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carlos tevez

Cuando la solución es un problema

Tras sus “vacaciones” en China, no encaja en un Boca que funcionaba a la perfección. El dilema de su titularidad y de como Guillermo debe gestionar su final.

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CARA LARGA. Tevez no protagonizó ninguna jugada de peligro el miércoles por la noche, en Mendoza. Todo un síntoma de su presente. | telam

Guillermo Barros Schelotto vio amenazado su ecosistema cuando Daniel Angelici repatrió a Carlos Tevez. No es que el entrenador menosprecie el talento del ex Juventus, sino que sabía que sumar a Carlitos significaba resquebrar la armonía que había conseguido Boca. Durante el último semestre, Boca fue la panacea. Puntero crónico, venció a River en el Monumental. Al equipo le bastaba con salir a la cancha para causar estupor en los rivales. Ganaba los partidos con la eficacia de un sicario soviético: aunque no brillaba, ganaba, siempre ganaba. Boca no necesitó a Tevez para conquistar el último título. Consiguió un funcionamiento aceitado sin él. Armó un medio campo de ensueño y una delantera temible. Todo era alegría hasta que volvió Tevez. Tevez obligó a los Mellizos a tocar el libreto. Y los Mellizos lo tocaron.

Guillermo sabe lo difícil que es correr a un ídolo de la titularidad. El lo vivió en sus huesos: en 2005, Rodrigo Palacio hacía una dupla fenomenal con Martín Palermo. Alfio Basile, en ese entonces técnico de Boca, debía tomar una decisión difícil: aguantar a su joya en el banco de suplentes para respetar la historia de Guillermo o sentar al héroe de la tribuna y darle vuelo al chico cuya categoría iba en un ascenso furioso. Basile optó por Palacio, y Guillermo, descartado, se convirtió en una fiera indomable: “Estoy triste por no jugar”, decía. Gestionar la caída de un campeón que no acepta su ocaso es uno de los desafíos más complejos para un entrenador. Jorge Valdano lo vivió en el Real Madrid. Fue el DT que sacó a Jorge Butragueño para darle minutos a un chico desconocido llamado Raúl. Las críticas le llovieron. El explicó el drama con la poética que lo caracteriza: “¿Quién era un tal Raúl, por ejemplo, para quitarle a Butragueño la camiseta del Madrid, los titulares de los periódicos y un lugar en el corazón de la gente? Fácil, Raúl era el tiempo, que volvía a ganar a su manera”. Boca no cuenta con un Raúl, pero tiene –o tenía– un funcionamiento sólido de mitad de cancha hacia adelante, un conjunto de hombres que ganaban siguiendo la partitura impuesta por el cuerpo técnico. Nahitan Nández, Wilmar Barrios, Pablo Pérez, Fernando Gago, Cristian Pavón, Darío Benedetto y Edwin Cardona. Si están sanos, no hay espacio para Tevez. Ellos son lo que fue Raúl para Butragueño. Ellos son el tiempo acabado de Tevez.

La actuación en modo chino de Tevez en Mendoza no fue noticia. ¿O alguien podía esperar otra cosa de un futbolista de 34 años que, según él mismo explicó, estuvo “siete meses de vacaciones” en China, donde ni siquiera fue determinante para su equipo en una liga mediocre? Sólo él con su lengua filosa –y el ejército de periodistas que lo custodia– logró que Jorge Sampaoli se refiriera a la posibilidad de llevarlo al Mundial de Rusia. Sampaoli no piensa en Tevez. Le sobran futbolistas en ataque. Prefiere citar a un chico como Lautaro Martínez antes de convocar a un veterano marchitándose. “No se la voy a hacer fácil”, advirtió Carlitos apenas llegó a Buenos Aires, semanas antes de arrastrarse por el Malvinas Argentinas, de ser devorado por Jonatan Maidana y Javier Pinola, de dejar vacío el centro del área, el lugar donde lo pone Guillermo. Tevez es un salvaje adentro de la cancha: se mueve por donde quiere, y se enoja con sus compañeros cuando los pases que envía –erráticos, en muchos casos– no llegan a destino. Guillermo ve la situación. Ve a Pavón tirándole centros a nadie, a Cardona buscando pases sin destino. Ve el área a merced de los marcadores rivales. Ve esta versión inofensiva de Tevez. Y no hace nada. Si el planteo no funciona, puede sacar a Leonardo Jara, como lo hizo el último miércoles. Pero no a Tevez. Tevez es sagrado. ¿Por qué Guillermo, tan firme para mantener a Wanchope Abila lejos de su consideración, no es capaz de imponer la misma regla con Tevez? ¿Acaso tendrá la valentía de volver al estado inicial cuando Benedetto y Gago estén en condiciones?

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Por su estilo de juego, Guillermo requiere un conquistador del área: un goleador capaz de terminar las jugadas. Lo tiene en Benedetto, lo tiene en Abila, incluso lo tiene en Bou. Tevez es –o era– otra cosa: un socio ideal para un atacante de raza. Para que se sienta cómodo –o vuelva a marcar cierta diferencia–, Guillermo tendrá que construir un equipo alrededor de él. Si no, por el contrario, deberá confiar en lo que ya le funcionó y convivir con una estrella apagada y fastidiosa. Ese dilema probará qué clase de entrenador es Guillermo: si uno firme y convencido, o un hombre sometido a los caprichos de la figura que no pidió.