Hace tres semanas, todos los medios y periodistas dedicaban (razonablemente) la casi totalidad de sus espacios y tiempo a la cobertura del intento de asesinato de la vicepresidenta. Pasados algunos días, el tema cambió de enfoque y pasó a intentos –en general sesgados– por hallar explicaciones a tamaño atentado. Las audiencias se volcaron a novedades sobre la llamada banda de los copitos y a las conexiones de ésta con personajes y líneas políticas más o menos marginales. La reproducción de los mensajes intercambiados entre la presunta pareja del autor del disparo fallido con otros integrantes del grupo desplazó del interés general la noticia principal: el ataque a la vicepresidenta. En la semana que termina, la atención se desplazó bruscamente hacia otros intereses de las audiencias: la escasez de figuritas del Mundial de Fútbol, los alegatos de las defensas en el caso Vialidad, el viaje del Presidente a Estados Unidos (con el interés más puesto en la visita de Fernández a un músico que a su intervención en la asamblea de la ONU) y –como siempre– los vaivenes del dólar.
Esta diversidad en la atención de lectores, televidentes, radioescuchas y consumidores de portales de noticias y redes en internet es objeto de estudio en todo el mundo.
En un artículo publicado días atrás por la Red Internacional de Periodistas, la filósofa y académica Rebecca Rozelle-Stone identifica estos fenómenos de dispersión en el interés de las audiencias como “fatiga de la crisis”, siguiendo la línea de análisis que abrió Simone Weil con el nombre de “atención moral”, entendida como “la capacidad de abrirnos plenamente –intelectual, emocional e incluso físicamente– a las realidades que encontramos”.
Lo que Rozelle-Stone analiza toma como punto de partida el impacto periodístico que inicialmente provocó en el mundo la invasión rusa a Ucrania. Ese interés ha caído abruptamente aunque las acciones bélicas continúan. “Medio año después, la violencia continúa –explica–. Pero para quienes no se han visto directamente afectados por los acontecimientos de esta guerra en curso y sus víctimas se han desplazado a la periferia de su atención. Este alejamiento tiene sentido. La gente no está bien preparada para mantener una atención sostenida en acontecimientos continuos o traumáticos”.
Los eventos trágicos –como lo fue el fallido ataque contra Cristina Kirchner– “pueden desaparecer de la atención de la gente porque muchos se sienten abrumados, impotentes o atraídos por otros asuntos urgentes”, escribió la filósofa en su artículo, y define el fenómeno como “fatiga de la crisis”.
Rozelle-Stone cita un análisis del Instituto Reuters difundido este año: “Mostró que el interés por las noticias ha disminuido drásticamente en todos los mercados, del 63% en 2017 al 51% en 2022”.
Limitar el consumo diario cuasi obsesivo de noticias puede ayudar a las personas a estar más atentas a determinados temas de interés sin sentirse sobrepasadas. En su libro La ecología de la atención, el filósofo suizo Yves Citton, catedrático en uiversidades francesas, insta a los lectores a “extraerse” del dominio del régimen mediático de alerta. Según él, los medios de comunicación actuales crean un estado de “alerta permanente” mediante “discursos de crisis, imágenes de catástrofes, escándalos políticos y noticias violentas”. Citton sugiere que el periodismo incluya en sus espacios “más historias basadas en soluciones que aborden posibilidades de cambio para ofrecer a los lectores vías de acción que permitan contrarrestar la parálisis que se siente ante una tragedia”.