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Los chinos de antes

En algún momento aparece un fragmento de una película de Guy Debord en la que se describe a Godard como “el más imbécil de los maoístas suizos”.

1-11-2020-Logo Perfil
. | CEDOC PERFIL

En estos días no hago más que mirar películas del festival de documentales de Sheffield. La pandemia ofrece la posibilidad de asistir a los festivales sin tener que viajar. Me pregunto si esa posibilidad va a seguir existiendo cuando se levanten las restricciones a la circulación, si es que se levantan. Tal vez la libertad no sea un bien precioso y tengan razón quienes afirman que basta con la salud y la igualdad.

Esa idea pareció desprenderse de las palabras del artista y cineasta belga Vincent Meessen cuando presentó en Sheffield su película Juste un Mouvement y dijo que lo único importante de la democracia era la justicia. Sobre su charla virtual con el público flotaba el aire de la revolución y la idea del cine como un instrumento para acercarse a ella. La película, que tiene un final simbólicamente optimista y un poco forzado, refleja la euforia que se percibe en el mundo progresista de hoy como un reflejo de la de otros tiempos. Juste un Mouvement dialoga extensamente con La Chinoise de Godard, un film que comentó por anticipado el mayo del 68 desde la perspectiva maoísta de su director. Desde el título mismo, que parafrasea uno de los aforismos más famosos de Godard (Pas une image juste, juste une image), Juste un Mouvement se hace inseparable de La Chinoise. Por un lado, sigue los pasos de uno de sus actores, Omar Blondin Diop, el estudiante negro que les da clase de marxismo-leninismo a sus camaradas. Diop fue en la vida real un dirigente del 68 en París y un político contestatario en Senegal, donde murió asesinado en la cárcel en 1973. 

Por otra parte, Meesen hace interactuar los films intercambiando planos de una y contraplanos de la otra mientras reconstruye la vida de Diop a partir de testimonios de sus amigos y familiares. Se encuentra así con un grupo de viejos intelectuales senegaleses de una notable lucidez: pueden hablar de Diop con cariño, con la auténtica desolación por su muerte inesperada e irreparable, pero también con la claridad necesaria para describir su encrucijada política, tan propia de la época. 

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Así nos enteramos de la recorrida de Diop por todos los grupos de extrema izquierda, de su acercamiento al marxismo intelectual de Foucault y Althusser para esquivar la vulgaridad del maoísmo, de su admiración por el situacionismo (en algún momento aparece un fragmento de una película de Guy Debord en la que se describe a Godard como “el más imbécil de los maoístas suizos”), de su coqueteo con la lucha armada que lo llevó a entrenarse militarmente en Palestina. 

Así como Godard se ocupó siempre del presente y sus jóvenes y bellos militantes dostoievskianos pueden ser ridículos pero miran al futuro, Meesen intenta observar el Senegal actual desde una perspectiva similar y se encuentra con la frondosa presencia china en la cultura y la política del país. Pero mientras que Diop luchaba contra la hegemonía cultural francesa encarnada en el presidente Senghor, Meesen mira la expansión neocolonial china con pragmatismo, desde cierta colaboración al servicio de la espiral hegeliana de la historia, como le explica el filósofo al militante en un viaje en tren que cita a su equivalente en La Chinoise. Y allí empecé a preguntarme si la historia se repite no como tragedia sino como una versión opaca, de segunda mano.