulta difícil de ser aceptado como dato para la toma de decisiones. La suba de la carne durante enero (casi 20% luego de un retraso relativo en el último año) y la recomposición tarifaria a partir de marzo complica el panorama. Otro tanto la aceleración en las minidevaluaciones con el tipo de cambio oficial, alentado por la disparada reciente de los dólares oficiales y la desaceleración en la actividad, a medida que el cepo a las importaciones traba la cadena de producción. Un panorama complejo para resolver en un año con elecciones presidenciales en los que el canto de sirena de reeditar el “plan Platita” no escasearán.
Por eso, surgen iniciativas como la del swap con China, el dólar único o los préstamos adicionales que los organismos internacionales acceden a brincar para sostener el relativo control del Gobierno sobre la situación económica.
Recordemos, por ejemplo que la actual Unión Europea (27 miembros plenos) adoptó una moneda común en 1999 (como unidad de cuenta), emitió sus propios billetes en 2002 y recién el 1° de enero pasado incorporó al euro en el 20° país (Croacia). Previo a ellos, un año antes que los países del Mercosur firmaran el tratado de Ouro Preto (1994) en Europa entró en vigor el Tratado de Maastricht que acordó la coordinación de las políticas fiscales y monetarias para que su moneda común pudiese ser sustentable. Implicó pérdida de soberanía y manos atadas para la política económica de cada estado particular. ¿Sería posible esto hoy entre Argentina y sus vecinos?