CULTURA
César Vallejo cronista

La mirada de Nosotros

Autor de algunos de los poemas en español más célebres del siglo pasado, César Vallejo convertido en cronista permite entender la prehistoria del género de moda, en el que los escritores latinoamericanos dieron forma a una visión propia, sin atender a los relatos de europeos, durante siglos los únicos que textualizaron el continente.

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Visiones. Con el periodismo moderno, la crónica fue el género donde los escritores latinoamericanos plasmaron su visión del mundo, retratando lugares, acontecimientos y personajes. | Cedoc Perfil
En París no había nada que saliera de lo normal. Las personas tenían piernas para caminar. La lluvia caía desde el cielo. Los árboles, en los bulevares, se deshojaban en el otoño. La ciudad que simbolizaba la cultura y el progreso moderno, envuelta en leyendas por “literatos culpables y ramplones”, no deslumbraba en lo más mínimo a César Vallejo. El gran poeta peruano no la recorría como turista sino como testigo de incógnito y, sobre todo, como escritor de crónicas.
En la práctica del género, mirar significa conocer. Pero ese aprendizaje existe en la medida en que se escribe, ya que, como enseñó José Martí, “decirlo es verlo”, y en el caso de Vallejo (Santiago de Chuco, Perú, 1892-París, 1938) transcurrió a través de las crónicas y los artículos que escribió a lo largo de su vida para diarios y revistas de su país, desde Europa. Una experiencia del mundo, que publica Editorial Excursiones, presenta una antología de esos textos, que constituyen la parte menos conocida de su obra, con selección y prólogo de Carlos Battilana.

La edición de las crónicas de Vallejo agrega un capítulo relevante a la historia del género en América Latina. Como en el caso de Rubén Darío y los poetas modernistas, se trata de textos escritos para la prensa que fueron subestimados por la crítica especializada. Pero además se proyectan en un ámbito más amplio. La visita al salón de automóvil de París, el seguimiento de un resonante proceso criminal y el análisis del esnobismo como forma encubridora de la xenofobia, entre otras observaciones, muestran las notas dominantes en el carnet de un viajero que se siente incómodo y al que fastidian las imposturas de la vida social y la vanguardia artística. “En una línea que puede articularse ideológicamente con José Carlos Mariátegui –dice el compilador–, Vallejo propone la autonomía latinoamericana y reconoce los mecanismos de la dependencia en Occidente en el plano económico y cultural”. Una mirada nueva sobre el mundo y el propio continente.

Las versiones de América. Los viajeros y conquistadores españoles, primero, y los comerciantes y científicos ingleses y franceses después, contaron América a través de relatos donde la fábula y la imaginación se mezclaron con la experiencia concreta del mundo nuevo. Con el periodismo moderno, la crónica fue el género donde los escritores latinoamericanos dieron forma a una mirada propia, que descubrió los problemas del propio continente y al mismo tiempo puso en la mira los fenómenos artísticos y sociales y los procesos políticos que atravesaban EE.UU. y los países europeos.

Pero el rótulo de crónica reúne textos muy distintos, advierte Darío Jaramillo Agudelo, poeta y narrador colombiano, compilador de Antología de crónica latinoamericana actual. “Los antiguos cronistas de Indias no se parecen ni en la mentalidad, ni en el estilo, ni en lo que intentan conseguir con lo que escriben a cualquiera de los cronistas que han circulado por el continente durante los últimos cincuenta años. Hay elementos comunes entre un extremo y otro, sin duda; así como los hay entre las crónicas de Martí, o Darío, o Vallejo, con lo que hoy escriben por ejemplo Juan Villoro o Leila Guerriero”, dice Jaramillo Agudelo.
“No creo que sea casual que el modernismo latinoamericano se dé en las mismas décadas en que se independizan las últimas colonias españolas –observa el escritor español Jorge Carrión, compilador de la antología Mejor que ficción y especialista en la crónica de viaje–. Esa lucha política, histórica, es paralela a la culminación de un largo proceso de emancipación de la literatura poscolonial. Por primera vez, y es un aviso contundente, la literatura que escriben los autores de América Latina en español es tan importante o más que la de sus contemporáneos españoles”.

Si las cartas de relación de los conquistadores presentaron el continente desconocido con términos y expresiones que les eran ajenos, los cronistas latinoamericanos articularon una tensión entre el mundo del que provenían y el que tenían frente a sus ojos. Más que mediadores, se sintieron con frecuencia fuera de lugar. La crítica de los valores individuales y la observación de la economía capitalista en EE.UU., a través de los textos de Martí, y el desmontaje de las representaciones imaginarias de Europa como lugar de civilización, en Darío y Vallejo, implica así un segundo descubrimiento, el de la propia cultura. El cuestionamiento a “la juventud intelectual del nuevo continente” por la sujeción a los valores europeos y su parasitismo respecto de las vanguardias es central en Una experiencia del mundo, comenzando por Borges y su “fervor bonaerense que es tan falso y epidérmico como lo es el americanismo de Gabriela Mistral”.
En la misma línea, Vallejo se muestra poco complaciente con el surrealismo –en un texto a propósito del folleto Un cadáver, dirigido contra André Breton a raíz de una ruptura en el grupo– y con las modas intelectuales, a través de observaciones irónicas sobre Jean Cocteau, Paul Morand y otros escritores. Contra la fascinación superficial por la cultura francesa, toma nota de la indiferencia parisina hacia América, y subraya la ausencia de la economía y el orden social en las causas con que un médico de prestigio pretende explicar la alienación cotidiana.

Por dinero. Matías Rivas, escritor y director de publicaciones de Ediciones Universidad Diego Portales, de Chile, agrega otro aspecto. “Las crónicas de Martí, Darío y Vallejo obedecen a la necesidad de ganarse la vida y fueron escritas para ser publicadas de inmediato como breves ensayos contingentes –dice–. No tienen la intención de ser periodismo, sino de reflexionar sobre el presente tomando en cuenta el pasado y las lecturas y los intereses de cada uno. En ese sentido la crónica moderna latinoamericana tiene su origen en otra parte, un lugar raro, improbable, quizá en otra lengua”.
Martí y Vallejo, agrega el editor chileno, “instalaron el ensayo en la prensa”. Pero la innovación estilística no puede disociarse de las condiciones materiales: “La relación con el medio determina el espacio e implica encargos, filiaciones y vínculos políticos que el cronista tiene que enfrentar. Los cronistas trabajan para alguien que les paga. Hay una tensión con el poder que no puede eludirse”.

Martí pudo experimentar esa tensión en tanto corresponsal del diario La Nación. Si quería “hacer los artículos de diario como si fueran libros”, trabajar la construcción y el ritmo de sus frases y plantear una mirada crítica de la modernización capitalista, sus editores le pedían notas de color, más concisión y menos críticas a los Estados Unidos. “Lo pintoresco aligerará lo grave; y lo literario alegrará lo político”, prometió el escritor cubano en una carta al director del diario, Bartolomé Mitre y Vedia.
Entre otras crónicas de Una experiencia del mundo, “Sobre el proletariado literario” expone la situación del cronista en el mercado periodístico. Los diarios, dice Vallejo, no están necesariamente interesados en la calidad literaria de los artículos y el ejemplo de Baudelaire –quien “se propuso hacer pequeños poemas en prosa para ganarse la vida, y pereció de hambre”– se opone al de otros escritores que complacen las demandas del mercado. “Estilo y dinero son elementos en juego –dice al respecto Carlos Battilana–. Los cronistas modernistas obtienen más dinero que los meros redactores porque ponen en escena un saber estético al que transforman en bien de mercado y por el que obtienen un mejor pago”.

De una tradición a otra. Los antiguos cronistas de Indias, los modernistas y los actuales son “más desemejantes que parecidos”, sostiene Jaramillo Agudelo. Pero hay una línea de continuidad: “Una cierta voluntad de contar lo que están observando, un sentido mucho más creativo de la prosa que la mera respuesta al qué-quién-cómo-cuándo de la más cruda reportería actual y la inmersión en el tema, la atención a los seres que no son noticia, en los antípodas de la prisa del reportero caza-noticias”.
Jaramillo Agudelo no advierte “una manera particularmente americana de mirar”, desde que “la tentación de referirse a aquello que es distinto de lo de cada uno puede ser una característica de los libros de viajes de todos los viajeros, sin distinguir procedencia”. En cambio, para Carrión se produce una inversión decisiva: “Durante siglos han sido los europeos los que han textualizado América y en el XIX se formalizará la tradición contraria. Después de Sarmiento, un cronista y viajero portentoso, las miradas de Darío, Martí, Arlt, Vallejo o Neruda sobre este continente son interesantísimas. Pero todavía lo son más las formas que inventan para dar cuenta del Viejo Mundo. Formas híbridas de periodismo y poesía, de documento y música”.

En su ensayo La invención de la crónica, fundamental para la revaloración de los textos periodísticos de los poetas modernistas, Susana Rotker subrayó la desarticulación de las clasificaciones convencionales que producían esos textos y el lugar inestable del género. “La crónica es un género que permite alternar ideas con anécdotas, relatos con testimonios y citas –dice Matías Rivas–. Es un género espurio, del yo y de la actualidad fugaz. Entonces, transgrede las fronteras que imponen los géneros literarios y el periodismo”.
Carrión agrega las fronteras morales y políticas. “El modernismo es la mezcla feliz de la tradición simbolista francesa y de Walt Whitman, de Darío en París y de Martí en Nueva York, saltándose España –argumenta–. La crónica de Martí sobre Whitman es muy iluminadora. Uno se puede cantar a sí mismo para cantar a los otros: eso contraviene la forma predominante de entender la crónica. Es el camino hacia Pedro Lemebel o Gabriela Wiener”.

Por su parte, si bien reconoce que el género permite “tener una voz con la que delatarse y especular, y eso explica que los cronistas sean a veces escritores, agitadores o personajes en fuga que escriben por necesidad”, para Rivas no hay nada peor que un autor pagado de sí mismo: “No alabarse es una máxima porque fastidia al lector. Saber desprestigiarse con elegancia o crueldad es un arte que sólo los mejores cronistas practican, así como otros son genuinos maestros en descuerar a sus amigos y enemigos”. En ese horizonte, la voz de César Vallejo llega con la potencia intacta a través de sus crónicas, sostenida por la impronta militante, los juicios categóricos y la conciencia de escribir contra los valores que vaciaban de sentido las palabras.