COLUMNISTAS

La nueva hora de Cuba

El restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos, a fines del año pasado, representa a corto y mediano plazo un cambio esencial en el rumbo de la Revolución Cubana. Similar al de otros procesos de “socialismo real” (China, Hungría, Polonia, la propia ex URSS, etc.) es en cambio distinto, y por eso ahora imprevisible, a causa de importantes diferencias geográficas, culturales, económicas, sociales y políticas. Un proceso que de haberse encarado antes con mayor realismo y sentido crítico, habría sido probablemente más fructífero para el proyecto socialista.

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De cómo cerrar los ojos ante la realidad

En diciembre de 1988, Fidel Castro apareció de improviso, a medianoche, en la fiesta de entrega de premios a periodistas latinoamericanos de la agencia Prensa Latina, en La Habana. Se formó alrededor suyo un corrillo de unas diez o doce personas entre invitados, premiados y miembros del jurado. El Comandante me miraba de vez en cuando, como hurgando en su legendaria memoria, hasta que al fin: Oye, tú ¿qué fue...? Le recordé que un año antes, durante un acto de homenaje al “Che” Guevara en Pinar del Río, luego de su discurso le había preguntado –sin respuesta, a causa del tropel de gente que lo rodeaba- por qué nunca se refería a los problemas específicos del modelo socialista soviético, que ya eran evidentes.

Se envaró. “¿Y qué problemas tiene el socialismo, chico?” Por ejemplo la productividad, Comandante, me atreví; la productividad socialista es muy inferior a la capitalista; inferior incluso a la de muchos países capitalistas subdesarrollados... En la media hora siguiente, “El Caballo”, como lo llaman cariñosamente en Cuba, se desbocó, ante el asombro de los presentes: Rogelio García Lupo, Eduardo Galeano, Jorge Timossi, Frida Modak, Stella Calloni, Nora Parra, Charo López y Claudio Díaz. Nada personal, a pesar de que de vez en cuando el Comandante me clavaba el dedo índice en el pecho para subrayar alguna frase. Fidel despotricaba contra la URSS, que los dejaba en la estacada; contra “esos comemierda de tecnócratas de la escuela Lomonosov”, que habían formado a los cuadros cubanos durante años y, sin nombrarlo, contra Gorbachov, que acababa de pasar por la isla a decirle que se terminaría la ayuda. Soltaba su profunda decepción e impotencia y parecía no importarle que lo oyeran. Faltaban pocos meses para que cayese el Muro de Berlin.

Y tenía razón. Al menos desde invasión estadounidense en Bahía Cochinos, en 1961, Cuba había atado de buena o mala gana su modo de producir y su estrategia, todo su destino, a la URSS. Cuando ésta cayó, desaparecieron casi de la noche a la mañana los créditos, ayudas y el 83% del comercio cubano. Pero Fidel no contestó entonces la pregunta, y ese siguió siendo el problema.

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Dos años después, el 24-11-90, pronuncié en la Casa de América Latina de París la conferencia que se incluye a continuación. Ese día, cuando comencé con mis reflexiones sobre los problemas propios del modelo de “socialismo real”, los miembros presentes de la embajada cubana en Francia abandonaron ostentosamente la sala, acompañados de varios dirigentes políticos e intelectuales franceses y latinoamericanos.

El interés de estas reflexiones de hace 25 años reside pues en la evolución de la situación cubana hasta el día de hoy y también en la persistente negación de la realidad de esos dirigentes políticos, militantes e intelectuales, la mayoría de ellos enzarzados ahora en la defensa de los populismos venezolano y argentino. La misma ceguera voluntaria ante fenómenos muy distintos y en muchos casos, todo hay que decirlo, no sólo por razones ideológicas, sino de interés personal y/o pecuniario.

El final de la URSS se concretó un año después de esa conferencia, el 25 de diciembre de 1991. Y no a causa de una guerra, o de una invasión: fue un derrumbe.

 

Carlos Gabetta

*Periodista y escritor. Acaba de publicar, junto a Mario Bunge, “¿Tiene porvenir el socialismo?” (EUDEBA)

 

 

CUBA: LA HORA MAS DIFICIL

(Versión en español de una conferencia pronunciada en la Maison d'Amérique Latine de Paris, Francia, el 24 de noviembre de 1990).

Miradas latinoamericanas sobre Cuba.

 

La idea de organizar una jornada de reflexión en la que latinoamericanos de distinta formación y perspectiva política hagan oir en Europa sus opiniones sobre un tema de nuestro continente me parece extremadamente oportuna. No creo equivocarme si digo que todos los latinoamericanos, incluso los que no compartimos las mismas ideas, sentimos demasiado a menudo que la perspectiva europea, aun la mejor intencionada, peca precisamente de eso: de ser estrictamente europea.

Esta forma de lo que llamamos "eurocentrismo" no es, creo yo, una cuestión de falta de objetividad. En general, tanto los medios de comunicación como los intelectuales europeos suelen hacer gala de mayor objetividad que nosotros, los "apasionados" latinoamericanos. Se trata de un problema político y, en última instancia, ideológico.

Hace más de ciento cincuenta años, Simón Bolívar espetó a los europeos: "Déjennos hacer tranquilos nuestra propia Edad Media". En aquellos tiempos, la expresión no fue una simple boutade. Creo que en cierto modo tampoco lo sería hoy y por eso me parece necesario, antes de abordar el tema Cuba, enmarcar la realidad latinoamericana actual en cierta perspectiva histórica.

El ideal democrático moderno tiene apenas dos siglos desde que fue cabalmente formulado (durante la guerra de independencia en Estados Unidos y la Revolución Francesa) y, salvo en Inglaterra y Estados Unidos -las dos potencias imperiales del período- su aplicacion concreta en el resto de los paises data, grosso modo, de fines de la segunda guerra mundial. El confort mayoritario en todos ellos tiene apenas unas décadas. Hasta llegar a la situación de nuestros dias, en la que se combinan en alto grado la libertad política y el progreso económico para la mayoria, los países desarrollados pasaron por largos períodos de inestabilidad política y graves conflictos internos e internacionales, en un contexto de enormes desigualdades sociales. Sin embargo, es la cara blanca y pulida del espejo la que se recomienda adoptar a América Latina, como si ésta se pudiera obtener prescindiendo de su revés negro y sangriento. Como Dorian Gray, la joven y lozana democracia de los países industrializados esconde en algún desván el retrato de un viejo vicioso y criminal, que la avergüenza.

A esto se refería Simón Bolívar con su boutade que no era tal. Las civilizaciones maya, azteca e incaica fueron a América lo que Grecia y Roma a Europa. Luego llegaron los bárbaros y el cristianismo, que en América Latina representaron a menudo la misma cosa. Si a principios del siglo pasado América Latina atravesaba su Edad Media, las guerras de la Independencia, la inmigración masiva y el boom económico y cultural de este siglo fueron su Renacimiento y su Ilustración. América Latina estaría hoy, entonces, en una situación política, económica y social similar a la europea en el siglo pasado y buena parte del actual: desigual desarrollo industrial, grandes bolsones de pobreza, hambrunas, analfabetismo, emigración y, como consecuencia de todo esto, inestabilidad política, dictaduras, democracias débiles, imperfectas o meros remedos de democracia.

En nuestros días, los países industrializados exigen a los países latinoamericanos que, a través del simple mecanismo electoral, garanticen la continuidad de un sistema político pluralista, con plena vigencia de los tres poderes republicanos y una economía basada en el libre juego de las fuerzas del mercado. Avala esta recomendación la feliz experiencia europea y escandinava, que han conseguido combinar esos valores políticos con un grado de desarrollo productivo no conocido antes y niveles de distribución igualmente inéditos.

Pero ¿cómo podrían los países latinoamericanos (y también, por supuesto, los asiáticos y africanos) llegar a ese grado de desarrollo político sin pasar por los terribles períodos previos que Europa ha conocido? ¿Cómo podrian ahorrarse las dictaduras, las guerras civiles, coloniales y mundiales al cabo de las cuales cuajaron la democracia y cierto igualitarismo en los países democráticos industrializados? ¿Como podrían disponer de recursos para distribuir más equitativamente el ingreso sin afectar la rentabilidad del capital transnacional? ¿Con qué podrian reemplazar la renta colonial, que tanto contribuyó al proceso de acumulación primaria en los paises industrializados?

En lugar de disponer de una renta colonial que contribuya a su desarrollo y estabilidad, América Latina vive una situación de dependencia neocolonial, cuya manifestación más notoria es el problema de la deuda externa. En la década de los ochenta, América Latina realizó transferencias netas de capital (diferencia entre ingresos netos de capital y pago de intereses y utilidades) hacia los países industrializados por valor de 200.000 millones de dólares. Sin embargo, la deuda externa regional pasó en el mismo período de 210.000 millones a 416.000 millones de dólares.

Para enfrentar cabalmente los problemas actuales de la democracia, el desarrollo y la justicia en América Latina, es preciso abordar todas esas cuestiones. En su discurso de aceptación del premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez resumió la situacion en una frase: "los latinoamericanos -dijo- entraremos al siglo XXI habiéndonos saltado el siglo XX".

Estas consideraciones preliminares me parecen esenciales para hablar de Cuba, así como me lo hubieran parecido, palabra por palabra, para hablar de cualquier otro país latinoamericano o del Caribe. Lo que tratamos hoy aquí es la situación de una revolución que primero fue democrática y luego se declaró marxista leninista, obligada por el cerco capitalista e incluso por una invasión militar. Si nos propusiéramos ocuparnos de los problemas de cualquiera de las frágiles, imperfectas y paupérrimas democracias actuales o de las dictaduras que hubo o que aún quedan en la region, el marco histórico y político sería el mismo.

En definitiva, lo que quiero decir es que si en Cuba no existe una democracia digna de ese nombre, ese es también el caso, con matices, del resto de los paises latinoamericanos y del Caribe. El hecho de que el régimen marxista leninista cubano sea de signo opuesto a los demás no quiere decir, desde mi punto de vista, que en ellos funcione plenamente la democracia. Mario Vargas Llosa, cuyas ideas políticas son distintas de las mías, se refería a lo mismo cuando dijo, recientemente, que México "es una dictadura perfecta".

Si democracia e igualdad son, desde la Revolucion Francesa, terminos inseparables, no existe actualmente una sola democracia en América Latina. Ni siquiera política, porque las cada vez mayores masas latinoamericanas marginadas de la producción, el consumo y la cultura, o no participan de la actividad democrática o, si lo hacen en el acto electoral, no tienen cabal conciencia de ello. En Cuba no existen el pluralismo politico ni la libertad de prensa e iniciativa, así como en las democracias latinoamericanas todo eso existe realmente para muy pocos y, en cambio, sobran injusticias y violaciones a los derechos humanos.

No digo esto con el animo de justificar al régimen cubano, sino para comparar lo comparable y, como he dicho antes, para describir una realidad que abarca a todos los países latinoamericanos, sean estos liberales, populistas, dictaduras de derecha o marxistas-leninistas.

Dicho esto, entro de lleno en el tema Cuba, que hoy nos ocupa.

Los amigos y simpatizantes de la revolución cubana hemos insistido durante años en subrayar las agresiones exteriores de todo tipo a las que ésta se ve sometida, muy en particular por parte de los Estados Unidos. Se ha hablado tanto sobre esto, existen tantas pruebas y testimonios sobre esa agresión permanente, que no es necesario volver sobre el tema. Sólo la mala fe puede soslayar la influencia de la agresión exterior sobre la evolución y el carácter del régimen político y los dirigentes cubanos, así como sobre los problemas de la economía y las dificultades del abastecimiento de la población en Cuba.

Pero lo que está ocurriendo en la Unión Soviética y en el resto de los países hasta ahora llamados socialistas nos obliga, a menos que hagamos gala de la misma ceguera o mala fe de los que pretenden ignorar la agresión exterior a Cuba, a considerar problemas que nada tienen que ver con "la herencia capitalista" ni con "el cerco y la agresión imperialista", sino que son inherentes al socialismo, al menos al tipo de socialismo radical (régimen de partido único, asimilación del Estado por el Partido, censura y represión a la disidencia, economía ciento por ciento planificada y organizada desde el Estado-Partido) que ha intentado aplicarse en diversos países del mundo desde la revolución soviética.

Enumeraré sólo tres de los graves problemas derivados de esta experiencia socialista, al cabo de más de setenta años de aplicación concreta en diversos países:

1) en una sociedad que se pretende sin clases, aparición de una clase dirigente enquistada en el poder, privilegiada y en buena medida minada por la corrupción. El culto a la personalidad del dirigente local (Stalin, Ceacescu, Hoxa) y la mitificación de los "padres fundadores" (Marx, Engels, Lenin), suele ser la guinda de esta tarte a la crème. Los dirigentes comunistas acaban por configurar una clase cada vez más apartada del resto de la sociedad y, al cabo, enfrentada a ella.

2) la omnipresencia del Partido y sus principales líderes sobre el conjunto de la sociedad; la pretendida infalibilidad de sus análisis y decisiones; la reducción de la teoría y el análisis marxista a formulaciones dogmáticas; la represión de toda disidencia, el control totalitario de la prensa y de la educación, ejercidos en nombre del pueblo y con el objeto de enfrentar a la "contrarevolucion", acaban por eliminar todo verdadero debate de ideas en la sociedad. Desaparece la crítica y, con ella, la dialéctica entre práctica y conciencia social. Si "es la práctica social la que determina la conciencia", como demostró cabalmente Marx, la conciencia producto de ese tipo de socialismo está lejos del ideal socialista. Se establece, al contrario de lo deseado, una práctica de la suspicacia y del ocultamiento de las verdaderas opiniones, que acaba por determinar una conciencia cínica, insolidaria, mezquina y en definitiva reaccionaria. Esta conciencia suele permanecer oculta por el sistema represivo, pero aparece al menor cambio.

3) en el plano económico, los problemas son numerosos, pero se pueden resumir en un aspecto: la productividad. El socialismo no ha conseguido (quizá porque no es posible en este momento del desarrollo de la conciencia social del ser humano) reemplazar el estímulo del progreso individual propio del capitalismo por otro, de carácter social o ideológico, capaz de igualar o superar sus resultados. La economía socialista es mucho menos productiva que la capitalista, en calidad, en cantidad y en cualquiera de sus niveles, primario, secundario y terciario. El socialismo "real", en consecuencia, no ha sido capaz de cumplir sus promesas de mejorar el bienestar global de la población. Aunque a esto se suele replicar, con razón, que en cambio sí procuró mayores niveles de justicia e igualdad, es evidente que no pudo sostener -precisamente por no ser capaz de producir con eficacia- esas ventajas durante mucho tiempo, después del inicial aprovechamiento económico del "entusiasmo revolucionario", con lo cual recayó en una situación de pobreza, agravada por el aumento de las expectativas sociales.

Estos tres fenomenos están, por supuesto, íntimamente relacionados y ejercen entre sí una fuerza de acción-reacción que multiplica la gravedad de los problemas. Las constantes (y al parecer interminables) revelaciones sobre "lo mal que está todo" en la Unión Soviética prueban que este tipo de socialismo conduce, al llegar a cierto punto, a un callejón cuya única salida parece ser el caos o la contrarevolución.

Teniendo en cuenta esta experiencia, no veo cómo podría la Revolución Cubana evitar ese destino sin decidirse a una radical corrección de rumbo. Cuba padece claramente de esas tres consecuencias del modelo. Con matices, en algunos casos importantes, pero las padece. Y no podría ser de otra manera, porque es un régimen de partido único, porque no existe pluralismo verdadero, ni de partidos ni de opinión, y porque la economía está totalmente planificada desde el Partido y el Estado. ¿Por qué el resultado de la experiencia cubana debería ser diferente de los demás, si el modelo es el mismo?

Me gustaría estar equivocado, pero no creo que el llamado "proceso de rectificación" que ha encarado hace unos años el régimen cubano apunte al corazón de esos problemas. Se trata, sin duda, de esfuerzos sinceros, que comportan enormes sacrificios, pero destinados a nuevos fracasos en la medida en que no corrigen fallas estructurales del sistema. Los dirigentes cubanos siguen insistiendo en las indudables conquistas de la Revolución, sin considerar qué condiciones las hicieron posibles, hasta qué punto incluso esas conquistas han comenzado a deteriorarse ni, por supuesto, las grietas internas que amenazan al régimen.

Los comunistas cubanos afirman, con razón, que en Cuba no se ha producido nada parecido al estalinismo, así como que su revolución en nada se parece a la de los países de Europa Central, hijas de la ocupación militar consecutiva a la segunda guerra mundial. Insisten, como ya he señalado, en las conquistas en materia de salud y educación, inéditas no sólo en el Tercer Mundo, sino incluso respecto a algunos países desarrollados. Se muestran sinceramente agradecidos por la ayuda material brindada por la Unión Soviética y otros países socialistas a lo largo de más de treinta años, pero en cambio se resisten a considerar lo que creo es el meollo de la situación cubana: que esa ayuda les ha ahorrado, hasta ahora, la fase de acumulación originaria de capital y, en consecuencia, les ha permitido distribuir sin tomarse el trabajo de producir y ahorrar previamente.

El estalinismo apareció y se consolidó en la URSS cuando este país, único socialista en el mundo de entonces, se tuvo que plantear la dramática opcion: industrializarse o morir. ¿Y cómo hacerlo, si el mundo capitalista no sólo no estaba dispuesto a aportar los capitales y la tecnología, sino que saboteaba al joven Estado socialista? Desde el punto de vista de la acumulación originaria de capital, el estalinismo en la URSS se corresponde con los horrores de la industrialización en la Inglaterra del siglo XVIII y con los de la dominación colonial que las actuales democracias de los paises industrializados ejercieron sobre el Tercer Mundo hasta muy avanzado el siglo XX.

El estalinismo es la expresión politica de la etapa de acumulación originaria en la experiencia socialista soviética. Las democracias, a la hora de la acumulación original, vivieron su propio “estalinismo”. Pero aquí debemos señalar una diferencia importante: mientras el capitalismo dispuso de mecanismos para continuar su desarrollo, es evidente que el socialismo no ha podido, después de su etapa de acumulación originaria en la URSS, "colocar la segunda velocidad". Al contrario, inició un proceso de decadencia que lo condujo a la situación actual. Por eso, algunos analistas calificados, como el mexicano Pablo Gonzalez Casanova, asimilan a los regímenes de "socialismo real" con cierta forma de populismo capitalista. Ambos serian igualmente antidemocráticos, igualmente distribucionistas e igualmente incapaces de garantizar la reproducción de riqueza.

Fuentes occidentales calculan que entre créditos, donaciones, mecanismos de precios subvencionados y de otro tipo, Cuba ha recibido de los países socialistas 80.000 millones de dólares de ayuda en sus 30 años de revolución, sin incluir la ayuda militar. Aun reduciendo esa cifra a la mitad, tendríamos una suma extraordinariamente importante para un país como Cuba. En todo caso, suficiente para su desarrollo. Sin embargo, Cuba es actualmente un país que no puede alimentar a sus propios habitantes y sigue siendo prácticamente monoproductor y monoexportador. El número de camas y los ingresos por turismo son casi exactamente iguales a los de antes de la Revolución. En una palabra, Cuba no se ha desarrollado en el sentido cabal del término, a pesar de que, junto a los países petroleros, es el único latinoamericano que ha gozado, gracias a la ayuda soviética, de un ingreso equivalente a la renta colonial de los países industrializados.

En este punto debemos señalar, en honor de la Revolución Cubana y de sus dirigentes, que todo ese dinero no fue a parar, como ha ocurrido sistemáticamente en todas las llamadas "democracias" latinoamericanas, a manos de unos pocos miembros de una burguesia corrupta y expoliadora. Todos sabemos a quiénes ha beneficiado y a quiénes está perjudicando la enorme deuda externa de los países latinoamericanos. En Cuba, en cambio, ese dinero se utilizó para construir hospitales, escuelas y para mejorar el nivel de vida de la gran mayoría de la poblacion. También para desarrollar un generoso esfuerzo internacionalista -no sólo en dinero, sino en todo tipo de solidaridad, hasta el sacrificio de vidas humanas- dirigido a los movimientos progresistas y revolucionarios de América Latina y el Tercer Mundo.

Pero la comprobación de que los dirigentes comunistas cubanos son globalmente sinceros y leales y aun la evidencia de que siempre han contado con el apoyo de la mayor parte de su pueblo, no elimina los problemas del modelo socialista cubano señalados anteriormente. Se trata de cuestiones objetivas, que nada tienen que ver con la voluntad subjetiva de la generación de dirigentes que inició la revolución con el asalto al Cuartel Moncada en 1953 y que aún continúa en el poder.

Fidel Castro y sus compañeros morirán, tarde o temprano, y es por eso que todos los marxistas, todos los amigos de la Revolucion Cubana nos hacemos con angustia esta pregunta: ¿qué pasará entonces? En lo que me concierne, la velocidad de vértigo a la que se desarrollan los acontecimientos mundiales me ha llevado últimamente a preguntarme si la situación no acabará deteriorándose gravemente incluso en vida de Fidel Castro. ¿Qué cariz tomarían en ese caso los acontecimientos? Para ser honesto, no tengo respuesta a este interrogante.

Hace unos meses, en La Habana, un amigo cubano me dijo: "la perestroika deberia haber comenzado aquí". No creo que haya sido una expresión de deseos, sino un lamento. En efecto, a priori da la impresión de que Cuba tendría menos problemas que la URSS para encarar una serie de reformas estructurales, a condición de que los verdaderos problemas se abordaran de frente, en profundidad y sin esquematismos.

Quienes se resisten a estos cambios (me refiero a quienes se resisten de buena fe, no a los burócratas, o fanáticos, o corruptos, que tambien los hay, por supuesto), insisten en que una "apertura" en Cuba sería imposible de controlar, debido a la cercanía y al enorme poder de los Estados Unidos. El argumento no es nada despreciable, pero en este punto volvemos a lo ya dicho anteriormente: la principal amenaza de un régimen como el cubano proviene en este momento de dentro y no de fuera. Si alguna vez la URSS se ve obligada a retirar totalmente su apoyo económico a la Revolución, todo se reducirá a una cuestión de tiempo, por más sacrificios que haga el pueblo cubano. Conscientes de ello, los Estados Unidos se limitan en la actualidad a esperar, ajustando más aún los tornillos que atenazan a Cuba desde hace treinta años.

Es por eso que mi más ferviente deseo (también mi recomendación, si se me permite), es que el pueblo cubano y sus dirigentes afronten el desafío de enmendar los graves problemas del modelo socialista vigente con el mismo valor, desenfado y creatividad con que asombraron y entusiasmaron al mundo entero hace 31 años.

Muchas gracias.