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La guerra de los gimnasios

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| Cedoc

¿Por qué a mediados de los 80, cuando vi por primera vez Karate Kid, ya me parecía una película nostálgica, aunque estaba sucediendo en el presente? Me puse a pensar esto ahora que terminé de ver las dos temporadas de Cobra Kai con la que la franquicia resucitó. En principio, la película de 1983 dirigida por John Avildsen tenía cierto parentesco con los films juveniles que protagonizó James Dean: pandillas, jóvenes sin destino o buscándolo, peleas y enfrentamientos para ver quién la tenía más larga. Y chicas a las que disputarse. Lo primero que me queda claro es que tanto Karate Kid como Cobra Kai no tratan del karate sino del bullying, esa práctica a la que son tan afectos los jóvenes americanos, sobre todo cuando se reúnen en torno a las fraternidades universitarias. 

En 1998, mientras vivía en Iowa, siempre encontraba notas en los periódicos donde se hablaba de chicos que habían muerto por no haber podido pasar los ritos de iniciación a los que los sometían los miembros de la fraternidades. En Karate Kid, Daniel Larusso, el personaje encarnado por Ralph Macchio, tiene que superar la prueba de la entrada en la vida adulta soportando el hostigamiento al que lo somenten los miembros de Cobra Kai. Una particularidad de esta película es que el joven no tiene que hacer mucho por enamorar a la “chica”, ya que esta, llamada Eli y encarnada por Elizabeth Shue, se enamora de él la primera vez que lo ve y como un regalo envenenado lacaniano, esto se le vuelve en contra a Daniel, ya que ella es la ex novia de Johnny Lawrence, el mejor karateca de Cobra Kai, el dojo fundado por John Kreese, un enfermo mental que tiene como lema “golpear primero, golpear fuerte, sin piedad”. 

“Pulir/encerar” es una frase del Señor Miyagi, maestro de Daniel, que podemos poner todos en práctica cuando nos enfrentamos a situaciones tensas en nuestra vida. Macchio filmó tres películas muy buenas. En 1983 protagonizó The Outsiders, de Coppola, y después de Karate Kid, en 1986, Crossroads, de Walter Hill, una obra maestra que de alguna manera retoma la estructura del Karate Kid. En este film, Macchio es un joven que encuentra un maestro en el blusero Willy Blind Dog Brown, y asesorado por él debe enfrentar en un duelo final a un entenado del Diablo (Steve Vai) en un duelo de guitarras demoníaco. Da la impresión de que Walter Hill tomó Karate Kid y lo dotó de una metafísica que esta película no tenía ni pretendía tener. 

Cobra Kai está narrada desde la perspectiva del rival eterno de Daniel Larusso, Johny Lawrence, encarnado otra vez por William Zabka. Quien es un perdedor que vive con dificultades económicas y no puede recuperarse de haber sufrido en la cara la patada de Larusso que lo puso contra el tatami en el final del campeonato del Valle. Cobra Kai es una serie donde la nostalgia se duplica. Está ambientada en el presente, pero vuelve siempre, como puntos de almohadillados, a momentos pasados en la “era del señor Miyagi”. Tiene capítulos cortos, donde los guionistas no se preocupan mucho por desarrollar los personajes ni las situaciones que produzcan el avance de la serie. Si dos personajes se besan y eso puede afectar a un tercero, este sin problemas sale de atrás de una piedra y los ve. Y listo. Es una mezcla de las series de Disney y Elephant, de Gus Van Sant, sobre todo cuando en el final de la segunda temporada los alumnos de los dos dojos se enfrentan en el colegio y terminan pegándoles hasta a los profesores. El trabajo de Zabka como actor es mucho mejor que el de Macchio, quien casi no puede moverse y al que cuesta mucho creeerle haciendo karate. Pero en esta serie el karate tampoco es el tema. De hecho, la grulla es una patada del kung fu y cuando se organiza –en la primera temporada– una competencia, un chico se presenta a pelear con el cinturón negro sin haber pasado por ninguna prueba que lo habilite como tal. El personaje de John Kreesse –el sensei malo– ahora vuelve encarnado por el mismo actor y se parece al cabezón Ruggeri. Y fuma habanos, sin problemas, en el dojo. 

Para la cuarta temporada propongo resucitar digitalmente a Pat Morita.