Curioso. En los siglos XVIII y XIX, cuando las damas porteñas eran –sobre todas las cosas- el principal ornamento de una casa, usaban la cabeza como centro de operaciones para la conquista del espacio que las rodeaba. Ojo: no se trataba de elucubrar estrategias para resistir o doblegar las varias formas de dominación a las que se veían sometidas. Era más bien cuestión de usar la moda para subrayarlas.
Al menos así se pueder ver en “Necesidad y Ostentación II. Vestimenta y accesorios femeninos (1780-1920)”, la muestra que inauguró este mediodía en el Museo Histórico Cornelio Saavedra (Crisólogo Larralde 6309, Ciudad de Buenos Aires).
Las chicas de la elite se valieron primero de los peinetones. En la década de 1830, se adosaban a la cabeza bellísimas moles de carey labrado que llegaban a medir 90 centímetros de largo. Y después, incluso hasta entrado el siglo XX, portaban capelinas con penachos colgantes hechos con plumas “lloronas” (porque, igual que las quejas lacrimosas, resultaban molestas incluso para quien osara pararse a menos de medio metro de distancia).
El asunto era que con esos accesorios monumentales le decían al mundo que no necesitan hacer nada. Cuanto más aparatoso era el artefacto, más altura social (e incapacidad física) les otorgaba.
Incluso cuando los roles de la mujer han cambiado tanto, semejante forma de la extravagancia no ha quedado del todo en el pasado. De allí derivan, por ejemplo, los vestidos de novia con metros de cola bordada.
La exposición incluye vestiditos de corte princesa del 1800 (entre ellos uno de muselina, étereo, que usó María de los Remedios Escalada de San Martín), capas de terciopelo, mantones de Manila, medias bordadas con strass, sombrillas con encajé chantilly (negras, para el luto), bolsos bordados con canutillos de plata y zapatos de brocato de seda. Se puede recorrer de martes a viernes de 9 a 18 y sábados, domingos y feriados de 10 a 20, hasta el 3 de diciembre. Una visita de lujo, para comprobar que la moda siempre fue la menos impugnada de las tiranías.