La aparición del libro de Cristina Fernández de Kirchner -verdadero suceso editorial del momento- representa un hito político significativo en el complejo panorama vernáculo. Su lectura es de gran utilidad no sólo para tener claridad sobre los planes futuros de la expresidanta sino también de su personalidad. Pero, además, da el pie para reflexionar -una vez más- sobre uno de los males del poder que más castiga a la Argentina: el síndrome de Hubris. Y esto no se limita solamente a la exmandataria: abarca también a Mauricio Macri.
Los males del poder son extensivos a todos sus grados y formas. No se circunscriben exclusivamente al ámbito político sino que incluyen al poder sindical, empresarial, deportivo, religioso y un largo etcétera.
El síndrome de Hubris tiene 14 síntomas que han sido claramente definidos por el destacado neurólogo británico, David Owen. Ellos son:
1- Una propensión narcisista a ver el mundo como un escenario donde ejecutar su poder y su búsqueda de gloria.
2- Una predisposición para llevar adelante actos que puedan dar al poderoso una oportunidad de mejorar su imagen ante la opinión pública.
3- Una preocupación desmedida del poderoso por su imagen y su aspecto.
4- Un modo mesiánico de comentar los asuntos corrientes y una tendencia a la exaltación.
5- Una identificación con la nación o una organización hasta el extremo que el individuo cree que su punto de vista y sus intereses como idénticos.
6- Una tendencia a hablar de sí mismo en tercera persona o usar la forma de “nosotros”.
7- Una excesiva confianza en su propio juicio y un desprecio por los consejos y las críticas de los demás.
8- Un enfoque personal exagerado y omnipotente de lo que creen ser capaces de hacer.
9- Una convicción de que, antes de rendir cuenta de sus actos al conjunto de sus colegas o la opinión pública, la Corte ante la que deben responder es la Historia o Dios.
10- La idea inquebrantable de que esa Corte los absolverá.
11- Una pérdida de contacto con la realidad, a menudo vinculada a un aislamiento paulatino.
12- Agitación, imprudencia, e impulsividad.
13- Una tendencia a privilegiar su visión de las cosas, sin medir adecuadamente sus costos y beneficios.
14- Una incompetencia “hubrística” cuando las cosas van mal a causa de las malas decisiones que tomó el líder, basadas en su excesiva confianza en la sabiduría de sus decisiones.
La simple lectura de los ítems precedents permiten apreciar cuántos de ellos afectan a Macri y a Fernández de Kirchner quienes, al día de hoy, son los dos perecandidatos con mayores posibilidades de ganar en las elecciones de octubre.
Juicio a la economía de Macri, por Jorge Fontevecchia
Macri cree que todo -absolutamente todo lo que está haciendo- está bien. Que no hace falta cambiar una coma. Es una conducta repetitiva: decía lo mismo al comienzo de su gestión. Por eso afirmó alguna vez -equivocadamente- que lo peor ya había pasado. Y si bien hace un reconocimiento enunciativo de los problemas del presente, su postura denota ajenidad. La novedad que ha incorporado en los últimos días ha sido la de adjudicar culpa de lo que está pasando con la inestabilidad del dólar, exclusivamente, al posible triundo de la expresidenta, sin preguntarse qué se hizo mal en su gobierno para llegar a este punto. Son los síntomas de los ítems 7, 13 y 14 del síndrome de Hubris. Esta actitud ha generado dos consecuencias: una, la pérdida de credibilidad del Presidente en particular y de su administracion en general; la otra, la decisión de María Eugenia Vidal de apartarse de la ortodoxia rígida del gobierno para tomar medidas que mejoren la vida de la gente en lo inmediato.
“Sinceramente” representa el primer paso de la campaña presidencial de Cristina Fernández de Kirchner. Si alguien tenía -o aún tiene- dudas sobre sus planes, el libro las despeja: ella será candidata. Por lo tanto, el acto de presentación de su obra -en la Feria del Libro, el jueves 9 de mayo- será el acto de lanzamiento de su campaña electoral. Si los rumores que vienen desde el Instituto Patria se concretan, será una campaña atípica. La idea es que la expresidenta hable poco. Ya se sabe que cuando habla la embarra y pierde votos. La idea es que hable a través de sus escritos y sus libros. “Sinceramente” es el primero. Y, por lo que se lee, mucho no la va ayudar en su necesidad de sumar votos.
La hechura del libro llevó un año. Contrariamente a lo que algunos se apresuraron a señalar, no fue CFK la que lo escribió. Lo que ella hizo fue lo que hacen los expresidentes: dictarlo a un colaborador quien desgrabe el material que, luego de ser revisado por el autor, es enviado a un “ghost writer” (escritor en la sombra) que se encarga de la redacción final. En este caso, esa tarea le correspondió a nuestra destacada colega, María Seoane.
Conductas y expresiones dejan al descubierto el síndrome que la domina
El contenido de “Sinceramente” nos lleva a través de un universo variopinto de anécdotas que terminan de constituir una especie de “La Biblia y El Calefón”, algo absolutamente representativo de la patológica personalidad de Cristina, del que surgen sus conductas, actitudes y expresiones que dejan al descubierto los rasgos del Hubris. Es, además, la demostración palmaria de que la expresidenta no ha cambiado. Los que pregonan la existencia de una persona distinta tienen su desmentida rotunda en este libro. Nada que sorprenda: modificar las patologías de la expresidenta -como las de cualquier otra persona que las padeciera- es una tarea con destino de fracaso en la mayoría de los casos.
Como una muestra de las muchas que provee el libro sobre las conductas “hubrísticas” de Fernández de Kirchner, una de las más significativas aparece en el siguiente párrafo: “Muchas veces, después del balotaje, pensé en eso que finalmente no se dio: yo, frente a la Asamblea Legislativa, entregándole los atributos presidenciales a… ¡Mauricio Macri! Lo pensaba y se me estrujaba el corazón. Es más, ya había imaginado cómo hacerlo: me sacaba la banda y, junto al bastón, los depositaba suavemente sobre el estrado de la presidencia de la Asamblea, lo saludaba y me retiraba. Todo Cambiemos quería esa foto mía entregándole el mando a Macri porque no era cualquier otro presidente. Era Cristina, era la loca, la yegua, la soberbia, la autoritaria, la populista en un acto de rendición”.
Este párrafo explica perfectamente la concepción del poder que tuvo y tiene CFK. Una concepción manifiestamente antirrepublicana y más afín con una monarquía. Y, en este sentido se acerca a la idea que expresa la frase célebre erróneamente atribuida a Luis XIV: “El Estado soy yo”. La confusión de roles que expresa el párrafo citado del libro es brutal. La investidura presidencial exige el cumplimiento de normas que van más allá de las personas. En el acto de traspaso del mando lo que hay es el traspaso de los atributos del poder, hecho que tiene un valor institucional. Poco le importó eso a la entonces presidenta. Conclusión, ese paso que contempla la ley no se cumplió. Para Cristina, lo personal estuvo por sobre lo institucional. Lo interesante, además, es que pasados ya tres años del episodio no hay ningún atisbo de autocrítica. O sea, nada cambió. Esta conducta se corresponde a la perfección con el tercero y el quinto síntoma del síndrome de Hubris.
El otro elemento que surge de “Sinceramente” es la falacia. Hay falacias por doquier.
De ese verdadero vademecum, rescatamos unas pocas. Hacerlo con todas haría necesario la escritura de un opúsculo adicional los ya existentes sobre esta temática. Seleccionamos tres: “Debo admitir que la cuestión de las cadenas nacionales fue todo un tema. Sí, el hecho de que yo hablara por cadena nacional -bastante seguido, es cierto- para comunicar la gestión de gobierno, obras, leyes, medidas, etc., tenía una razón objetiva: si yo no utilizaba esta herramienta, lo que nosotros hacíamos no aparecía en los medios de comunicación”.
La verdad -como tantas veces sucede con los dichos de la ex jefa de Estado- es otra. Primero porque lo que normalmente ocurre es que un gobierno democrático comunica a través de las conferencias de prensa. Es paradójica esta queja de CFK que protestaba porque los medios no comunicaban lo que hacía su gobierno. Y es paradójica porque ella, a su vez, se encargaba de prohibirles a sus funcionarios que hablaran con los medios que no le respondían. Además, el kirchnerato contaba con una poderosa estructura mediática -la TV Pública, Radio Nacional, Télam, el Grupo Indalo, Radio Del Plata, Tiempo- que hacían oficialismo declarado y militante. Por lo tanto, las cadenas -que se instalaron como instrumento de gestión durante la crisis con el campo- tuvieron dos objetivos: la acción de propaganda gubernamental y el ataque a los críticos del gobierno. Parece que la expresidenta se olvidó de ese “detalle”. Cómo no recordar -a manera de simple muestra- aquella alocución en la que vilipendió a un abuelo por haberle querido regalar un dólar a su nieto, idea de la que debió desistir porque el cepo se lo impidió.
Otra falacia es la referida al Papa. “Bergoglio trataba de verlo (a Kirchner) y hacía las gestiones a través de Cancillería, pero también llamaba a Oscar Parrilli, secretario general de la Presidencia, sugiriéndole que Néstor lo visitara en la Catedral. Parrilli le contestaba ‘Mire, usted llama y el Presidente lo recibe a solas, en secreto, en público, en Olivos, donde usted quiera. Jorge le contestaba ‘Bueno, gracias pero no’. El respondía ‘No, que venga él a verme a mí a la Casa de Gobierno’. Del otro lado, Bergoglio contestaba: ‘No, que venga él a la Catedral. En definitiva, ellos no se vieron porque ninguno quiso cruzar la Plaza de Mayo”.
Una cosa es una buena posición económica y otra la fortuna que amasaron en sus doce años en el poder.
En verdad, el problema fue otro. Néstor Kirchner veía en el cardenal Jorge Bergoglio a un enemigo político. Y esto dio pie a acciones mucho más graves que la de no asisitir a los Te Deum del 25 de mayo en la Catedral. El expresidente buscó el desplazamiento del entonces arzobispo de Buenos Aires. Esa una historia que aguarda ser contada con todo detalle. Y a esa actitud se sumó CFK. Hay que recordar lo que fue la Casa Rosada aquel miércoles 13 de marzo de 2013 cuando Bergoglio fue electo Papa. Y hay que recordar tambien el lamentable discurso de la entonces presidenta en Tecnópolis ese día: dijo que habia sido electo un papa latinoamericano -no argentino-, a quien no nombró.
La última falacia que merece ser subrayada es la atinente a su fortuna. “Se cansaron de decir que Néstor y yo habíamos llegado pobres al gobierno pero nos fuimos ricos. No es así. Nunca llegamos pobres a ningún cargo de la función pública. Y menos a la Presidencia de la Nación”.
Era sabido que los Kirchner tenían una buena posición económica al llegar a la función pública. No se conoce de nadie que haya dicho que eran pobres. De paso, viene bien recordar que esa buena posición económica la cimentaron en la tristemente famosa 1050 de la época de José Alfredo Martínez de Hoz, por la que mucha gente perdió las viviendas que había intentado adquirir por medio de créditos hipotecarios. Pero una cosa es una buena posición económica y otra es la fortuna que amasaron durante sus doce años en el poder. La legitimidad de esa fortuna es lo que deberá dirimirse en los juicios pendientes de celebración. Son los que debieron haberse producido durante su gestión, de los que la expresidenta habla falazmente en su libro. No hubo ningún juicio por estas causas sino sobreseimientos apresurados, hechos bajo presión, como lo reconoció el exjuez Norberto Oyarbide. Son los juicios que nunca se van a substanciar si Cristina Fernández de Kirchner es reelecta en noviembre.