Boca juega la Liga Profesional como quien camina por la calle pensando en cómo llegar a fin de mes, o cómo pagar ese gasto imprevisto que surgió en la semana: la heladera rota, el lavarropas que dejó de funcionar. Boca –este Boca de Jorge Almirón, que anoche volvió a perder en la Bombonera, esta vez contra Estudiantes– participa de la Liga, pero ya no le importa: solo piensa en la Copa Libertadores. El torneo local solo sirve para ensayar, o para distraer, o para recibir los insultos y los enojos de hinchas que ya empiezan a mostrar un nivel de fastidio superior al de todos estos años.
Anoche, luego de que Mauro Boselli dibujara una tijera perfecta que rompió la abulia que había dominado el partido, la Bombonera mostró sus dientes afilados: chiflidos cuando la tocaban algunos jugadores como Facundo Roncaglia, frustración y murmullos ante cada pase mal dado o centro desaprovechado.
Boca perdió los últimos tres partidos como local en la Bombonera: contra Instituto, Colón y anoche contra Estudiantes. No sucedía algo así desde la década del 70. Es lógico que la furia de la gente se respire en las tribunas.
Después de haber ganado en 2022 Copa + Liga, la libido está en la Copa que el club no gana desde 2007, cuando Juan Román Riquelme, hoy vicepresidente y probable candidato a fin de año, se convirtió en el emblema del equipo que dirigía Miguel Ángel Russo. Todo indica que será difícil otra vez. Que si los brasileños se distanciaron mucho estos años, el nivel de este Boca agranda esa desventaja. Le tocó un grupo relativamente sencillo, pero en la Copa, nada es previsible.
Almirón puso anoche un equipo suplente, entonces cualquier análisis táctico o del juego es relativo. Indudablemente, fue un equipo más audaz, con una vocación ofensiva que no tenía en los últimos meses. Es una característica propia de este entrenador: sus equipos por lo general atacan, aunque a veces eso lo convierte en un desmadre, como le pasó en San Lorenzo o Independiente.
Del otro lado, Estudiantes, otro Estudiantes con respecto al de las primeras fechas que dirigía Abel Balbo, aportó lo suyo para que el partido no tuviera demasiadas jugadas cerca de los arcos. Fue in crescendo: al final, cuando el cansancio se acumulaba y los cambios en el local ya estaban hechos, avanzó sobre el terreno local. La más clara fue un tiro libre de Zuqui que rozó el travesaño, pero controló la pelota y montó su juego mucho más cerca del arco que defendía Chiquito Romero. Esas fueron las condiciones de posibilidad para que Zuqui midiera un centro exquisito y Boselli hiciera un golazo de tijera. El delantero del Pincha no lo gritó por su pasado xeneize, pero sintió –él también– como la Bombonera, lejos de latir o temblar, se enfureció.