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Siete pecados capitales de la campaña M

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Aun con la certeza de que será la fuerza más votada en la suma nacional, Cambiemos ha ido mutando en los meses recientes su estrategia en la provincia de Buenos Aires. Allí no sólo se disputa la principal usina de votos del país, también la batalla simbólica contra el kirchnerismo.

Casi al estilo de prueba-error que se convirtió en un clásico de la gestión Macri, los armadores oficialistas fueron y vinieron en por lo menos siete ejes de campaña. Al menos más o menos públicos.
Hace menos de un año, el Gobierno imaginaba una elección de medio término endulzada por la reactivación económica. Los famosos semestres que derivaron en autocastigo. Debió conformarse con brotes verdes y desparejos, que no mitigaron la caída del consumo y del empleo, en especial en el cordón industrial del Conurbano.

El segundo paso fue minimizar la elección. En ese tramo, Macri dijo que no movería al mejor ministro de Educación por una candidatura. Y Vidal sostuvo que si se perdían los comicios, no era la muerte de nadie.

Ese aparente relax se recargó con una tercera etapa, tras el verano, de confiar en la potencia de la alta imagen del Presidente y, sobre todo, de la gobernadora. Tiempos en los que no importaba quiénes serían los candidatos oficialistas –con regreso de Carrió a la Capital incluido–, total la imagen de campaña iba a ser Vidal.

Con el lanzamiento de Cristina como rival real, surgió el capítulo de la polarización. Pasado vs. futuro. Lo viejo vs. lo nuevo. Mafia y corrupción vs. transparencia y honestidad. Rápidamente, el oficialismo cayó en la cuenta de que sólo se ensanchaba la grieta y se consolidaba el electorado cautivo. De uno y otro lado.

Por eso subió al quinto y sexto escalón. Para afectar el voto a CFK, alentó la postulación de Randazzo. La idea no consiguió el efecto deseado, ya que la ex presidenta se mantiene al tope de las encuestas bonaerenses (también las que maneja el macrismo) y su ex ministro no logra mover la aguja fuera de lo testimonial, como la izquierda.

Y con el propósito de agrandar su base electoral símil ballottage 2015, el oficialismo salió fuerte a combatir a Massa. Cree que allí pueden llegar potencialmente más votantes, en especial después de las PASO. Este eje, por ahora, no tiene fecha de vencimiento.

En los últimos días, asistimos al séptimo jalón de la estrategia de campaña. De Vido se transformó en una bandera para ver quién está de un lado y otro en torno a un supuesto combate a la corrupción. Sin votos necesarios para una expulsión de controvertida legalidad, al menos que sirva para la elección, fue la lógica oficial.

De acá a las primarias y especialmente hasta octubre asistiremos a nuevas movidas. Como suele pasar, si se gana habrá estrategas geniales. Al revés, alguien será el padre de la derrota. Cambiemos no cambió tanto.