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¿Qué le pasa a la atención de la salud en el mundo y en el país?

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Guardia. La fragmentación del servicio sanitario complica articular lo público con lo privado. | Shutterstock

Es evidente que la pandemia del covid-19 afectó los servicios de atención de la salud, al exigir en todo el mundo, una actividad intensa y desmedida frente a una epidemia que se transformó en pandemia, para lo cual no se sabía cómo atenderla, cómo evitar su difusión, entre otras cosas. Frente a las epidemias, los sistemas de atención de la salud se ven tensionados y exigidos. Pero en este caso, fue mayor porque se ignoraba todo. La Organización Mundial de la Salud –OMS–, como organismo rector tuvo un importante papel, pero también su reacción era lenta en la medida que se avanzaba a tientas. Como nunca el director de la OMS fue conocido por todo el mundo por su video enseñando cómo se debían lavar las manos. Cuando en realidad, lo más importante para la prevención era el uso del barbijo. Claro que no eliminaba el lavado de manos, pero su valor era inferior. Otra característica fue el mayor peso en la atención de los servicios públicos de salud, si bien los privados o de otra dependencia se usaron, los públicos en todo el mundo fueron los más sobrecargados, característico en las epidemias. Si bien las autoridades sanitarias son las que dictan las medidas, cuando los servicios públicos están desarrollados es más fácil su implementación. En el país las jurisdicciones o localidades con hospitales públicos desarrollados fueron los que mejor respondieron. Esto fue claro en las Terapias Intensivas públicas, que con el refuerzo de equipamiento dieron una amplia respuesta. Los servicios privados que mejor respondían eran los más desarrollados. La pandemia también evidenció la capacidad de dedicación del personal en todos los niveles, algo reconocido en la figura de los médicos, pero en el aplauso estaban las enfermeras y todos los que se pusieron la pandemia al hombro y mostraron lo mejor de sí mismos.

Dada la fragmentación del sistema asistencial en el país fue difícil organizar una respuesta articulada de los públicos con los privados. Se revalorizaron los hospitales públicos, mientras en la normalidad los privados son más valorados, especialmente, por ser más confortables. Esto evidenció que la calidad se mide por la capacidad sanitaria y no por la infraestructura edilicia. Nuestro sistema, al igual que el de EE.UU. es muy caro en relación a los resultados en términos de salud. El domingo pasado en la entrevista de Fontevecchia al Premio Nobel de Medicina de 2013, Randy Schekman dijo: “El costo de la atención médica en EE.UU. supera con creces el de otros países, sin muchos beneficios adicionales”. La pandemia permitió visualizar la directa relación de variables sociales como condicionantes de la salud. En ese sentido hay investigadores que hablan de los “condicionantes comerciales”, ya que se deben en gran medida, a cómo las grandes empresas multinacionales rigen la alimentación y las formas de vida generando ganancias a algunos reducidos grupos y en detrimento de la salud de la población. Los resultados son evidentes: las bebidas y alimentos con exceso de azúcar o de sal, la promoción del tabaco, entre otros. La pandemia llevó esto a los insumos de prevención individual o colectiva, las vacunas, bienes solidarios, se volvieron lucrativas y su uso se concentró en los países ricos y en ellos, o en los otros, en la población con mayores recursos económicos.

Lamentablemente se profundizaron las desigualdades, pero no se modificó la atención de la salud. Seguimos con un sistema fragmentado con desigualdades muy grandes y además, con pobres indicadores de salud en relación al costo, pero cualquier intento de cambio es rechazado. Ahora, la crisis por la falta de médicos en algunas especialidades básicas como la pediatría genera inquietud, pero hasta ahora, no se ve un cambio en cuanto a la organización de los servicios que ayuden a que los pediatras se queden en el país. ¿Qué falta para empezar a cambiar?

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