Es muy preocupante la facilidad con que los Kirchner utilizan en las tribunas palabras peligrosas como “traidores o enemigos”, para referirse a opositores o a disidentes. Traición es, precisamente, la acción de ayudar al enemigo y tiene un fuerte contenido militar destinado a cavar trincheras con el otro. En San Fernando, Néstor Kirchner esgrimió las dos acusaciones. Primero apuntó a los que fueron colgados de la boleta de Cristina y que, cuando tuvieron que pagar el primer costo político, se pasaron a la mesa del enemigo. Y, después, sentenció: “El que traiciona una vez traiciona siempre”. Carlos Reutemann recogió el guante: “Yo no fui colgado de nadie”, y Felipe Solá ya había dicho que él no le debía nada a los Kirchner. En medio de una sangría de diputados, senadores y otros dirigentes que continuará en las próximas semanas, Cristina Fernández, en Rosario, se quiso quitar responsabilidades generalizando el tema: “En todos los partidos hubo dirigentes que traicionaron”. Se podría ironizar parafraseando a Clemenceau planteando que “traidor es aquel que abandona nuestro partido para pasarse a otro y que el que abandona otro partido para pasarse al nuestro es alguien que será bienvenido porque, por fin, comprendió la realidad”.
Pero no hay demasiado espacio para el humor. Porque estamos hablando de definiciones que cierran toda posibilidad de diálogo y consenso. Con un adversario político, un rival electoral o un periodista que piensa distinto es posible intercambiar ideas, polemizar civilizadamente para el enriquecimiento ideológico mutuo, llegar a acuerdos parciales o fijar una agenda de Estado en momentos de emergencia como los que vivimos y los que se vienen.
Pero frente a un traidor o un enemigo la única actitud posible es buscar su muerte civil. Borrarlo de la faz de los medios, ningunearlo, vaciarlo de sus capacidades administrativas, condenarlo al exilio interno, cerrarle todas las puertas.
Mucho de esto hicieron los Kirchner con diversos enemigos y traidores que fueron construyendo a lo largo de sus años de Gobierno municipal, provincial y nacional. Es interminable la lista de dirigentes que estuvieron a su lado y que, ante la menor diferencia o crítica, fueron expulsados del reino. Incluso, personas que frecuentaban su intimidad política y personal en su momento, como Sergio Acevedo o Alberto Fernández.
Pero con Julio Cobos están batiendo todos los récords de desmesura. Cuando el voto no positivo de Cobos le rompió el invicto a los Kirchner, las paredes se llenaron de pintadas realizadas por agrupaciones que responden a sus órdenes, que decían: “Cobos traidor, saludos a Vandor”. Una amenaza de muerte efectiva y no civil, porque nadie ignora que Augusto Timoteo Vandor fue asesinado.
La obsesión enfermiza, como siempre, llevó al matrimonio presidencial a pasar verdaderos papelones en público y a pagar cien veces más costo político por no dejar pasar las minucias. Fue tragicómico el episodio de la apropiación indebida de los granaderos por parte de Néstor. Humilló al pueblo de Yapeyú, metió a San Martín, el argentino más admirado, en el chiquitaje absurdo de una interna política y desnudó su lógica de patrón de estancia al atribuirse la propiedad de distintos elementos que pertenecen al Estado.
No solamente se cree dueño de los helicópteros o convierte en una unidad básica a la Quinta de Olivos. Parece que el Regimiento de Granaderos está a disposición de sus caprichos como si fueran los soldaditos de plomo con los que jugaba en su niñez. Ya Perón advirtió que de todos lados se vuelve, menos del ridículo.
Es insólito que todos los argentinos estemos pendientes para saber si mañana, en la ceremonia de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso, Cristina le va a dar la mano a Cobos, si le va a sonreír o le va a gruñir cuando se cumpla lo que marca el protocolo.
No es la primera vez que el kirchnerismo utiliza con tanta liviandad semejantes etiquetas estigmatizantes. Es parte de su arsenal oral cotidiano.
Varias veces calificó como traidores a la patria a los que expresaron distintos puntos de vista al suyo. Se trata de delitos tipificados por la Constitución Nacional. En su artículo 29 califica de “infames traidores a la patria” a aquellos que concedan a gobernantes facultades extraordinarias o la suma del poder público o que les otorguen “sumisiones o supremacías por las que la vida el honor o las fortunas de los argentinos queden a merced de gobiernos o persona alguna”. El artículo 119 explica que ser traidor a la Nación consiste “únicamente en tomar las armas contra ella o en unirse a sus enemigos prestándoles ayuda o socorro”.
Esta fractura social que provocaron los Kirchner se expresa en todos los planos de la vida pública. Y responde, sobre todo, a la intención de gobernar con el látigo y el miedo. Eduardo Duhalde desde Italia le contestó que “no me gusta hablar de traidores o enemigos”.
Menem hizo lo mismo. “Kirchner tiene un liderazgo tóxico que obliga a que sus colaboradores tengan que agraviar. El formó su propio partido y nadie le dijo nada. Incluso, condenó a nuestros líderes y nos mandó a decir que debíamos meternos nuestra marcha partidaria en un lugar que muchos recordarán. Han forjado un régimen que mete miedo a hablar. Todos se sienten controlados.”
Con palabras menos coloquiales respondió al periodismo lo mismo que en la intimidad le contesta a sus amigos cuando lo chicanean diciendo que “el que trajo al loco que se lo lleve”. Duhalde aclaró que “uno no puede tener en cuenta cómo obra la psiquis del otro cuando se sienta en la cima del poder. Hay gente a la que le hace mal el poder”.
Si Cristina le amarga los desayunos a Néstor recriminándole: “Ay, Néstor, qué vicepresidente me pusiste”, Chiche Duhalde podría emularla y pasarle la factura a su marido por haber sido partero del kirchnerismo.
A propósito del Kirchner castigador, aun de su propia tropa y del miedo a hablar, hay que seguir de cerca los movimientos de Sergio Massa, el por ahora, jefe de Gabinete de Cristina Fernández. Hace dos semanas que bajó su perfil a menos cero, casi como el ministro de Economía, Carlos Fernández. ¿Dónde está Massa? ¿Por qué no participó en muchos de los anuncios que hizo la Presidenta y en los actos que hizo Néstor precisamente en su provincia? ¿Néstor le sacó tarjeta amarilla? ¿Les molesta su disposición a dialogar con todos, incluso con los periodistas considerados enemigos, hasta que se demuestre lo contrario? ¿No le aceptan sus sugerencias de buscar consensos y dejar la confrontación de lado? ¿Se viene la expulsión y la posterior acusación de traidor? Hay dirigentes de trato diario con Sergio Massa que lo notaron preocupado y en pleno estado de reflexión acerca de su futuro dentro del Gobierno. Desde que Néstor le bajaba la autoestima llamándolo burlonamente “masita” hasta otras cosas que ocurrieron en los últimos días, han dejado a Massa en una situación complicada. Los que más lo quieren le dicen que vuelva a la tranquilidad y a la gestión de Tigre donde pidió licencia como intendente y que deje de deteriorar su futuro político defendiendo cosas en las que no cree y recibiendo solamente reproches por eso.
Con Graciela Ocaña pasa algo parecido más allá del fuerte respaldo que le dio la Presidenta la semana pasada. Su lucha por la transparencia en el manejo de los fondos sigue molestando a Hugo Moyano y sus opiniones con matices críticos, a Néstor Kirchner.
Tener en contra a los hombres con mayor poder y capacidad de daño en la Argentina como Néstor y Hugo significa estar siempre con un pié afuera. Ocaña y Massa pueden salir del Gobierno por la ventana con un fuerte ruido político o más civilizadamente con un par de lugares en la lista de candidatos a diputados para octubre. Los rumores entre los empresarios decían anoche que Martín Redrado también tendría fecha de vencimiento como presidente del Banco Central.
Néstor Kirchner está consolidando su nuevo esquema de alianzas y enfrentamientos.
Cada día lo ve a Hugo Moyano más rubio y de ojos azules. La decisión de la CGT de postergar para mediados de año la reapertura de las paritarias fue “la más maravillosa música” para los oídos de Néstor. Y la decisión de movilizar al núcleo de hierro del pejotismo, también. Los gremialistas más ortodoxos y los intendentes del Conurbano más despreciados por Kirchner en su momento van a llevar miles de manifestantes para que Cristina, después de “ensuciarse” las manos estrechando la de Cobos, pueda “limpiárselas” en la calle saludando al pueblo peronista. Moyano ya es el principal guardaespaldas de Néstor.
Por eso la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) tendrá que seguir peleando mucho tiempo por su legítima personería gremial que hasta tiene la bendición de la Corte Suprema de Justicia. Hugo Yasky que supo estar bastante cerca del kirchnerismo, denunció una “política de dilación” del Gobierno y mientras tanto ayudó a alumbrar la candidatura a diputado de Martín Sabatella.
El eficiente y honesto intendente de Morón está confluyendo en una centroizquierda que alista en sus filas a Pino Solanas, Claudio Lozano, Víctor de Gennaro y que podría sumar a otros recién desprendidos del glaciar kirchnerista como Jorge Ceballos y Miguel Bonasso.
Estos dirigentes, más desde lo simbólico que desde lo numérico, también son una piedra en el zapato de Kirchner, que pierde como en su momento con Aníbal Ibarra a figuras que en el progresismo son muy respetadas.
La candidatura de Kirchner ya está decidida. Está obligado a encabezar la boleta en Buenos Aires, donde tiene que cosechar la mayor cantidad de votos que pueda para que la correlación de fuerzas no cambien tanto en el Congreso.
Todos los intendentes que Néstor visita los martes le ruegan que sea candidato en un operativo clamor prefabricado. Néstor actúa y dice: “No es momento para hablar de elecciones. Hay que gobernar y ayudar a Cristina”.
En un par de meses, “cederá a las demandas populares” y, finalmente, como un servicio a todos los argentinos aceptará la candidatura, muy a su pesar, solo como un puesto de lucha.
El tránsito hasta las elecciones de octubre estará tapizado de obstáculos. La economía empieza a mostrar cifras alarmantes que llevan a algunas consultoras a hablar de recesión. Se desplomaron las exportaciones.
El Estado se presta a sí mismo desde la empresa de aguas que pierde fortunas y, sin embargo, asiste al Gobierno que no tiene de dónde sacar dinero para afrontar las deudas.
Es un engañapichanga que tiene patas cortas. Para colmo las aguas del enfrentamiento con el campo, nuevamente, están muy encrespadas.
Desde los productores más intransigentes y con menor experiencia política se quiere ir al paro si el martes no se bajan las retenciones. El Gobierno amenaza con monopolizar la compra de granos y carne y de paso insiste todos los días, horas y horas, por las cadenas de noticias, a través de Cristina que “son los únicos que se pueden dar el lujo de no comercializar su productos y que hay otros sectores sociales con más necesidades”.
Como están prohibidos los periodistas que preguntan, nadie les dice que es verdad que hay sectores muy pobres y marginales que tienen más urgencias que el campo, pero que también es verdad que hay sectores poderosos en otras actividades que ganan más que los del campo y no se los toca por ser amigos o socios del poder.
No se trata de reducir la ayuda a los pobres. Se trata de ayudar más y mejor a los pobres y de sacarle también a otros sectores que ganan fortunas y no sólo al campo. Es la pelea por el relato y por la instalación mediática a la que los Kirchner le dedican, incluso, sus horas de sueño.
Cristina que dice que un cable del gran diario argentino muestra cosas que no ocurren, el Gobierno que apela con argumentos caprichosos e infantiles ante la Justicia el fallo que los obliga a darle publicidad oficial a PERFIL y Néstor que volvió a hablar de “movimientos destituyentes y de monopolios mediáticos que nos quieren llevar a encierros”.
Lamentablemente, uno tiene que interpretar que para los Kirchner cada vez hay más traidores y enemigos que se oponen a la política ética y revolucionaria que ellos conducen. Hablando de medios: ¿no estarán viendo otro canal?