CULTURA
LIBROS EN BANDEJA II

El dueño de las melodías otoñales

Uno de los enigmas más agridulces del universo del rock es la figura del cantautor melancólico Nick Drake, fallecido prematuramente por una sobredosis de antidepresivos. Futuro trunco en vida y una leyenda el día después. “Recuerdos de un instante” es la resolución implacable de un misterio que envuelve su ausencia temprana. El “libro gordo” de Nick Drake –editado en castellano por Malpaso en 2014– implica casi quinientas páginas, fotos inéditas, letras traducidas al castellano, fragmentos de sus diarios, la correspondencia que mantuvo con sus padres, testimonios de familiares y antiguos amigos, además de análisis de su música y un largo etcétera.

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Drake. Las canciones de Nick Drake están esculpidas en preciosas e injuriosas melodías, casi arrebatadas de una melancolía espectral. | cedoc

Recuerdos de un instante es mucho más que un libro alrededor de la obra y los milagros de Nick Drake, el cantautor británico que entre 1969 y 1972 registró tres discos que le forjaron la etiqueta de artista de culto, con grandes valores del rock como Robert Smith (The Cure), Tom Verlaine (Television), Mark Eitzel (American Music Club) y Elliott Smith, entre tantos, que lo acuñaron como referente.

En verdad, el texto es la resolución implacable de un misterio que envuelve la ausencia temprana de este chansonnier. El “libro gordo” de Nick Drake –editado en castellano por Malpaso en 2014, con traducción de Luis Murillo Fort– implica casi quinientas páginas, fotos inéditas, letras traducidas al castellano, fragmentos de sus diarios, la correspondencia que mantuvo con sus padres, testimonios de familiares y antiguos amigos, además de análisis de su música y un largo etcétera.

Sin embargo, lo primordial es que condensa muchas de las respuestas que toda persona fanática y entusiasta del hacedor de gemas como River Man se hiciera a partir de su deceso, el 25 de noviembre de 1974. Tenía solo prematuros veintiséis años cuando una sobredosis de antidepresivos disparó una leyenda que no ha dejado de provocar descendencia. 

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Un año atrás se editó The Endless Colored Ways. The Songs Of Nick Drake (Chrysalis/Popstock!), un compilado de veintitrés de las canciones más amadas de Nick, en versiones firmadas por artistas como Philip Selway (Radiohead), John Parish & Aldous Harding, Fontaines D.C., Ben Harper y John Grant, entre otros.

Y en estos días, el escritor español Miguel Ángel Oeste publicó una nueva novela, Perro negro (Tusquets), donde más que revivir la historia trágica de este antihéroe del folk, trata de reparar algunas cuestiones que han quedado en el aire y que se siguen rumiando. Para esto se sirve de una serie de personajes obsesionados por alguien que se ha vuelto un mito. Con todo lo que ello involucra.

En un punto, Recuerdos de un instante es una fuente apabullante. Gabrielle Drake –hermana del cantautor– y Cally Collomon –albacea de la obra de Nick– han acopiado una monumental e inédita suma de material para moldear los días y la obra del autor de un álbum único como Pink Moon (1972). 

Un poco más de veinte años atrás, el documental A Skin Too Few: The Days of Nick Drake (2002), dirigido por el neerlandés Jeroen Berkvens y que contaba con el aporte de los cimientos de este libro –su hermana Gabrielle; su madre, Molly; su padre, Rodney, y su productor, Joe Boyd, entre otros–, escarbó en muchos de los aspectos que este texto ahonda. Es que Recuerdos de un instante bordea las múltiples teorías de cómo alguien que lo tenía todo a su favor, en menos de que cante un gallo, se transformó en un ícono (muerto).

Y asimismo rodea ciertas incongruencias. En el contexto en que Nick Drake desarrolla su trayectoria, con el final del Flower Power con el festival de Woodstock en 1969 y la irrupción de un rock más estridente y palaciego –desde la emergencia y consolidación de Black Sabbath, Led Zeppelin y Deep Purple, sumado al arribo del rock progresivo y el sinfónico, con más firuletes que sensibilidad en juego–, ¿cómo alguien cuyas canciones otoñales y melancólicas distaban de ser masivas, ambicionó un reconocimiento de una estrella del mainstream?

En tanto, vamos cotejando la imposibilidad de aceptar las reglas de la industria –Nick fue muy arisco a tocar en vivo: en el libro se catalogan los únicos veintisiete conciertos que ofreció– y la incapacidad de asumir su falta de éxito. Seguimos así el pasaje de ser un joven inquieto pero un poco reservado, al joven resignado y abúlico de los últimos días. Eso traslucen las remembranzas que se suceden en Recuerdos de un instante.

Una canción como Fruit Tree –que se encuentra en su álbum debut, Five Leaves Left (Island Records, 1969), grabado cuando él tenía veinte años– es una candorosa como repulsiva denuncia de un porvenir inconcluso. Vivir con la certeza de que será imposible no tallar un árbol que solo dará frutos agrios, cruel ironía que el título remarca. La paradoja, entonces, como móvil para enquistar el presente con el futuro y presagiar la sabiduría amarga de alguien que ya observó sin preámbulos la frontera que separa el éxito del fracaso.

Si los únicos lazos de Nick Drake estaban regulados por la intangibilidad de las canciones y su soberanía residual –la esperanza depositada en el suceso comercial–, ¿a qué ilusiones poderosas se aferró para medir su compromiso con la vida frente a esa respuesta pobre que comenzó a jaquear la confianza sedimentada en el arte de la canción, tal vez su única atadura al continuum de la realidad? El poeta peruano César Vallejo escribió un siglo atrás: “Hasta cuándo estaremos esperando lo que no se nos debe”. ¿Cuáles serán los Nick de la actualidad, esos que se creen merecedores de una aceptación otra y son ninguneados por el altar del éxito? 

Pese a estas conjeturas, Nick Drake nos legó unas canciones colmadas de belleza y resplandores. Una belleza agridulce si la medimos con el paso del tiempo y la circunstancia letal que impone su muerte. Más allá de algunas letras puntuales, esas canciones están esculpidas en preciosas e injuriosas melodías, casi arrebatadas de una melancolía espectral. ¿Por qué nos seduce escuchar canciones absueltas por su halo de muerte, cuando en verdad sostenemos una airada lucha por sobrevivir a cualquier precio? 

La lápida de Nick Drake contiene como epitafio una frase de la letra de From the Morning (“Now we rise/ And we are everywhere”), la última canción de su último álbum. La última letra del último disco, Pink Moon. Un último deseo ante el último escollo: “Ahora nos elevamos/ Y estamos en todas partes”. La magia siniestra de los detectives no florecerá en esta aproximación al magma del misterio. Que fluya el deseo de dejarlo partir, como ese diente de león que se eleva por los campos sin otro destino que regalarnos su dicha fugaz.