A veces pienso que todos los críticos leen y reseñan los mismos libros. El otro día encontré un caso paradigmático: el de un escritor con un pequeño nombre y un pasado relacionado con otras figuras de las letras. Reseñarlo resultó obligatorio en todas las páginas culturales. Cuando se trata de autores argentinos, sabemos que quienes reseñan hoy serán reseñados mañana y quienes editan hoy serán editados mañana, de modo que el intercambio de cortesías es previsible en un mundo chico y endogámico. Pero, además, ese mundo suele estar muy acotado por la geografía y deja huérfanos de comentarios a los que escriben fuera de Buenos Aires, aunque a veces tengamos noticias de lo que ocurre en Bahía Blanca, en Santa Fe o en Córdoba. Más allá empieza el desierto de la literatura.
Por eso me puso contento recibir por correo dos libros de la Editorial Municipal de Rosario, a la que le hago campaña siempre que puedo. La “:e(m)r;” tiene la intención de asomarse a la tierra de nadie mesopotámica, donde parece que desde Horacio Quiroga nadie ha escrito una línea. Esa intención se canaliza en parte mediante su concurso regional de nouvelle, que ha resultado en unos cuantos hallazgos. En particular, en el de estos dos libros.
Raúl Novau, autor de Harina de carnaval, nació en 1945. Es un veterinario que vive en Posadas y podría calificarse de literato amateur: publicó narrativa y teatro, dicta clases y talleres gratuitos. La nouvelle está ambientada en los 60 y es la historia de aprendizaje de Mango, un adolescente tímido al que su tío invita a acompañarlo en su camión cargado de harina. También lleva a Eirene, una prostituta manejada por El Alemão, tenebroso personaje que parece escapado de La isla del tesoro. La iniciación sexual de Mango será la primera escala de un viaje por un ambiente picaresco y fuera de la ley. A medida que se internan en la selva, aparecen personajes cada vez más extravagantes, hasta llegar a la apoteosis de traición y exotismo en un carnaval siniestro. La historia de Mango merecería una película, y de algún modo ya lo es.
María Angélica Vicat, otra septuagenaria, otra amateur, vivió en seis provincias, tiene una descendencia numerosa y escribe relatos de ciencia ficción para la web. Te compré girasoles, su primer libro en papel, es la crónica de una tragedia familiar que parece autobiográfica pero, aunque no lo sea, tiene una fuerza dramática demoledora. Vicat narra en primera persona la historia de una madre que ve cómo su hija se enferma sin que nadie haga nada para curarla. Ambientada en Corrientes durante 2003, esta es la mejor descripción que yo haya leído de un grupo social castigado: el de la clase media baja de provincia, a mitad de camino de todo, a la que le falta dinero para tener obra social, para no trabajar de sol a sol, para pagar el celular, para cubrir las deudas. Pero además es un mundo de mujeres sometidas a los hombres y un mundo de hombres y mujeres sometidos a los restos de un patriarcado feudal, a una burocracia desalmada, a una medicina indolente y mal formada. Lo más notable de este libro único es que Vicat hilvana una pesadilla fractal, donde cada rama familiar, cada matrimonio, es otro infierno en el que no hay amor o en el que el amor no alcanza para paliar tantas desgracias. Este libro debería ser un gran best-seller.