Puedo asegurar enfáticamente que lo que el lector leerá es por completo cierto. Héctor Libertella tenía una divisa, que se resumía en una sola brillante frase: “Sólo lo difícil es estimulante”. No recuerdo si se la atribuía a Góngora o a Quevedo, creo que a Góngora, luego de recordar con cierta ironía que casi cada plaza de España cuenta con una estatua dedicada al poeta más complejo de su historia (nosotros tenemos las de Néstor Kirchner). Pero no querría desviarme del asunto: es verdad que nada debe de haber más apasionante que tomar entre manos un asunto complejo e ir devanándolo, encontrándole las aristas, sus armonías secretas, los efectos de sentido que bajo la apariencia áspera develan sus simetrías. El efecto de resolución de un problema arduo proporciona uno de los placeres más puros de la experiencia humana. Pero esa verdad no elimina ni disminuye su aparente opuesto, el placer que obtenemos cuando un semejante nos ofrece en sencilla forma el conocimiento de una verdad compleja, haciéndonos creer incluso que nos iguala, llevándonos a los niveles de su inteligencia. En este gesto, cuando no hay soberbia, hay generosidad. A estos artistas de la simplificación se los llama, un tanto desdeñosamente, divulgadores.
De los divulgadores que he leído, mi favorito es Umberto Eco. El martes 13, para disipar la mufa, leí uno de los artículos que componen su libro Sobre literatura, más precisamente aquel que da título a esta columna. Eco postula que, así como las verdades demostrables y demostradas, también lo falso y el error resultan motores poderosos de la historia humana. En una prolija revisión, Eco atraviesa las creencias religiosas, las representaciones del cosmos, las teorías sobre la redondez, cuadratura o rectangularidad de nuestro planeta, y el modo en que una invención política como el Preste Juan, que gobernaba un reino situado más allá de las regiones ocupadas por los musulmanes, impulsó hechos verificables como las Cruzadas. De hecho, la tesis subyacente de Eco es, o debería ser, que la fuerza de lo falso es tanto o más poderosa que la constatación de lo verdadero, como se comprueba en el crecimiento del impulso antisemita a partir de la existencia de un libro como Los protocolos de los sabios de Sión, que en doble o triple salto mortal nace en las cuevas de la inteligencia zarista pero cuya “información” se basan en las novelas decimonónicas de Eugenio Sué.
En fin, la dicha del enterarse no tiene límite, pero los libros se terminan. Ahora me gustaría encontrar las razones históricas y culturales por las que, contra toda evidencia en contrario, los famosos neoliberales siguen afirmando que con la reducción de los salarios, la retracción de la demanda y el aumento de la desocupación se obtendrán las mieles del Paraíso Perdido y no un nuevo retorno al caos originario.