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La moda de la libertad

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Milei. Quienes lo siguen parecen depender de su liderazgo y estilo: no son tan libres. | Marcelo Dubini

Es probable que Javier Milei sienta cierta dependencia en relación a su peinado. Para sus fanáticos y fanáticas, su look de una estructura de formas particulares se ofrece como un elemento distintivo único para un espacio político en donde la liturgia todavía es una ilusión a construir para el futuro, y la necesidad de símbolos que puedan ser masificados, algo más que urgente. Ya se consiguen remeras en los sitios de venta en internet solo con la forma del pelo, y su comando de campaña y militancia debe estar “bocetando” una cantidad interesante de opciones derivadas de ese mismo diseño estilístico. Todos allí son dependiente, no solo del líder, sino también de su estilo, y esa dependencia, como paradoja para el discurso del propio espacio, los hace a todos ellos menos libres también. En el mundo moderno, la libertad es un camino acumulado de limitaciones.

Las reflexiones en torno a la libertad son lo que han construido el mundo actual, en particular el concepto de que alguien puede decidir sobre su destino. La separación entre el rumbo familiar obligado como herencia, de una preferencia en relación a una selección de carrera, oficio, tipo de vida y hasta pareja, se encuentra en la base de las esperanzas de lo que los Estados modernos de Occidente intentan prometer como esperanza. Los países buenos serían los que dan a sus hombres y mujeres las mejores herramientas para hacer de sus destinos un proceso de decisión propia.

En la base teórica de estas conceptualizaciones hay tensiones. Los Estados modernos se reconocen en la idea de un acuerdo con el poder político al que le ceden los derechos o con el que por lo menos acuerdan límites a su total libertad, ya que algo en la naturaleza del hombre (en esa época no se hablaba de las mujeres) facilitaría el caos y el conflicto. Sin embargo, con el liberalismo la confianza en el hombre encuentra un destino más optimista, lo cual convierte a la preocupación en relación a los cuidados del Estado solo como un límite a la libertad y a una mera herencia del mundo feudal con una clase política justificando sus privilegios, sobre todo el cuerpo social. Nuestras sociedades, así, debaten hace cientos de años entre darles herramientas para la libertad o dejarlos libres.

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Sobre la libertad, la competencia teórica fue furiosa y extensa, y con ramificaciones infinitas que siguen proliferando. Marx denunciaba el tratamiento perjudicial del capitalismo hacia la real capacidad humana del hombre, el pensamiento conservador religioso se preocupaba por los inconvenientes del excesivo individualismo y una libertad que se olvidaba de los “otros”, y Calu Rivero explora el cuerpo y las sensaciones (algo así explica) en un formato que el mismo Max Weber señalaría como de huída del mundo. Pero en esto, en las opciones, en las alternativas, hay algo que lo une todo, y eso es la diferenciación. Sea Hobbes, Adam Smith, Charles Maurras, Paulo Freire, Axel Kicillof o Aníbal Fernández, para estos hay un drama sin resolver en relación a la variedad del mundo, a su multiplicidad y a su condición de situación incontrolable. La liberación del hombre en la representación de un mundo sin centro.

Sobre esa variedad, las imágenes son las que logran por un tiempo producir una supuesta condición homogénea, y de las cuales sus usuarios de hacen dependientes.

Pare y siga

En un cuerpo social que no puede controlar su propia dispersión, ni las formas alternativas que sus protagonistas generan, y que tampoco llega a producir explicaciones unificadas sobre acuerdos en relación a cómo es que todo eso sucede (Kicillof dice que es por los medios de comunicación), una campaña produce solo una ilusión de unidad conceptual y de comunidad de destino. No es la libertad, es solo la esperanza de negar el funcionamiento trágico de la sociedad moderna.

A todo esto lo atraviesa una constante decepción. Los procesos políticos generan en algunos casos esperanzas, luego de otras decepciones, para tener probablemente siempre como condena una nueva decepción a futuro, ya que los procesos sociales introducen constantemente soluciones que traerán nuevos problemas que hoy no son posibles de detectar. Encerrarse en pandemia produce crisis económicas, la innovación tecnológica genera desocupación al mismo tiempo que aumento en el conocimiento científico y el no cultivo de salmones en Tierra del Fuego la pérdida de posibles empleos. Toda intervención, en un mundo tan diversificado, está condenada a generar impactos incontrolables en ámbitos que salen de su propio control. Pero en esta condena, en esta desgracia sin núcleo, una imagen simula una condición perfecta y estable, y quienes las usan y las disfrutan se hacen dependientes de ellas y de sus esperanzas. Cortar el pelo podría tener consecuencias desconocidas.

El reciente proceso electoral tiene una enorme cantidad de pistas en formato de decepción. Un acumulado asombroso de votos en Provincia de Buenos Aires por debajo del 1,5% necesario para participar en noviembre, tienen una interesante similitud socio demográfica con muchos de aquellos que se ilusionaron con Alberto Fernández en 2019. Cuánto más alto ese voto es a “otros” en 2021, más intenso fue el voto al actual presidente hace dos años. La ilusión de hoy es un problema para mañana.

La cuestión no es la libertad, ya que eso es solo de lo que se habla mientras se tratan las tristezas de aquello que el mundo no puede resolver, sino los rastros de lo que se puede hacer mientras tanto en la sociedad. Con las ilusiones se resuelve la quietud y la falta de expectativa, para dejar pasar el tiempo del destino incierto, con algún sentido hacia el futuro, y hacer de cuenta que eso es algo que se elige en una imaginación de libertad, para luego quedar condenados a sostener una esperanza de la que solo se ocuparon hablando, mientras el mundo los sometía a su propia cárcel.

*Sociólogo.