Curiosa situación la nuestra: años de lucha por la Independencia y por la libertad de comercio, para volver casi al origen. De la mano de hombres como Belgrano, que prepararon el terreno para que, posteriormente, el país pase a ocupar un lugar de privilegio en el mundo, hoy, las ideas fundacionales son anuladas por la intervención y la discrecionalidad gubernamental y buena parte de la clase política. Allí está el Congreso, más receptor de órdenes que órgano independiente con pensamiento propio.
La historia brinda esperanzas. Hubo ejemplos extraordinarios. San Martín huyó del poder para dejar espacio a nuevas estructuras: la República Federal. Pese a ellos, asistimos a la persistente negación de esta institución fundamental que vive bajo la presión del temor y de la concentración. Uno de los objetivos de la Independencia era cortar con la extracción de riqueza dirigida a la metrópoli española. Mucha sangre se derramó por estos ideales, alcanzados, y ahora, en buena parte, perdidos. En el convite impositivo, hoy, el Ejecutivo Nacional pone los platos y las provincias, la comida.
La sequía ha azotado el campo. Pero también lo ha hecho la política económica, hija de un mercantilismo férreo, que mucho alegraría a los economistas del siglo XVIII. Bajo el manto de una presunta política favorable a los más humildes, estamos inmersos en un sistema económico de vigilancia y control. Se trata de una política pro-cíclica que ha olvidado el pasaje bíblico de José, aquel sueño de un tiempo de vacas gordas y otro de vacas flacas.
La oferta productiva se ha resentido y, con ella, la capacidad de recaudación fiscal. La producción granaria será la más reducida de este siglo; en rigor, la menor de los últimos doce años. En lugar de los 96 millones de toneladas esperadas, apenas alcanzaremos 70. Hasta hace poco más de un mes, se hablaba de una cosecha de soja de 49 millones y, hoy, pocos dudan de que, con suerte, llegaremos a 40. El maíz, que el año pasado alcanzó un volumen de 21 millones de toneladas, ahora no llegaría a 11, la peor cosecha en veinte años. Vale recordar la importancia del maíz. En todo planteo conservacionista, de imprescindible rotación de cultivos, se impone el maíz como alternativa anual a la soja. Y la cosecha de trigo, ya finalizada, con un amargo resultado, ha bajado a la mitad. Será la más reducida de los últimos 25 años. Problemas similares son sufridos en otras áreas; la leche y la carne son ejemplos macabros de la aplicación de “estrategias no estratégicas” con miras al corto plazo y el mercado interno. Así, por privilegiar a los argentinos a fin de mejorar el resultado electoral, la política económica se está devorando a sí misma.
La producción agraria habrá de disminuir su aporte impositivo y a la balanza comercial, también. De esta forma, las cuentas públicas y el superávit comercial tendrán suficientes problemas como para hacer de trampolín inflacionario. Para muestra sólo falta un botón: la liquidación de divisas, por parte de las industrias aceitera y cerealera, en los últimos meses, se ha reducido en más de un 30%. Menor producción y peores precios internacionales hacen el cóctel adecuado para poner a dichas cuentas en vilo. ¿Algo más para agregar? Pues sí: la recaudación, en términos reales, es decir tomando en cuanta la inflación, está cayendo. Se acabó el tiempo de bonanza. El monto correspondiente al “impuesto de oro”, esto es el derecho de exportación, sufriría una rebaja del orden del 40%. O quizá más.
En tanto el mensaje oficial muestra profundas diferencias con la realidad y hace gala una sabiduría que no existe, con petulante oratoria. Las autoridades desparraman argumentos falaces aprovechando cierto candor de la gente de la gran urbe. El reino de la mentira se ha instalado y, así, la confusión es el aire que respira gran parte de los votantes. La mentira ofende al campesinado y despierta en él pasiones desconocidas. Y lo peor de todo: tanto se ha mentido que todo mensaje genera dudas o, peor aún, no logra establecer la más mínima expectativa positiva.
Así estamos. No se trata de escondernos bajo el caparazón. Se trata de tomar conciencia y abrir un urgente debate público para poner en acción medidas correctivas y superadoras.
*Economista. Autor del libro Por qué despreciamos el agro.