CULTURA
Aniversario

Francisco Luis Bernárdez: el poeta católico

Se cumplen hoy 120 años del nacimiento del poeta que ayudó a renovar la literatura argentina en las primeras décadas del siglo XX.

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Francisco Luis Bernárdez (Buenos Aires, 5 de octubre, 1900 - Buenos Aires, 24 de octubre de 1978). | Cedoc Perfil

Hace ciento veinte años, en la ciudad de Buenos Aires nacía Francisco Luis Bernárdez, el poeta que ayudó a renovar la literatura argentina en las primeras décadas del siglo XX y que luego cultivó la alianza entre escritura y fe católica. En 1920, Bernárdez viajó a la tierra de sus padres españoles, donde vivió cuatro años y conoció en persona a los poetas modernistas, entre ellos a los hermanos Machado (Antonio y Manuel), Tomás Morales y Juan Ramón Jiménez. Además de trabajar como periodista, publicó sus tres primeros libros bajo la influencia de los principios vanguardistas: Orto (1922), Bazar (1922) y Kindergarten (1924). Tiempo después, a la hora de un balance personal, los consideraría prescindibles. 

De regreso a la Argentina, integró el grupo Martín Fierro, colaboró en las revistas Martín Fierro y Proa en las Letras y en las Artes y trabó amistad con Jorge Luis Borges al que, años después y como secretario de la Biblioteca Miguel Cané, haría ingresar en la función pública con el cargo de auxiliar catalogador. En 1925 publicó Alcántara, y desde entonces fue considerado uno de los autores más representativos de la “nueva poesía” en el país. Hacia fines de la década de 1920, cuando el auge de la vanguardia había quedado atrás, Bernárdez y otros autores como Leopoldo Marechal, Ricardo Molinari y Ernesto Palacio se acercaron al grupo de intelectuales de los Cursos de Cultura Católica y, luego, a Convivio, espacio de encuentro de artistas de vanguardia y católicos al que concurrieron, entre otros, Ignacio Anzoátegui, Borges y Norah Lange, Pedro Figari y Xul Solar, Rafael Jijena Sánchez y Jacobo Fijman. En 1929, con Marechal, fundó y dirigió el único número de la revista Libra, que se puede consultar online en el Archivo Histórico de Revistas Argentinas (www.ahira.com.ar). 

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Como columnista y poeta, empezó a colaborar en las revistas católicas Criterio y Sol y Luna. Devoto de las obras de san Juan de la Cruz y de fray Luis de León, Bernárdez ensayó una obra que, sin ser mística, tuvo como núcleo la experiencia de la espiritualidad. El buque, de 1935, está expresamente dedicado a los Cursos de Cultura Católica y fue escrito, a la manera de san Juan de la Cruz, en liras (estrofa de cinco versos que combina heptasílabos y endecasílabos). “Siento que se me pide,/ con una voz obscura pero pura,/ que yo no dilapide/ mi riqueza futura/ yendo de criatura en criatura” ,se lee al inicio de esta obra publicada por el sello Sur y que recibió el Primer Premio Municipal de Poesía. Para Borges, aunque criticaba su didactismo, ese libro justificaba “con esplendor” la fama del autor. “Hay estrofas de Bernárdez, por ejemplo, que son la versificación de argumentos escolásticos”, escribió el autor de El hacedor. Años después Bernárdez daría conocer cuatro grandes libros: Cielo de tierra (1937), el célebre (y atípico en su producción, al tratarse de un libro de poesía amorosa) La ciudad sin Laura (1938), Poemas elementales (1942) y Poemas de carne y hueso (1943). 

Argentino y gallego, clásico y vanguardista, Francisco Luis Bernárdez profesó el ultraísmo en sus primeros libros pero encontró su voz propia e inconfundible en obras posteriores como Cielo de tierra, La ciudad sin Laura y Poemas de carne y hueso –dice la escritora e investigadora María Rosa Lojo-. Escribió en castellano y en la lengua de sus abuelos ourensanos, que defendió en su ‘Discurso encol do idioma galego’, de 1953. Estampó su firma asidua en la prensa de Vigo y en la porteña. Junto con sus coetáneos Borges y Marechal, fue un flâneur de los arrabales de Buenos Aires, así como había sido un adolescente retornado a la aldea de Maside”. 

El poeta era el hermano mayor de la traductora Aurora Bernárdez, primera esposa y luego albacea de Julio Cortázar. “Con ella representó brillantemente la faceta artística e intelectual de la inmigración galaica, tan importante como poco visible bajo el lastre de los estereotipos. Volvió con originalidad al soneto y también creó una métrica particular: el verso de veintidós sílabas en el que escribió La ciudad sin Laura, quizás el más difundido de sus poemarios. Amor humano, amor místico, gravedad y profunda transparencia marcan los temas y los tonos de su poesía”, agrega la autora de Todos éramos hijos. Con el auspicio de la Conselleria Cultural de la Xunta de Galicia, la Diputación de Orense, la Real Academia Galega y la Academia Argentina de Letras, entre otras instituciones, se presentó en 2015 el volumen Francisco Luis Bernárdez: Poeta de fe, leal a Galicia, al cuidado de Luis González Tosar, poeta y presidente del Centro PEN Galicia.

Un poema de Bertolt Brecha

Así comienza La ciudad sin Laura, poema de cuarenta versos de 22 sílabas donde se fusionan el amor a la mujer amada y a la ciudad: “En la ciudad callada y sola mi voz despierta una profunda resonancia./ Mientras la noche va creciendo pronuncio un nombre y este nombre me acompaña./ La soledad es poderosa pero sucumbe ante mi voz enamorada./ No puede haber nada tan fuerte como una voz cuando esa voz es la del alma./ En el sonido con que suena siento el sonido de una música lejana./ Y en la energía remota que la mueve siento el calor de una remota llamarada./ Porque mi voz es una vaga reminiscencia de la música sin causa./ Porque mi amor es una chispa de aquella hoguera que eterniza lo que abrasa./ Para poblar este desierto me basta y sobra con decir una palabra./ El dulce nombre que pronuncio para poblar este desierto es el de Laura”. 

En 1944, Bernárdez fue designado director general de Cultura Intelectual en una flamante Subsecretaría Nacional de Cultura y entre 1944 y 1950 se desempeñó como director general de las bibliotecas públicas de la ciudad de Buenos Aires. En 1945, por El ruiseñor, recibió el Premio Nacional de Literatura y cinco años después, en 1950, ingresó a la Academia Argentina de Letras como académico de número. Luego del golpe de Estado de 1955, fue designado embajador en una ciudad a la que conocía bien desde la juventud, Madrid. Allí permaneció hasta 1960. Sus últimos libros, La copa de agua, de 1963, y Mundo de las Españas, de 1967, reúnen ensayos y reflexiones. En el primero desarrolló una suerte de “estética teológica” que postula la equivalencia entre la sed de belleza y la sed de Dios. Murió en Buenos Aires, a los 78 años, en 1978.

Dos sonetos de Francisco Luis Bernárdez
 

La palabra
 

En cada ser, en cada cosa, en cada
palpitación, en cada voz que siento
espero que me sea revelada
esa palabra de que estoy sediento.

Aguardo a que la diga el firmamento,
pero su boca inmensa está callada;
la busco por el mar y por el viento,
pero el viento y el mar no dicen nada.

Hasta los picos de los ruiseñores
y las puertas cerradas de las flores
me niegan lo que quiero conocer.

Sólo en mi corazón oigo un sonido
que acaso tenga un vago parecido
con lo que esa palabra puede ser.

 

Silencio

No digas nada, no preguntes nada.
Cuando quieras hablar, quédate mudo:
que un silencio sin fin sea tu escudo
y al mismo tiempo tu perfecta espada.

No llames si la puerta está cerrada,
no llores si el dolor es más agudo,
no cantes si el camino es menos rudo,
no interrogues sino con la mirada.

Y en la calma profunda y transparente
que poco a poco y silenciosamente
inundará tu pecho de este modo,

sentirás el latido enamorado
con que tu corazón recuperado
te irá diciendo todo, todo, todo.