Al compás del acelerado deterioro financiero post PASO, con efectos socioeconómicos palpables y el reemplazo del ministro de Hacienda, el Gobierno y la oposición practican un doble juego de guerra y paz de alto riesgo.
La carrera hacia el 27 de octubre, dentro de casi dos meses que prometen ser eternos, apestilla estas movidas que exponen las graves dificultades de gobernabilidad en este tramo de la competencia electoral, precedido por un resultado contundente en la mal llamada por el Presidente “encuesta cara”.
Desde entonces, Mauricio Macri, Alberto Fernández y sus equipos van y vienen en dichos y actitudes públicas y privadas, en una suerte de paso de minué casi suicida. Cuando se acercan, parece una Argentina lógica. Cuando dinamitan, reaparece la Argentina de siempre, que espanta a propios y extraños, en especial a ahorristas, inversionistas y centros financieros globales, donde volvemos a ser mala palabra. Otra vez.
Contribuye a la calma que Macri y Fernández den señales de convivencia y preocupación común en un foro de Clarín. También que Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal le manden mensajes de entendimiento a Alberto. O que el presidenciable más votado se junte con Toto Caputo y Carlos Melconian.
No ayuda Macri echándole la culpa del terremoto de los mercados al resultado de las PASO
No ayuda Macri echándole la culpa del terremoto de los mercados al resultado de las PASO. Tampoco que la gente de Fernández azuce que el FMI les planteó su supuesta inquietud por el “vacío de poder” y por un adelanto de las elecciones.
Menos aún favorece que desde el Gobierno se lance la acusación de que un miembro clave del albertismo económico, Guillermo Nielsen, haya pedido a bancos de inversión extranjeros que presionen al FMI para que no siga haciendo desembolsos antes del 10 de diciembre. Nielsen (y su jefe) se la agarraron con el periodista que difundió la imputación en vez de con la Casa Rosada. Allí, en la Secretaría General, recibieron la llamada indignada de Nielsen, a quien le desmintieron la especie. Horas después, Miguel Pichetto blanqueaba que la sospecha oficial existía. Todo vale en el dislate.
Para mantener el ritmo aparece cada vez que puede Elisa Carrió, experta en el arte de hacer un pogo frenético en medio del Teatro Colón. Y reapareció en las últimas horas Julio Cobos, fuera de todo pero adentro de la máquina de avivar el fuego. Alberto F aportó lo suyo con declaraciones innecesarias al Wall Street Journal.
Estos movimientos acercan con más prisa que pausa al país al empeoramiento de un escenario ya frágil y angustiante. Convendría que, más allá de la lógica electoral y de las conveniencias políticas, impere la de la supervivencia social. Aprendamos algo de nuestra historia.