A mi criterio estuvo muy bien Teo Gutiérrez la otra tarde, en Boca-Rosario Central. Con mis propios ojos lo vi pasar, en diagonal, trotando suavemente entre la displicencia y la dicha, hacia el rincón donde se detendría para que pudiesen abrazarlo los que estaban felices como él, y pudiesen abominarlo aquellos que no lo estaban. Acababa de meter un gol, cara interna del pie derecho, un toque de calidad para acomodarla contra el palo. Es decir que era un momento de gloria, de éxito y de festejo, en cierto modo una escena triunfal (aunque se trataba nada más que de un empate). Y justo entonces Teo Gutiérrez, llevando su mano sincera desde un hombro hasta la cadera opuesta, decidió asociar su nombre y su figura con la caída y con el fracaso, con el oprobio imborrable de un fatídico descenso. Acababa de consumar una definición de categoría y, sin embargo, en la celebración quiso traer a colación una pérdida de categoría: en el subir, un bajar.
¡Qué lección de vida nos daba! ¡Qué enseñanza! Nos decía, gestualmente, que a la hora de rozar la cumbre es importante recordar también si alguna vez se rodó en el fondo del lodo. Que incluso en plena consumación de algún logro es valioso tener presente que existió también lo malogrado. ¿Podría haberse desentendido de todo eso? Por supuesto, pero no lo hizo. Y hubo quienes lo malinterpretaron, en la equívoca hermenéutica de una semiótica de cancha, y se lanzaron indignados a increparlo. A mi juicio, se equivocaron. Procedieron bajo ese impulso de ser referís que hoy se nota en tantos y tantos jugadores de fútbol: levantan el banderín (sin banderín), como si fuesen jueces de línea; sacan tarjetas (sin tarjeta) o se golpetean el reloj (sin reloj), como si fuesen el árbitro. ¿A qué se debe, me pregunto, este efecto de referización general? Puedo entender que un referí lleve dentro un futbolista frustrado y deba contener el impulso de patear o cabecear. Pero, ¿qué es este referí que hoy en día cada futbolista parece llevar dentro, afanoso de amonestar o adicionar o cobrar un foul?
Si un contrario mete un gol y festeja con ademanes discutibles, hay que aguantarse y apretar los dientes y arreglar el asunto en el campo de juego. Alguno podrá alegar, ante esto: ¿acaso hace algunos años no fue expulsado Carlos Tevez por ensayar un aleteo de corral en el festejo de un gol por Copa Libertadores? Sí, lo fue. Justamente. Justamente.