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El economista de la semana

Luz al final del túnel de la economía mundial

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Luego de varios trimestres de marcada inestabilidad e incertidumbre, las aguas parecen haberse calmado para las economías desarrolladas.

Los riesgos de un colapso sistémico en Europa se redujeron ostensiblemente luego de que, hace unos meses, el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, afirmara públicamente que haría todo lo que fuese necesario para evitar una ruptura del euro. A los ojos del mercado, las palabras del mandamás de la autoridad monetaria europea representaron un reaseguro de que el statu quo del proyecto europeo terminaría por no desaparecer (a pesar de la creciente incertidumbre que se respiraba por aquellos días). Y esto sigue siendo cierto incluso luego de los acontecimientos recientes en Chipre. Si bien el “rescate” de aquel país generará ruido en los mercados en el corto plazo, muy difícilmente implique un retorno a los niveles de incertidumbre y volatilidad que afectaban a la Eurozona un tiempo atrás.

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Por el lado de Estados Unidos, el panorama también luce actualmente algo más tranquilo de lo que era en el pasado reciente. El claro triunfo de Barack Obama durante las elecciones presidenciales de noviembre de 2012 –que fortaleció su posición política y, junto con ella, su poder para negociar cuestiones económicas relevantes (como el abismo fiscal, el techo de la deuda pública, etc.) con la oposición republicana– y un claro y fuerte compromiso de la Reserva Federal de continuar con las políticas heterodoxas de estímulo monetario han sido dos de las principales razones por las cuales el panorama en Estados Unidos luce por estos días más despejado.

Sin embargo, aún queda un muy largo camino por recorrer. Especialmente en Europa. En efecto, si bien los riesgos de una gran crisis (económica, política, institucional y social) se han reducido, los desequilibrios macroeconómicos del Viejo Continente siguen plenamente vigentes y, más importante aun, no se solucionarán ni rápida ni fácilmente. Solucionar los fuertes desbalances en términos de competitividad (causa primaria y central del estancamiento económico, primero, y del deterioro fiscal después) que existen actualmente requiere una precisa y armoniosa combinación entre mejoras de productividad de las economías periféricas, por un lado, y una tasa de inflación más alta en las economías centrales, por otro. Nada fácil de llevar a cabo en la práctica.

En Estados unidos también hay importantes desafíos por delante en materia económica. La todavía alta tasa de desempleo y la relativamente débil situación que aún vive el mercado inmobiliario (ambos con efectos no triviales en términos de “riqueza” de los consumidores) siguen siendo importantes limitantes del gasto de los hogares. Asimismo, y si bien han existido algunas mejoras recientes, la inversión de las empresas tampoco tiene todavía el dinamismo deseado. Por su parte, la demanda externa de productos norteamericanos tampoco tiene por estos días un comportamiento estelar, en buena medida como consecuencia de que el dólar, y a pesar de la ultra laxa política monetaria de la Reserva Federal, no ha perdido valor con respecto a las otras principales monedas del mundo (por el contrario, se ha estado apreciando levemente durante los últimos trimestres). Así, el sector externo no llega a compensar las debilidades de la absorción doméstica. En este marco, muchos sectores siguen operando bien por debajo de su potencial, lo que implica un derroche de recursos físicos y humanos que sin dudas tendrá impacto negativo en la dinámica de crecimiento de mediano plazo de la economía norteamericana.

En este marco, el escenario más probable es que la tasa de crecimiento del mundo desarrollado se mantenga relativamente baja en el corto/mediano plazo. En efecto, y según las últimas estimaciones disponibles, los países industrializados se expandirían sólo +1,4% durante 2013 y +2,2% en 2014.

En el mundo emergente la situación es distinta. Luego de la leve desaceleración en la tasa de crecimiento que se produjo durante 2012, la expansión promedio de estas economías se elevaría hasta +5,5% durante 2013 (desde el +5,1% registrado en 2012).

En lo que hace a las economías emergentes asiáticas, el panorama luce alentador. Si bien el ritmo de crecimiento es algo más bajo que un par de años atrás (entre 2003 y 2010 la tasa de crecimiento real promedio de China resultó de +10,9% anual, mientras la de India ascendió a +8,2% anual), sigue siendo muy importante en términos absolutos, en especial si se tiene en cuenta la pobre performance de los países desarrollados. La buena noticia es que los factores detrás de la expansión de las economías emergentes asiáticas (inversión pública en infraestructura, mejoras cuantitativas y cualitativas de los patrones de consumo urbanos, incrementos de productividad impulsados por el desarrollo de nuevas tecnologías, etc.) continúan en buena medida vigentes, lo que asegura una tasa de crecimiento relativamente alta para el corto/mediano plazo. Según los pronósticos, China se expandiría +8,2% este año (vs. +7,8% en 2012) e India haría lo propio con un incremento de +5,9% (vs. +4,5% en 2012).

Por el lado de Latinoamérica, también se percibe un clima de optimismo. La fuerte inversión en infraestructura, posibilitada en buena medida por una posición fiscal relativamente sólida (que permite financiar obras con recursos de rentas generales o a través de endeudamiento a tasas de interés bajas) y la combinación de alta demanda de productos primarios y precios internacionales elevados configuran un combo procrecimiento económico en Latinoamérica.

Por supuesto, no todas las economías (ni todos los gobiernos) latinoamericanas son iguales y, por tanto, las situaciones difieren de un país al otro y los desafíos para el futuro inmediato y mediato también. Sin embargo, y más allá de esto, las tendencias generales son positivas y, por tanto, la amplia mayoría de los países de la región evidenciará un crecimiento económico relativamente elevado durante este año (en muchos casos, incluso más alto que el observado en 2012). En efecto, Latinoamérica se expandiría, en promedio, +3,6% en 2013 (vs. +3,0% de 2012).

En definitiva, el “mundo”, si bien todavía muy lejos del escenario precrisis subprime, comienza a dar señales de mejora. El camino es largo y no estará exento de sobresaltos puntuales, pero la estructura de la economía global se encuentra hoy en una posición más sólida que hace sólo unos trimestres atrás. Con este escenario, el gran desafío para Argentina será, sin dudas, sentar las bases para aprovechar plenamente las oportunidades que brinda un panorama global que, de a poco, tiende a despejarse.