Villa Soldati. La gente habla. Los sociólogos, los diplomáticos, los ministros, periodistas, quien aquí escribe, todos hablamos. La policía también. Los punteros, los acampados, el jefe de Gobierno de la Ciudad, el abogado de las Madres, hablan. Todos tienen apellido, no hace falta nombrarlos porque son eslabones de una lista interminable.
Todos, además, sabemos cuál es la solución. Hay que construir un par de millones de viviendas. Se necesitan redes cloacales en cientos de miles de hogares. Es necesario restablecer la autoridad en tierra de nadie y acorralar a las bandas de narcotraficantes. No puede haber más demora en la preparación de una policía que tenga los recursos para enfrentar a una delincuencia sofisticada. Trabajo, educación y vivienda digna para todos los argentinos y ya está, el mal queda eliminado. Todos estamos de acuerdo en el tratamiento; no sólo eso, también estamos de acuerdo en el diagnóstico. ¿Qué dice el parte político? Que Argentina tiene falencias en la calidad institucional, en la política educativa, en las obras de infraestructura, su coeficiente Gini muestra una enorme polaridad entre la franja de los más ricos y de los más pobres, su sistema sanitario público está colapsado, vastos sectores urbanos viven en zonas contaminadas.
Sin embargo, el país crece. Todos estamos de acuerdo en las palabras que hay que pronunciar. Crecimiento, desarrollo, distribución. Parece la torre de Babel por la confusión de lenguas pero existe un único rumiar compuesto de frases contrastadas que hilan entre varios. La derecha dice seguridad, el progresismo dice distribución. Entre ambos completan la frase, que es siempre la misma.
Hay una gran preocupación por la transgresión de las leyes. Se dice hasta el hartazgo que no puede haber libertad sin la vigencia de la autoridad basada en normas constitucionales. Sabemos que la libertad de cada uno llega hasta el límite impuesto por la libertad del semejante. El que tiene propiedades y trabajo quiere que se le respete la propiedad y el trabajo. Quien no tiene nada de eso, que lo consiga. Si no lo consigue, que alguien lo ayude. Si nadie lo ayuda, que recurra a…
La palabra represión está en subasta. Todos la empeñaron a bajo precio. Algunos quieren recuperar la prenda. Nadie quiere sentirse culpable por llevarse a casa su deseo de represión. Claro que con la ley. Debemos seguir, nos dicen, el ejemplo de los japoneses, que reprimen sin lastimar. Hay tanto que aprender.
Se habla de usurpadores. Se defiende a los vecinos que necesitan áreas de esparcimiento. Espacios verdes de oxigenación y recreación sin lugar a dudas son fundamentales para una vida sana. El Parque Indoamericano es catalogado por las autoridades porteñas como un pulmón de aire puro para las villas circundantes. Soldati y Pilar parecen tener las mismas necesidades y cuentan con los mismos recursos naturales. Es para no creer lo que se escucha. Pero créalo, señor vecino; si lo dicen los que saben y mandan, debe ser cierto. Además, nadie ignora que peruanos y bolivianos se han instalado en nuestro país. Algunos trabajan, otros no se sabe. En realidad, se parecen a los argentinos con la salvedad de que no nacieron acá. Escuché a uno de ellos decir que el papá del jefe de Gobierno tampoco nació acá. Quien escribe esta columna tampoco. Entró con una partida de nacimiento falsa por problemas religiosos. O raciales. Hoy se dice indocumentado, o con papeles truchos.
El caretaje progresista se ha hecho una fiesta con una nueva tontería de Jaime Duran Barba, o de Macri. Lo llaman Adolfito. Les gusta patear penales sin arquero. Acusan de discriminación al Gobierno de la Ciudad por bajar el presupuesto del Garrahan porque atiende sólo el 15% de residentes porteños. A las bellas almas no se les ocurre que entonces el Gobierno nacional debería aportar el 85% o que directamente el hospital debería ser nacionalizado.
La realidad es que hace rato hay guerra de escaramuzas entre pobres usados y abusados por la corporación política y sus operadores mediáticos.
¿Qué hacer? ¿Escribir otro libro de historia para un nuevo feriado? ¿Salir a la calle con una cámara y armar un nuevo documental premiado en un festival eslovaco, malayo o venezolano?
Orden y progreso. Este lema es extraordinario. Los positivistas del siglo XIX sabían sintetizar el programa de la burguesía en ascenso. Hoy escuchamos que muchos están alarmados por la anarquía. A este desbarajuste por comer al día siguiente y no morir de humedad y a la intemperie lo llaman anarquía. A los cartoneros nocturnos, a los pibes que piden limosna, a los trapitos, quienes duermen en la calle, los que son explotados en los cientos de talleres de la Ciudad, todos son miembros de este neoanarquismo que inquieta a los positivistas porteños.
Orden y progreso. Hay muchos convencidos de que si nuestro país se diera cuenta de la oportunidad extraordinaria que nos ha brindado la China –para ponerle un nombre conocido– estarían dadas las condiciones para un despegue impresionante. Lamentablemente, la demagogia, el populismo, esta cultura política con ausencia de Estado son culpables de que no sigamos el ejemplo de… ¡Perú! Antes era Corea, después Irlanda, luego Chile, ahora es Perú, mañana, quien sabe, será la isla de Samoa.
Otra vez orden y progreso. En un momento dado, hace unos cien años, el lema tuvo su fisura. El orden se lo llevó el fascismo y el progreso quedó en desuso con el hecho poco previsto de que a mayor progreso se fabricaba también el arsenal para llevar a cabo un mayor poder de aniquilamiento de ciudades enteras con sus poblaciones adentro. La lucha de clases fue un antídoto de décadas al optimismo evolucionista burgués pero terminó en la burocracia criminal del sovietismo. Hoy nos queda la sociedad de conocimiento que sostiene que la educación iguala. Distribuimos chatarra con teclado y nos sacamos fotos de colores. Lo hicieron la Presidenta y el jefe de Gobierno. Era una nueva revolución educativa. Ya debe haber ocurrido esta mutación cultural pero no nos dimos cuenta, en Villa Soldati tampoco.
Dicen que el presupuesto de las viviendas de la Ciudad está subejecutado. Que el de la construcción de escuelas, también. El del Teatro Colón, por suerte, fue bien ejecutado aunque las funciones estén suspendidas. La plata sobrante podría estar a disposición de la nueva Juan B. Justo, que surcarán nuevos micros al menos hasta que volvamos a desentubar el arroyo Maldonado y la naveguemos como en Venecia. Otros dicen que hay que dejar de quejarse en vano porque el drama comenzó con la reforma constitucional que le dio autonomía a la Ciudad. Ahora se piensa que es impensable que exista un Gobierno porteño de oposición al lado de la Casa Rosada, y de la SIDE. Si tomamos en cuenta el delirio de la policía propia enfrentada a la otra gran policía con el resultado conocido, me refiero al jefe de la misma preso, ministros de Educación removidos por contratar espías extraños con nombre persa y falta total de preparación de la fuerza para estar presente cuando los “vecinos” se matan entre sí, el cambio fue no positivo. Hay que volver, entonces, insisten, al sistema de intendencia con interventor designado por el Poder Ejecutivo y una Ciudad bajo tutela nacional. De Mitre contra Urquiza, a Rodríguez Larreta contra Aníbal Fernández.
En síntesis, lo que ocurrió en Villa Soldati ha servido para que los argentinos pensemos nuevamente en que el orden es necesario para que nos llegue el progreso.
*Filósofo. www.tomasabraham.com.ar