Son tiempos de cambio, necesitamos definir objetivos y rumbos por seguir y dejar de reiterar conductas erróneas.
Peronistas y radicales estamos obligados a definirnos de nuevo, ubicar la propuesta sin recurrir tanto a nuestros orígenes, apostar a ser lo suficientemente modernos como para ocuparnos de los temas pendientes.
Cuando me incitan a votar en una interna partidaria asumo que han logrado vaciar de contenido a los partidos, lo suficiente como para que al margen del vencedor, los derrotados no estén dispuestos a votar lo acordado. Un partido implica una definición ideológica particular frente a la realidad; si los partidos tradicionales contienen todas las variantes de las modernas propuestas es que ha llegado la hora de construir nuevas opciones.
Hay derechas en el radicalismo que mal que les pese deberían unirse a las que nos sobran a los peronistas porque de esas aguas que se desbordaron con la caída del dique muro de Berlín no se salva casi nadie. Hay un centro izquierda disperso entre peronistas y radicales y otros sellos que puede alinearse con los gobiernos actuales de Brasil, Chile y Uruguay y que si no logra unirse –lo que le resulta complicado– va a terminar convocando al poder a la nueva derecha. Hay también una izquierda boyando con su tendencia eterna a la atomización que difícilmente pueda superar la confrontación entre ideas y candidatos.
Los sectores que apoyan al Gobierno con la excusa de que toda otra opción termina siendo más conservadora tienen razón mientras no se forje nada nuevo, aunque también caminan derecho a convocar por oposición a un futuro partido de derechas.
El Gobierno está desgastado frente a la sociedad más allá de los dueños de campos y los medios de comunicación. Existe una manera de ejercer el poder que puede sobrevivir en algún limitado ámbito provincial, pero cuando adquiere dimensión nacional y se desgasta, ya nada puede ofrecer para recuperar prestigio. Por lo demás, si se insiste en que quienes gobiernan pertenecen al peronismo y al progresismo, queda determinado que el próximo turno nada tendrá que ver con ambos signos. Pensemos, por ejemplo, que en Brasil y Chile, gobiernos exitosos se retiran con prestigios envidiables y no por ello pueden imponer su continuidad; en nuestro caso es demasiado claro que ya se está exigiendo un cambio de rumbo.
En suma, nuestros partidos son más el refugio de burocracias sin prestigio que de ideas y lealtades construidas con el tiempo. Menem y Cavallo dejaron al peronismo agonizando, De la Rúa lastimó demasiado la imagen de capacidad en el ejercicio del gobierno del radicalismo. El actual Gobierno se retirará habiendo debilitado la esencia de la política, con ideas del adversario y del diálogo tan ausentes que ni siquiera parecen posibles.
Recorrer actualmente la sociedad implica encontrarse con la desesperanza. Pocas veces la anomia de candidatos invadió tanto nuestra geografía electoral y una mezcla de temor por el futuro y la carencia de partidos de referencia ocupa el espacio que hace tiempo abandonó la propuesta convocante.
La salida de esta crisis no está ni en los viejos partidos ni en sus absurdas internas que no se dan entre candidatos sino entre distintas ideologías. Es necesario construir una convocatoria superadora, que recupere lo mejor del pensamiento y de los hombres de cada fuerza, capaz de gestar una opción superadora.
Dejemos ya de presentarnos por el partido del que fuimos parte; son tantos los tumbos de nuestras viejas fuerzas que poco y nada decimos al asumir su pertenencia. Es que arrastramos de tal manera nuestras historias que, al extremar su vigencia, corremos el riesgo de condenarlas a un final degradante.
Este triste debate actual sólo nos lleva hasta la decadente elección del menor de los males. Hombres, ideas, historias, propuestas, necesitan, exigen una nueva estructura que los ordene y devuelva a la sociedad la confianza en la política y el voto sin sorpresas.
Hace falta una nueva opción; es posible y no demasiado complicado.
Entonces sí, en política estaremos en condiciones de expresar el deseo de que 2010 sea un buen año, que buena falta nos hace.
*Militante justicilista.