Boca y River vivieron una semana intensa, más allá del fútbol en el que penan buscando, con diferentes estímulos y dificultades, un campeonato más para sus vitrinas. Boca escribe el prefacio de la habitual novela que las sucesiones promueven en el poder. River, por su parte, parece que encontró alivios superfluos en una empresa que, con disimulo cambió de nombre y de sede porque lo del Locarno olía mal y entonces la llevaron a Canadá, país futbolero si los hay... Boca discutió la lista del oficialismo con Macri reclamando representación propia, porque dice que la gente le ruega que no se vaya. River vendió a Marco Ruben con olímpica ignorancia de los desacuerdos que tales comportamientos provocan en su masa de seguidores. Macri no quiere perder la cuota de poder en el club de mejores negocios y más éxitos. No se conforma con dar los hurras y despedirse como para volver cuando lo desee, si la política, tan sinuosa, alguna vez le diese contra. Aguilar vuelve a colocar en manos de personas sorprendentemente afortunadas potenciales ganancias que, cuando se concreten, serán millonarias e inexplicables. No le basta con la generosidad que ofreció a manos llenas con los pases de Higuaín, Belluschi y tres juveniles, no hace demasiado tiempo. Con la aprobación de la mayoría automática de los dirigentes entregó de la manera que describiremos el pase de un jugador de 21 años, que si destapa, puede valer una cifra inimaginable. Macri quiso y logró ponerle a Pompilio gente de su confianza y mantiene la apuesta por un hombre que ofrecerá la espalda a su última voluntad: la tardía refutación de Grondona. Estaba en una encrucijada, es cierto, y había que maniobrar con cautela. Si le quitaba el apoyo a Pompilio quizás éste ganaba igual y Macri perdía todo. O debilitaba al sucesor elegido y Pompilio perdía ante Digón, lo que para Macri es todavía peor. Eligió el mal menor de ratificar a un hombre que ni siquiera fue capaz de ser portador de la carta que tardó ocho años en escribir, como si las 20 líneas de rechazo a la reelección de Grondona le insumieran el tiempo que a don Miguel Cervantes de Saavedra escribir el Quijote. Quijote Macri, para decir algo comprometido pero fuera de tiempo. Quijote Pompilio, para estrujar la carta en su bolsillo. Quijotes sin molinos de viento ni edulcoradas Dulcineas. Aguilar e Israel, bien secundados por más de una docena de firmas oficialistas, vendieron el cincuenta por ciento de Marco Ruben, así: 2 millones y medio de euros pagaderos en cinco cuotas, de las cuales River percibirá tres en 2008 y la última en diciembre de ese año. Y la frutilla sobre el postre servido: si los adquirientes de Canadá, como sacrificados socios que son, no pagan las dos últimas cuotas, no pierden todo, sino una parte del porcentaje inicial. Generoso Macri con Pompilio y River en sus negocios con los grupos inversores, esperan ahora un éxito deportivo que minimice las respectivas gestiones de las últimas semanas. Macri no se quiere ir y Aguilar lucha para que no lo echen. Uno deja una especie de testaferro de su poder, al que le asigna algunos marcadores importantes dentro de la directiva. El otro juega libre, redobla sus apuestas, mientras prepara la defensa para un juicio oral y asiste al final de una película con mucha acción: los crímenes de las barras bravas que, como laureles, supo conseguir, frase, esta última sólo válida si fuese cierto que los empleó, ayudó, usó y toleró. Si Lanús, por un lado, y Arsenal o América de México, por otro, no les arruinan sus planes, todo puede tener un final feliz. Pompilio y Aguilar serán reporteados por el periodismo del establishment que los diseña a su gusto. Y dirán lo bien que le hacen, con su sacrificio a todo el fútbol argentino. Brindarán por un nuevo año. Y unirán sus copas con la de Grondona, al que la suerte siempre le sonríe. No hacen al mundo más habitable, se admite. Pero, ¡cuánta sinceridad!