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Optimismo frágil

La fuerza de la solidaridad será más importante que nunca en la etapa posviral, después del aislamiento obligatorio.

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Superalberto y su lucha contra la kriptonita. | Pablo Temes

Hacia principio de siglo XX, Émile Durkheim intentó dar respuesta a una pregunta que daba vueltas entre los pensadores de la época: por qué existe la cohesión social o más sencillamente por qué estamos juntos.

Enlazados. Hasta aquel momento parecía suficiente la explicación de Jean-Jacques Rousseau sobre la existencia de un virtual “contrato social” que organizaba a la sociedad y la dotaba de gobernantes. Pero eran épocas de cambios bruscos, marcada por el abandono masivo por parte del campesinado de la tierra que cultivó por generaciones hacia las ciudades donde los esperaba la industrialización masiva con fábricas que se comenzaban a llenar de miles de obreros. También la urbanización intensiva se daba en un contexto de gran pobreza y la época tuvo sus pandemias: el cólera y la fiebre amarilla.

En ese contexto, Durkheim plantea la existencia de algo más sutil pero más poderoso que un contrato: el “lazo social”. Para el francés los lazos que unen a hombres y mujeres son las formas de solidaridad social y distingue entre “solidaridad mecánica” y “solidaridad orgánica”. La primera, propia de las sociedades más simples y homogéneas, donde la forma principal de interacción es cara a cara. La segunda es de las sociedades modernas, donde lo que prima es una cada vez más compleja división del trabajo. En palabras del autor, el paso de un tipo de solidaridad a otra se da en el marco del “crecimiento simultáneo del tamaño y densidad de las sociedades”.

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Banderitas y globos. Hacia la última década del siglo XX la globalización de sello neoliberal trajo la emergencia de un nuevo modelo de sujeto basado en su soberanía individual plena y pareció poner en jaque la propia idea del lazo social, a partir de allí solo lo importante sería la competencia, el éxito y el rendimiento personal. En esos días retumbaba una frase simple pero impactante de Margaret Thatcher: “La sociedad no existe, solo existen hombres y mujeres individuales”. Atento a esos cambios, el sociólogo estadounidense Mark Granovetter comienza a hablar en términos de lazos débiles propios de una era de relaciones intermitentes e interacción mediatizada. Las redes sociales mediadas por computadoras resumen ese tipo de vínculo virtual caracterizado por ser “seguidor” o “seguido”, y la emergencia de un nuevo tipo de liderazgo propio del “influencer”.

Con el avance de la pandemia de coronavirus, seguida por el confinamiento y aislamiento obligatorio, cabe preguntarse qué nuevas formas de subjetividades surgirán, y si podrían emergen nuevas formas de solidaridades que vayan más allá del mundo digital. No hay formas de predecirlo con precisión por ausencia de casuística a la escala que se está observando. Si a nivel psicológico se observan nuevas formas de ansiedad y depresión, la suspensión casi completa de las actividades hace crecer las formas de vigilancias mutuas entre vecinos y personas cercanas, más allá de toda cámara o tecnología, es el fin del Gran Hermano para dar paso al Pequeño Hermano. Quizás un breve acercamiento se pueda obtener de la idea de “institución total”, término creado por el sociólogo canadiense Erving Goffman para referirse a un tipo de dispositivo de encierro como prisiones, hospitales psiquiátricos o incluso bases militares. Su definición encaja casi perfectamente con la situación del confinamiento transviral: “Una institución total puede definirse como un lugar de residencia y trabajo donde un gran número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad –por un período apreciable de tiempo– comparten en su encierro una rutina diaria administrada formalmente” (Internados, pág. 12, Ed. Amorrortu).

Los peligros. Un efecto que se observa en forma inmediata en estas situaciones es el cambio de percepción de lo que es el adentro y el afuera, donde el afuera se torna un espacio peligroso y que requiere un control especial, en este punto la opinión pública y la opinión privada parecen converger. Por eso se comienzan a revalorizar los liderazgos fuertes con capacidad de contener el afuera, actitudes que en cierto punto pueden alcanzar un cariz autoritario, como se ha visto en las imágenes de los policías maltratando transeúntes.

En el actual escenario político hubo una lectura correcta de Alberto Fernández que pudo imponer su liderazgo superando algunos de los cuestionamientos iniciales cuando al día de hoy dependiendo de la encuesta que se tome tiene entre 70 y 80% de imagen positiva, a diferencia de otros presidentes de la región, como Jair Bolsonaro o al México de López Obrador. En Brasil, el 54% cree que la gestión del gobierno federal sobre la crisis ha sido de regular a muy mala (FSB Pesquisa), mientras que el segundo país, el 57% piensa que el gobierno ha manejado mal la crisis (De Las Heras)..  

Volátiles. Pero la opinión pública es una amiga voluble, cambiante y en cierta medida desagradecida. Todavía lejos del pico de la curva que dibujan los contagiados por el virus, todos los demás problemas aparecen como secundarios y hasta triviales, pero en el horizonte se dibuja el contorno de una posible debacle económica que combina la fragilidad estructural de la economía que Fernández heredó, con la detención en seco de la actividad, las calles vacías y comercios e industrias cerrados, síntoma económico del coronavirus. Es claro que sin ingresos muchas empresas privadas (sobre todo las pequeñas y medianas) se la verán en figurillas para pagar salarios y probablemente muchos prioricen sostener a su plantilla antes que pagar los impuestos nacionales y municipales. Quizás sea hora de dejar el orgullo de lado y solicitar el tramo faltante del préstamo del FMI, y pedir aportes directos de los países centrales para que la Argentina pueda autogenerar el Plan Marshall que necesitará para reconstruir la economía y mejorar la infraestructura de puertos, ferrocarriles, sistema de salud y educativo, etc.

A pesar de todo el panorama, todavía predomina en el país un leve optimismo, pero teñido por la fragilidad. La fuerza de la solidaridad será más importante que nunca para la etapa posviral.

*Sociólogo (@cfdeangelis).