Uno debería pensar que, cuando decidieron tomar el poder, el 24 de marzo de 1976, los militares ya habían definido qué harían con los prisioneros que ellos consideraban “irrecuperables”. Sin embargo, sostiene el ex dictador Jorge Videla que tanto él como sus colegas de la Junta Militar, el almirante Emilio Massera y el brigadier Orlando Agosti, protagonizaron el golpe sin saber bien qué hacer con esas miles de personas.
—Nosotros no tomamos esa decisión antes del golpe sino cuando se nos presentó el problema de qué hacer con esa gente que no podía ser fusilada públicamente ni tampoco podía ser condenada judicialmente. Entramos a la guerra sin saber qué hacer con todas las personas que eran el costo necesario para ganar la guerra. La solución fue apareciendo de una manera espontánea, con los casos de desaparecidos que se fueron dando. Casos espontáneos, pero que no eran decididos por un joven oficial recién recibido; no, casos que eran ordenados por un capitán que, a su vez, recibía la orden del jefe de la brigada que, a su vez, recibía la orden del comandante o jefe de zona.
En realidad, “era una figura que venía de los gobiernos anteriores, del gobierno peronista, por ejemplo”, en especial luego de los decretos firmados durante el interinato del senador Italo Argentino Luder, a principios de octubre de 1975.
Inicialmente, cada jefe de zona ensayó diversas artimañas. Por ejemplo, fraguaban fugas de presos: informaban que durante un traslado los detenidos habían intentado escapar, pero en realidad los habían fusilado alevosamente.
Sin embargo, a medida que aumentaban esas supuestas fugas de presos, “la gente comenzaba a desconfiar”, admite Videla.
El ex ministro del Interior Albano Harguindeguy coincide con Videla:
—Cometimos un grave error al lanzar la guerra contra la subversión en términos militares sin tener elementos suficientes para combatirla. A los montoneros les pasó lo mismo. El Código de Justicia Militar de Montoneros entró en vigencia recién el 1º de enero de 1976. ¿Qué significa no tener los medios? No teníamos los instrumentos legales para detener a un individuo, interrogarlo, pasarlo a un campo de prisioneros o demás; no los teníamos, y entonces, ¿qué quedaba? Y bueno, una de las cosas que quedaban era la desaparición. Aparte de los que caían en combate, otros desaparecían…
De acuerdo con sus verdugos, esos miles de prisioneros que eran “irrecuperables” no podían ser fusilados, ni derivados a la Justicia ni mucho menos liberados, porque volverían a tomar las armas o a cuestionar o enfrentar la dictadura, ya que el concepto de “subversión” que utilizaban los jefes militares era amplio, elástico, discrecional: no se limitaba a quienes habían tomado las armas.
Videla afirma que nunca se habló en la Argentina de “Solución Final”, palabras utilizadas por los nazis en Alemania.
—“Disposición Final” fue una frase más utilizada; son dos palabras muy militares y significan sacar de servicio una cosa por inservible. Cuando, por ejemplo, se habla de ropa que ya no se usa o no sirve porque está gastada, pasa a Disposición Final. Ya no tiene vida útil.
Luego del golpe de Estado, las desapariciones, que ya venían ocurriendo, aumentaron en forma exponencial, a tono con el grado máximo de autonomía que los militares habían adquirido respecto del resto de la sociedad argentina. No tenían que rendirle cuentas a nadie, tenían todo el poder político en sus manos. Videla se hace cargo de “todos esos hechos” y señala que los alentó de manera implícita, tácita.
—Frente a esas situaciones, había dos caminos para mí: sancionar a los responsables o alentar estas situaciones de manera tácita como una orden superior no escrita que creara la certeza en los mandos inferiores de que nadie sufriría ningún reproche. No había, no podía haber, una Orden de Operaciones que lo dijera. Hubo una autorización tácita. Yo me hago cargo de todos esos hechos.
Y agrega que, en el contexto de aquella época, fue “la mejor solución” que encontraron.
—No había otra solución. Pongamos que eran siete mil u ocho mil las personas que debían morir; estábamos de acuerdo en que era el precio a pagar para ganar la guerra, y necesitábamos que no fuera evidente para que la sociedad no se diera cuenta. Había que eliminar a un conjunto grande de personas que no podían ser llevadas a la Justicia ni tampoco fusiladas. El dilema era cómo hacerlo para que a la sociedad le pasara inadvertido. La solución fue sutil; la desaparición de personas creaba una sensación ambigua en la gente: no estaban, no se sabía qué había pasado con ellos. Yo los definí alguna vez como “una entelequia”. Por eso, para no provocar protestas dentro y fuera del país, sobre la marcha se llegó a la decisión de que esa gente desapareciera; cada desaparición puede ser entendida ciertamente como el enmascaramiento, el disimulo de una muerte.
Los jefes militares que tomaron el poder estaban dispuestos a utilizar todos los medios a su alcance para vencer a las guerrillas. Ya lo había anticipado Videla el 23 de octubre de 1975, en Montevideo, durante la 11ª Conferencia de Ejércitos Americanos: “Si es preciso, en la Argentina deberán morir todas las personas necesarias para lograr la paz del país”.
—La libertad de acción derivó en grupos que se manejaron con demasiada autonomía. Había una finalidad, que era lograr la paz sin la que hoy no habría una república. Pero los medios fueron tremendos –afirmó el ex dictador durante una de las entrevistas realizadas entre octubre de 2011 y marzo de 2012 en la cárcel federal ubicada dentro de la guarnición militar de Campo de Mayo.
Fue la única confesión de Videla sobre los detenidos desaparecidos; al año siguiente de publicado el libro, en 2013, murió en la cárcel a los 87 años, mientras cumplía su condena a prisión perpetua.
*Editor ejecutivo de Fortuna. Fragmento del libro Disposición Final, el método de Videla, editorial Sudamericana.