La estadounidense Danielle Steel (1947) lleva publicados exactamente 179 libros (146 de los cuales son novelas), a un ritmo de siete al año. Oliver Burkeman escribe sobre este “caso” en el Guardian, e irónico –tal vez no, tal vez habla en serio–, dice temer que es probable que el número de novelas, como el de la inflación en Venezuela –esto no lo dice Burkeman, lo digo yo: el muerto se asusta del degollado–, podría haber subido entre el momento en que comenzó a escribir su artículo y lo terminó. La pregunta es: ¿cómo hace? En una entrevista publicada en el último número de Glamour, la señora cuyo verdadero nombre es Danielle Fernandes Dominique Schuelein-Steel reveló el truco: escribe todo el tiempo.
Y con “todo el tiempo” no debe entenderse a menudo, ni siquiera bastante, ni siquiera mucho: escribe siempre, al menos 20 horas por día, algunas veces incluso 24, y se toma solamente una semana de vacaciones al año. “No voy a la cama hasta que me siento tan cansada que podría dormir en el suelo”, declara la señora Steel en la entrevista, “Si duermo cuatro horas, para mí fue una noche perfecta”.
Esa es apenas una de las tantas sentencias desmitificadoras que lanza la Steel en la entrevista –“¿Cómo se hacen las cosas? Haciéndolas y basta. ¿No es fantástico? Es el único truco que funciona en la vida”; “El trabajo es mi refugio. Cada vez que en mi vida personal sucedió algo feo, siempre fue allí donde me refugié”–, lo que lleva a Burkeman a no respetar la regla Goldwater, según la cual no debería hacer diagnósticos de personajes públicos a menos que los conozca personalmente, y lanza una interpretación –a mi juicio bastante acertada: la señora Steel tiene un problema.
Porque la tendencia general frente a las declaraciones y el handicap de Steel es pensar que nosotros no nos esforzamos lo suficiente. Antes de la llegada de la gig economy, recuerda Burkeman, cuando bastaba con tener un trabajo en blanco y no era necesario estar demostrándole continuamente a nadie que se sabía hacer lo que se hacía, una compulsión como la de Steel habría sido definidida como “adicción al trabajo”, probablemente motivada por la depresión, la falta de autoestima o la incapacidad de afrontar las dificultades de la vida, etc., etc.
Burkeman la tilda de neurótica, pero minimiza su juicio recordando que en un punto todos somos neuróticos. La única diferencia que existe entre nuestro comportamiento neurótico y el de Danielle Steel es que ella procura placer a millones de lectores, mientras que en la mayor parte de los casos nosotros hacemos lo contrario, es decir, nos topamos con un problema y en la vía de encontrarles una solución le hacemos la vida imposible a todos los que nos rodean. O no a todos, pero sí a muchos.
¿No será eso ahora que lo pienso? Retrocedamos o avancemos en la vieja tesis del Día de la marmota (en alusión al film de Harold Ramis de 1993): facilitarle la vida a los demás, ser útiles a los demás, hacer felices a los demás, inevitablemente conlleva la propia felicidad (no solo ello: en el film lleva al personaje central a la redención).
En otras palabras, el problema de nuestras neurosis subdesarrolladas no es la neurosis en sí, sino que no benefician a nadie. Como si no bastara, en 2003 la señora Steel abrió una galería de arte en San Francisco, donde vive, para exhibir los cuadros y esculturas de jóvenes artistas: la Danielle Steel Art. Desde este humilde espacio le deseamos a la señora una larga vida y 180 libros más –si algo así es posible.