No hay parte del cuerpo más esbelta que una pantorrilla esbelta. La pantorrilla esbelta tiene forma de gota invertida, una gota que ha engordado apenas lo suficiente como para separarse de la superficie donde se formó y que está pronta a caer por la gravedad de su peso. Así como separa al muslo del pie, la pantorrilla debe estar a mitad de camino entre lo musculoso y lo fláccido, lo duro y lo blando. Una pantorrilla hipertrofiada, estilo fisicoculturista, exagera la dualidad del músculo gastrocnemio (más conocido como “gemelos”). Una pantorrilla lisa y amorfa impide del todo la manifestación de la silueta bífida. La pantorrilla que estoy imaginando es la que a un tiempo exhibe y esconde el peculiar contorno doble de este músculo. Esta oscilación, en la que se cifra su elegancia, se produce dado que sus atributos se revelan solo en el movimiento. Solo en el caminar, en el andar en bicicleta, subir escaleras, o cuando el individuo (hombre, mujer, da igual; la pantorrilla ideal es unisex) se pone en puntas de pie se realzan las bondades ovaladas de la cabeza lateral, que es la parte carnosa del músculo, y se exalta la cabeza medial, la parte interior. En reposo, sin embargo, la pantorrilla esbelta reprime pudorosa la ostentación de sus redondeces.
Confieso (y disculpen la indiscreción) que me he ocupado con tesón y a lo largo de muchos años de tonificar mis gastrocnemios. Cuando vivía en Roma, una tarde en que volvía de trotar por Villa Ada, la madre de mi novia me vio en pantalones cortos y exclamó Polpacci di calciatore! (pantorrillas de futbolista). Me di por hecho. Los futbolistas, es sabido, tienen las pantorrillas más esbeltas entre todos los atletas. Y si bien están obligados a enfundarlas en medias que permiten que las canilleras reglamentarias se mantengan firmes, cuando se lesionan, o en ese tiempo muerto antes de la definición por penales, los ayudantes de campo las desnudan y las soban en forma violenta y sensual; entonces podemos verlas firmes y aceitadas, a la vez blandas y musculosas, con esa elegancia turgente que las caracteriza.
De entre las artes visuales, ninguna se ocupó con tanto cuidado de la pantorrilla como la escultura. Podríamos pasarnos el día elogiando la perfección de los gemelos del David de Miguel Ángel, la sutileza fibrosa de los del Apolo de Bernini, o el pío rigor anatómico de los del Cristo crucificado de Donatello. Menos atención ha recibido la estatua de Braccio di Bartolo, más conocido como el enano Morgante, una de las sabandijas de palacio que malvivían en la corte de Cosimo I de Medici. La figura, grotesca y obesa, es obra de Valerio Cioli y domina la Fontana del Bacchino en los Jardines de Bobboli. Sus pantorrillas rechonchas cuelgan sobre el caparazón de una tortuga gigante y sin solución de continuidad se transforman en sus pies, como si el enano no tuviera tobillos. Hay un cuadro de Bronzino en el que Morgante aparece desnudo de espaldas y podemos apreciar en detalle sus robustas pantorrillas, cortas y musculosas, a un tiempo firmes y flexionadas; la derecha, contraída resaltando los gemelos, la izquierda relajada haciendo de soporte del cuerpo.
En Sobre la formación artificial de pigmeos (s. XVII), el médico bohemio Wenceslao Dobrzensky de Nigroponte cuenta la historia de un hombre en Italia que, cada vez que su mujer daba a luz, untaba la espalda, la parte posterior de la rodilla por donde pasa el músculo plantar y los gemelos del neonato con un ungüento hecho a base de grasa de lirón, de topo y de murciélago. El macabro mejunje secaba la médula y endurecía las articulaciones de las piernas interrumpiendo el crecimiento del infante y convirtiéndolo efectivamente en un enano que luego era utilizado por sus padres para pedir limosna. La anécdota, que Dobrzensky de Nigroponte desestima, es una prefiguración fantasiosa de prácticas de teratogenia (la producción artificial de seres monstruosos) que están a la base de la ingeniería genética moderna. Un buen ejemplo de teratogenia contemporánea es el tratamiento que recibió Lionel Messi en su adolescencia para combatir una rara deficiencia en la hormona de crecimiento (GHD) que causa enanismo pituitario. A base de inyecciones diarias, el joven rosarino creció los centímetros que le faltaban para poder ser un astro del fútbol.
Refiere Francisco Cornejo, el hombre que afirma haber “descubierto” a Maradona, que la epifanía que cambiaría la historia del fútbol tuvo lugar una tarde de marzo de 1969 en el Parque Saavedra. Diego Armando Maradona tenía 8 años de edad y había ido con un amigo a probarse en las divisiones inferiores de Argentinos Juniors, los Cebollitas. Cornejo lo vio hacer cosas con la pelota que nunca había visto ni imaginado que fuesen posibles, y se dijo a sí mismo: “No puede tener 8 años, es un enano.” Maradona llegó a medir 1.65 m; gracias al costoso tratamiento hormonal, Messi alcanzó 1.70m; ambos cómodamente por encima del límite del enanismo que es menos de 1.47m. Según algunos, el secreto del genio de ambos está en la combinación de baja estatura, pies relativamente pequeños y extremidades bien proporcionadas. Mientras que los muslos marmóreos de Maradona han hecho las delicias de muchos fotógrafos, las fotos de sus pantorrillas desnudas durante los años dorados escasean. Así y todo, las medias amarillas del Boca Juniors, o las azzurre del Napoli, dejan entrever formas bellas bien torneadas y gemelos fantásticos. Hay, eso sí, fotos más recientes de sus pantorrillas, de cuando en el contexto de su derrotero cubano, el 10 se tatuó, en la cara exterior de un gastrocnemio izquierdo gordo y tumefacto, el semblante afelpado de Fidel Castro.