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final de la copa libertadores

Una derrota que no opaca la movilización histórica de hinchas de Boca a Brasil

El equipo de Almirón terminó la Copa como la transitó: con más empuje que fútbol. Sin embargo, detrás de esta derrota 2-1 ante Fluminense en el Maracaná, quedará para recordar siempre la movilización de hinchas más grande de la historia del fútbol argentino. Setenta, ochenta o cien mil personas viajaron sin entradas, sin dinero y sin demasiadas certezas más allá de estar cerca de su equipo.

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Tristeza. Janson y Cavani buscan consuelo luego de que el árbitro Wilmar Roldán terminara el partido y Fluminense festejara su primera Libertadores. | afp

Lo que era la gloria deportiva, el sueño de la séptima Copa Libertadores, se recordará en algún tiempo por la movilización de hinchas más grande de la historia del fútbol argentino. Puede sonar conformista, o elusivo, o intrascendente. Pero ahí hay algo de dónde agarrarse. Algo para que quienes quieren a Boca pongan en valor: setenta, ochenta o cien mil personas que viajaron sin entradas, sin dinero y sin demasiadas certezas más allá de estar cerca de su equipo, de su club. Existe un amor inconmensurable en esa peregrinación pagana. Un movimiento popular que tuvo un final infeliz con el triunfo de Fluminense, merecido por lo realizado en el juego, en la final y a lo largo de la Copa.

Boca, el equipo, perdió de un modo mucho más digno de cómo cayó en algunos partidos durante este año por el torneo local. Estuvo cerca de lograr el objetivo máximo, pero no reunió los merecimientos futbolísticos para concretarlo: no ganó ni un partido en la llave eliminatoria y apenas logró tres puntos en cuatro de los 13 encuentros que disputó en esta Copa. En Río de Janeiro no hubo penales, y Romero no tuvo su momento estelar. 

Boca, el movimiento popular, también cayó porque la frustración siempre es proporcional a la ilusión generada. “Boca cae, pero siempre nos volvemos a levantar”, escribió un hincha, como para arengar a toda esa población hundida en Buenos Aires, en Río y en todas partes.

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El banderazo de decenas de miles de hinchas de Boca en Copacabana, una imagen para el recuerdo.

Quedará el duelo en las tribunas, mucho más colorido y sano que la represión policial del jueves en Copacabana, o en los alrededores del Maracaná unas horas antes de que empezara la final bajo el pretexto de que había “colados sin entrada” que buscaban penetrar el perímetro de seguridad y los vallados.

Porque estos días también homologaron algo que sabemos muy bien: cada vez que los hinchas argentinos salen a otros países de la región reciben un tratamiento opuesto al que reciben en Argentina. En Brasil, la Policía Militar directamente pega y después pregunta. Como si tuviera que hacer sentir el rigor de ser visita.

Boca, el equipo, perdió de un modo mucho más digno de cómo cayó en algunos partidos durante este año por el torneo local. Estuvo

La Conmebol tendrá que revisar eso también. Porque en esos detalles también hay un condicionamiento que se proyecta o se traduce en el resultado deportivo. ¿Alguien puede discutir que Fluminense no fue local ayer? No por la cantidad de gente, casi proporcional (lo que enaltece a Boca), sino por el conocimiento que tenían sus jugadores del campo, por esa familiaridad intangible pero real. 

La hinchada del Fluminense aprovechó la localía que le otorgó la Conmebol para realizar una fiesta similar a la que ejecuta en el Maracaná los días de clásicos ante Flamengo, Vasco da Gama o Botafogo. En esa tribuna local hicieron flamear una bandera del Reino Unido, que habitualmente utiliza su barra brava, Young Flu, que reivindica el origen británico del club fundado en 1902 por Oscar Cox, hijo de un diplomático de Londres.

Esa barra, la Young Flu, fue la que emboscó a centenares de hinchas de Boca el jueves en la playa de Copacabana. Ayer preparó una gran fiesta con 20 mil banderitas tricolores. Pero en el medio de la hinchada pusieron no la ya conocida Union Jack de Fluminense, con los colores verde y blanco, sino la original británica.

Del otro lado, la hinchada devolvió esa provocación con el maradoniano “Y ya lo ve, y ya lo ve, el que no salta es un inglés”. Las Malvinas siempre en el horizonte. Porque es fútbol, pero también mucho más que eso.

 

La sexta final perdida

No hubo séptima Copa Libertadores, pero sí hubo una sexta final perdida. Con la de ayer en el Maracaná contra Fluminense, Boca alcanzó ese número a lo largo de la historia. 

La primera vez que cayó en el partido decisivo del torneo continental fue en 1963, contra el Santos de Pelé. La segunda fue ante Olimpia en 1979, con el aliciente de que había ganado por duplicado en 1977 y 1978. 

Después de eso hubo un período de sequías hasta que llegó el Boca de Carlos Bianchi, que le dio en tres años –entre 2000 y 2003– tres Libertadores. Pudieron ser cuatro si no hubiera perdido ante Once Caldas en 2004, acaso una final que parecía la más fácil del ciclo por el rival que le había tocado.

En 2012 tocó perder contra Corinthians con Julio César Falcioni en el banco de suplentes. Y, en 2018, la más recordada–y también la más dolorosa– contra River en Madrid, con Guillermo Barros Schelotto como DT. Ésta ante Fluminense fue la sexta. Y la cuarta vez que el rival levanta el trofeo por primera vez con Boca del otro lado del campo: porque Olimpia, Once Caldas, Corinthians y ahora Fluminense, no sabían lo que era ganar la Libertadores hasta ese momento.