COLUMNISTAS
Estados Unidos y el voto

La gran ausencia

20210116_george_floyd_mural_cedoc_g
George Floyd. Su muerte no fue un emergencia aislado del racismo. | cedoc

Hace dos años Mark Lilla señalaba la diferencia entre la conciencia identitaria y la conciencia política. Lilla centraba el fracaso liberal en los Estados Unidos en la segmentación del cuerpo social, expresada por un sinnúmero de minorías que, en lugar de consolidar un proyecto, atomizaban exponencialmente a la comunidad. Hemos perdido al ciudadano, se ha erosionado la ciudadanía, expresaba Lilla en su exposición.

La cuestión, sin embargo, más allá de que el análisis tenga un criterio acertado ya que el tema identitario es central cuando intenta imponer su singularidad al todo, es qué sucede cuando a esas minorías se las excluye deliberadamente, como a la negra.

La muerte de George Floyd no es un emergente aislado que ocupa el espacio y moviliza a todo un país. Es un síntoma que delata, por ejemplo, el fallo del sistema electoral de la mayor democracia consolidada en el mundo. Cuando se atiende a esta afirmación, la democracia americana en tiempo y calidad, es cuando se manifiesta la sorpresa y el pánico ante el ataque que sufrió el Capitolio.

Si atendemos a una sinopsis breve de la formación de la democracia americana en estos doscientos años y a las condiciones en que se emite el voto, surge, al menos en lo que a la minoría de color se refiere, una distorsión del concepto de ciudadanía. Desde la Revolución Francesa los ciudadanos forman parte de un Estado y son, por definición, iguales y libres.

Hace unos días Thomas Picketty planteaba en un artículo publicado por Le Monde algo inusual, al menos por su ausencia en todos los análisis publicados de los hechos del Capitolio: centraba el foco en la Guerra de Secesión americana, su resolución, en favor del norte; su costo, unas 600 mil vidas, incluso más que sumando las muertes de estadounidenses en las guerras mundiales, Corea, Vietnam e Irak. Esto pone un marco a la magnitud de un conflicto que no se cerró con la guerra y que, entre otras cosas, se visualizó en el Capitolio con la exhibición de la bandera confederada por parte de los manifestantes que lo invadieron.

Black Lives Matter, sí:  pero el voto negro también, e históricamente, ha sido segregado con múltiples decisiones que alteran las reglas del juego democrático para garantizar el peso del voto blanco en los resultados, favorables generalmente a los republicanos, al punto de que, en los últimos veinte años, por ejemplo, solo han ganado una vez con el voto popular y han controlado la presidencia doce de los veinte años. El sistema electoral indirecto le permitió a Trump ser presidente con menos votos que Hillary Clinton.

Cada diez años se rediseñan los distritos electorales en función de los intereses partidarios transformando el Estado en tantos distritos como sea necesario para obtener ventaja electoral. Si, por ejemplo, solo dos distritos ofrecen resultados equilibrados, se fragmenta hasta obtener una superioridad electoral y contar con más presencias en el Colegio Electoral. Esto no es solo un truco republicano; en Maryland el diseño favorece a los demócratas, pero la hegemonía del partido rojo hace que su maquinaria sea demoledora.

En un país en el que no existe un documento único de identidad y en el que los ciudadanos se mueven con el carné de conducir o el de la biblioteca pública, se ha pedido esta vez, por ejemplo, que, aunque figuren en el censo, deben presentar un documento. En los hechos, esto perjudica a la minoría negra.

Así las cosas, y tomando como ejemplo la estrategia para anular el voto negro, hay que pensar sosegadamente en las grietas del sistema antes de invocar espontáneamente los males que genera el populismo. Antes, en su génesis, están las razones económicas y, junto a ellas, las sociales, entre las que no es menor la segregación. Sumadas anulan la única salida posible de todos los problemas: la política. La gran ausente.

*Escritor y periodista.