Volvemos sobre Fantasmática del cuerpo. Cartas 1964-1974, de Lygia Clark y Hélio Oiticica. El 1° de febrero de 1964 Oiticica critica a un pintor italiano, hoy algo olvidado, llamado Emilio Vedova, un aceptable expresionista que llegó a trabajar con Luigi Nono en la escenografía de Intolerancia 60: “¡Es flojísimo! Y encima lo presenta Argan, que me parece cada vez más literario y menos crítico”. Argan, por supuesto, es Giulio Carlo Argan, tal vez uno de los más grandes críticos e historiadores de arte europeo, además de político (llegó a ser alcalde de Roma a mediados de los 70). De una erudición inabarcable, tal vez la arquitectura, pensada como fenómeno estético, fue el tema más recurrente en su obra, donde esa erudición derrama hacia lo que hoy llamaríamos estudios culturales.
Pues, me llamó la atención esa mención y recordé que, en una biblioteca que suelo frecuentar los miércoles y viernes, hay varios libros de Argan, en especial Walter Gropius y la Bauhaus (Gustavo Gilli, Barcelona, 1983, traducción de Abdulio Giudici. Al pasar, como anécdota, veo que en la primera página está escrito el precio que se pagó por el libro, seguramente en esos años: 19 Australes…). Walter Gropius… es un texto de carácter monográfico, que sin embargo, está lleno de topos literarios, de esos que parecen molestar a Oiticica: “Gropius fue un hombre de la primera posguerra (…) su racionalismo, su positivismo, hasta su optimismo al diseñar programas de reconstrucción social brillan sobre el fondo oscuro de la derrota alemana y de la angustia de posguerra. Su fe en un porvenir mejor del mundo esconde un escepticismo profundo”. Pero más allá de este tono, el libro es un impecable análisis, por un lado, histórico de la Bauhaus, y por el otro de los presupuestos estéticos y filosóficos de Gropius, la escuela e incluso hasta de la arquitectura moderna. Para Argan, con Gropius “estamos en el umbral del expresionismo arquitectónico (…) en la línea se busca la sustancia primera, la pura y suprema idealidad de la forma”. Pero también: “La racionalidad que Gropius desarrolla en los procesos formales del arte es afín a la dialéctica de la filosofía fenomenológica (sobre todo la de Husserl), a la cual está de hecho históricamente ligada (…) en su obra, el rigor lógico alcanza evidencia formal: deviene arquitectura como condición directa de la existencia humana”.
Es decir que Argan piensa a Gropius y a la arquitectura moderna en el cruce, en diálogo con las vanguardias estéticas y con la filosofía de la época. Pocos ensayistas como Argan son capaces de reflexionar en esos términos. En la actualidad, pienso en Dentro de la niebla. Arquitectura, arte y tecnología contemporáneos, de Guilherme Wisnik, y también en las páginas que hace años le dedicaba Babelia, en España, al debate arquitectónico contemporáneo, hojas que fueron suspendidas por razones que no son muy difíciles de imaginar. Se podría agregar también que la desafección de un pensamiento estético sobre la arquitectura acompaña una desafección previa, la de la propia arquitectura, que desde hace años parece haber renunciado a cualquier tipo de proyecto estético crítico sobre el habitar. Una parte muy mayoritaria de la arquitectura que se construye expresa sobre todo un punto de vista ideológico (el del mercado en clave neoliberal) antes que cualquier otra preocupación.