COLUMNISTAS
Asuntos internos

La muerte de Tolstoi

El escritor ruso León Tolstoi
El escritor ruso León Tolstoi | CEDOC

Cuando Tolstoi murió tuvo lugar algo único. No solo porque expiraba uno de los más grandes escritores rusos del siglo XIX (una infección respiratoria a los 82 años, en tiempos en que no existían los antibióticos) sino porque comenzó a seguirse con atención en los días anteriores, con corresponsales enviados por los grandes medios del mundo al punto exacto en que el escritor agonizaba. Sus últimos días fueron cubiertos en tiempo real hasta por periodistas dotados de cámaras de cine (recuerden que estamos en los albores del cine, en 1910). Alguien dijo que se trató del primer reality show de la Historia. 

A pesar de lo que parece inducir la cantidad de hijos (trece), la relación entre Tolstoi y su esposa Sofía nunca fue del todo buena. Pero en los últimos años la cosa empeoró: él ya no la ama. (La Sonata a Kreutzer, en la que describe el matrimonio como una especie de condena, no nació de casualidad.) El escritor se debate entre contradicciones: Sofía ávida de dinero, él anhelando la pobreza franciscana; el mundo campesino que ya no era el de su infancia y las ciudades fabriles que él odia; su vida junto a los mujiks, salvaje, con largas caminatas en el barro, y ahora una vida sentado frente a un escritorio, con una fama que le significa miles de rublos al mes por derechos de autor (a los que renuncia en su testamento).

En octubre la salud de Tolstoi empeora, de modo que entre él y Sofía se establece una tregua, porque ella se da cuenta de que gran parte de las indisposiciones de su marido se deben a las continuas discusiones. Pero poco después Sofía encuentra un diario secreto de su marido (pequeñas libretas que llevaba escondidas en las botas) donde él dice cosas terribles sobre ella. Como es consciente de estar casada con un hombre famoso, y como le preocupa lo que la posteridad pueda decir de ella, se pregunta si tal vez Tolstoi no deslizó opiniones parecidas en su correspondencia, así que empieza a revisarla cuando él duerme, ayudada por algunos de sus hijos (a quienes el punto sobre los derechos de autor en el testamento no gustó mucho, y entonces están de su lado).

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Una noche de fines de octubre, Tolstoi se despierta en medio de la noche y escucha ruidos. Se levanta en silencio y descubre a Sofía revisando sus papeles. Pero en vez de hacer estallar una escena vuelve a la cama y mientras se hace el dormido traza un plan. A la mañana se levanta, despierta a su médico, que duerme en otro cuarto, se hace preparar (siempre en silencio) por un sirviente un pequeño equipaje y junto al médico se dirige a la estación ferroviaria más cercana. Quiere ir al sur, a Crimea y el Mar Negro.

Tolstoi dejó una carta en casa explicando los pormenores de su fuga. Sofía intenta suicidarse arrojándose a un lago, pero la rescata Alexandra, una de sus hijas. Que conoce los planes de su padre y se dirige a Optina, donde Tolstoi hizo una parada para visitar a su hermana. Allí lo alcanza Alexandra acompañada de una amiga, pero en vez de regresar deciden seguir viaje en tren los cuatro. Tolstoi viaja en tercera clase, porque así lo establece sus convicciones, lo que para un viejo de 82 años no es muy saludable (me refiero a tener convicciones). En determinado momento el doctor se da cuenta de que Tolstoi tiene fiebre y lo convence de bajarse en la primera estación, Astapovo. El jefe de la estación lo reconoce y cede una sala para que oficie de hospital improvisado. Los periodistas del mundo acuden. Todos los hijos y Sofía también. Tolstoi recibe a todos, menos a ella. Incluso ordena cubrir las ventanas para que su esposa no pueda espiarlo. Hasta que el 20 de noviembre deja de respirar. Y entonces Sofía es autorizada a entrar.