No hubo sorpresas. No había ninguna razón para que las hubiera. Cuando Jorge Gorini, flanqueado por Andrés Basso y Rodrigo Giménez Uriburu, comenzó puntualmente a las cinco y media de la tarde del martes 6 de diciembre el veredicto de la causa Vialidad, llegó, al fin, un largo proceso judicial al que Cristina Fernández de Kirchner trató de frenar desesperadamente.
Ella sabía que iba a ser condenada. Y lo sabía porque, más allá de su relato, ella sabe que todo lo que en el juicio se comprobó es verdad. Por eso fue tan mala su defensa, tanto la que encaró ella misma en su calidad de “exitosa abogada”, como la de su abogado, Carlos Beraldi. “El problema que tienen Cristina y sus abogados es la contundencia de las pruebas. No hay quien pueda ayudarla a rebatirlas”, coinciden en señalar voces de Comodoro Py conocedoras de lo que allí sucede.
Por eso su discurso inmediatamente posterior a la lectura del fallo fue tan deslucido y desenfocado. La única parrafada más o menos jurídica que desarrolló, en la que se refirió al artículo 173 del Código Penal, fue muy mala.
En ella, lejos de negar la existencia del delito allí descripto, lo que hizo fue intentar tirarles la responsabilidad tanto a los legisladores que aprobaron los presupuestos en los que se incluían las cuestionadas obras adjudicadas a Lázaro Báez a valores exorbitantes, como a sus ex jefes de Gabinete que dispusieron las correspondientes ejecuciones de las partidas asignadas. Nada que sorprenda.
El resto de su perorata fue para referirse al viaje a Lago Escondido de un grupo de jueces, fiscales, ex agentes de inteligencia y empresarios, hecho bochornoso que debe investigarse, pero que nada tiene que ver con la causa por la que la Vicepresidenta ha sido juzgada ni con los jueces que la condenaron.
Más temprano que tarde se conocerán en detalle los aprietes contra el TOF 2 de parte del kirchnerismo
Más temprano que tarde se conocerán con todo detalle los aprietes contra los integrantes del Tribunal Oral Federal 2 –todos nombrados por CFK– que se pergeñaron desde el kirchnerismo. Lo intentaron todo.
Las reacciones que desde el martes hasta la fecha se han producido en el ámbito del peronismo no ha hecho más que desnudar la imposibilidad de poner en práctica medidas concretas que permitieran modificar lo que a la expresidenta en funciones más la afecta y desequilibra: su situación de condenada.
Ello quedó expuesto en la cena realizada en la misma noche del martes 6 en Ensenada, en la que acompañaron a CFK los integrantes de su círculo cerrado. “Tenemos diputados, senadores, gobernadores, intendentes, concejales; usémoslos”, se dijo allí.
El problema es que ninguno de ellos tiene poder sobre los jueces. Y esto es, en verdad, un problemón. Para intentar tener injerencia y presionar a jueces y fiscales, el oficialismo debería tener mayoría en las dos cámaras del Congreso. Esa mayoría, hoy no la tiene.
Presión. El otro inconveniente que tiene CFK para llevar adelante una tarea de apriete político, es que hoy ella y el peronismo son gobierno.
Para que se entienda mejor el significado de esto, vale una extrapolación: si hoy gobernara No tan Juntos por el Cambio, el kirchnerismo le pararía el país y le causaría un daño político severo a su posibilidad de gobernar. Pero, ha querido el destino que hoy en día el peronismo sea oficialismo.
Hoy, CFK es el Gobierno. Por lo tanto, si se parara el país indefinidamente, el gobierno de CFK quedaría paralizado. ¡Qué paradoja del destino! Quien mejor maneja la calle se encuentra atado de pies y manos para hacerlo.
Entre tanto, la agenda del presidente Alberto Fernández siguió navegando en la intrascendencia si no fuera por la reunión del Mercosur realizada en Montevideo, donde asumió la presidencia pro-témpore del bloque regional.
Una perla para destacar por su cinismo. Fernández intentó darle cátedra a Lacalle Pou y arremetió sin ponerse colorado: “Cuando en una sociedad las reglas se incumplen, alguien las está rompiendo”.
Sus palabras hicieron referencia a la intención de Uruguay de firmar tratados por fuera del bloque común. El presidente uruguayo, en un acto de generosidad y respeto a la investidura, le hizo precio. Eligió callar respecto a las atrocidades que el propio Fernández comete día a día en nuestro país, degradando su figura y las reglas que deberían imperar en un país serio.
El kirchnerismo no sólo no tiene límites sino que pisotea las reglas, las leyes y los acuerdos a su antojo para acomodarlas a su relato de fábula, que sólo le sirve para contener a un grupo de fanáticos.
Más claro, agua.