DOMINGO
De cadete a empresario compulsivo

Lázaro siempre está

El dueño, que se reeditará esta semana, puede leerse como una biografía no autorizada, como una investigación estructural sobre la corrupción en la era K o como un ensayo político para comprender lo que le pasó a la Argentina durante los últimos años. En esta oportunidad, un fragmento del capítulo “Lázaro”, donde se aportan pruebas sobre los estrechos vínculos del ex presidente Néstor Kirchner con los negocios de Báez.

Amigo. Con Néstor, a quien lo unió una amistad cercana desde los inicios de la  política. Su grupo emplea a más de 4 mil personas.
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La adivinanza se escucha desde hace tiempo en los cafés del centro de Río Gallegos, provincia de Santa Cruz.

—¿Cómo hace un hombre maduro, casado, con hijos y sin ningún don especial para transformarse en millonario a toda velocidad?
—Sólo hay tres posibilidades: se gana la lotería, recibe una herencia inesperada o se hace amigo de Lupo.

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A Lázaro Antonio Báez, quienes lo conocieron antes de su encuentro interesado con Kirchner lo ubican en la tercera categoría.

La ex militante del Frente para la Victoria Santacruceña (FVS) Alejandra Pinto puede dar fe de su vertiginoso crecimiento patrimonial.

Todavía lo recuerda a principios de la década de los 90, callado, con veinte kilos menos que ahora, con bigotes y ropa gastada por el uso, manejando un Ford Falcon modelo ’72 y no en excelente estado.

Lázaro nació en la provincia de Corrientes el 1º de febrero de 1956. Llegó a Santa Cruz a los 6 años, cuando su padre, peronista, tuvo que salir de su provincia natal corrido por el golpe contra el presidente Arturo Frondizi.

Su primer trabajo fue como cadete en el Banco Nación de la provincia, en 1980. Usaba el pelo corto como un suboficial del Ejército. En 1984 se casó con Norma Beatriz Calismonte, una preceptora que trabajaba en la escuela pública.

Ese mismo año se compró, a crédito, su primera y humilde casita en el 499, un barrio social levantado por el Instituto de Desarrollo Urbano y Vivienda (IDUV) detrás del cementerio y el Barrio 366.

Su segundo trabajo fue como cajero del Banco de Santa Cruz, en 1985.

En 1987, Lázaro todavía andaba dando vueltas y Kirchner ya había ganado la intendencia de Río Gallegos por apenas 110 votos. Tuvieron que sumarlos seis veces.

—Cada vez que los contaban, Néstor se desmayaba –recordó Pinto, porque justamente estaba ahí.

En 1989 Lázaro se acercó al Ateneo Juan Domingo Perón, la unidad básica más importante del Frente para la Victoria.

En 1990 le ofreció a Kirchner una lista con los clientes más poderosos del Banco de Santa Cruz. Incluía el estado financiero y el movimiento de cada una de las cuentas. A partir de ese momento se ganó la confianza de Lupo y no la perdió más. A fines de 1991 asumió como adscripto a la gerencia del banco (...).

El infierno grande del pueblo chico hizo cada vez más ostensible que Lázaro no vivía de su sueldo de adscripto a la gerencia del Banco de Santa Cruz.

Los cambios de auto de él y la compra de uno nuevo para Beatriz fueron sólo el principio. Las sucesivas mudanzas confirmaron la sospecha.

En 1995 dejaron su humilde casita del Barrio 499 para mudarse al barrio Fodepro, más cerca del cementerio. De allí ascendieron otro escalón social y se trasladaron al centro de la ciudad. Más precisamente a la calle Villarino 140.

—A esa altura, todos en Gallegos sabíamos de dónde sacaba el dinero el adscripto a la gerencia –recordó Pinto.

Años más tarde, Báez cumplió el sueño de la chacra propia. Sin embargo, no se detuvo:

—Empezó a transformarse en un comprador compulsivo. Desde una carnicería hasta las 180 mil hectáreas de campo que todavía no terminó de pagar –informó un agente inmobiliario que compite con la inmobiliaria de Máximo Kirchner.
—Es, sin duda, uno de los empresarios más poderosos de Santa Cruz –confirmó Daniel Gatti, autor de una biografía de Kirchner y otra de Lázaro.

Actualmente, Lázaro Antonio Báez da trabajo a más de cuatro mil personas y posee o domina varias empresas (...).

Entre los motivos graves por los que decidió dimitir Acevedo también se debe citar a Báez.

—Quisieron que le adelantara a una empresa de Lázaro treinta millones de pesos de una obra que había licitado el Estado nacional. Me vinieron a apretar tres altos funcionarios desde Buenos Aires. La situación era insostenible –recordó el ex gobernador, frente a dos amigos, en el bar cercano a su departamento de Buenos Aires, donde casi siempre toma café con muy poca leche (...).

El hotel Las Dunas es una de las últimas adquisiciones de Lázaro en El Calafate. Modesto, de no más de tres estrellas, Las Dunas tiene apenas 12 habitaciones y habría sido comprado por dos millones de pesos. Hasta mayo de 2009 estaba entre los más baratos de la zona turística. Una doble costaba 150 pesos la noche y la triple no llegaba a 200 pesos. La tarifa incluye desayuno americano, wi-fi y el uso de una pequeña flota de vehículos para trasladar a los pasajeros al centro y el aeropuerto.

Las Dunas no tendría nada de particular si no sirviera para demostrar, una vez más, que Lázaro y Néstor suelen trabajar con los mismos profesionales. En este caso se trata del escribano Ricardo Albornoz, quien se ocupa de la explotación de la hostería.
Albornoz también se ocupa de “vender” los servicios de La Usina, un comedor de campo ubicado a cuarenta kilómetros de El Calafate y a treinta del glaciar Perito Moreno.

La Usina, como no podía ser de otra manera, es otra de las propiedades del señor Báez (...).

La verdad es que, hasta no hace mucho, la AFIP había puesto a Báez en la mira.

Fue cuando todavía no había sido copada por incondicionales a Kirchner, y sus investigadores más serios probaron que tres de sus constructoras, Gotti, Austral y Badial, entre otras, habían usado facturas apócrifas por más de 500 millones de pesos.

Se trataba de facturas emitidas por empresas fantasma y utilizadas por las compañías de Lázaro para evadir el impuesto al valor agregado (IVA).

—Además de la evasión, suponemos que las facturas truchas también fueron usadas para disimular las coimas que habrían pagado a funcionarios, como agradecimiento por la cesión de alguna obra pública –contó al autor de este libro uno de los impulsores de la compleja investigación.

La búsqueda del delito se inició en 2004, cuando Alberto Abad, entonces número uno de la AFIP, ordenó a sus muchachos que enviaran a la Justicia penal todas las denuncias contra las empresas que habían emitido facturas truchas.
Abad, que nunca había sido pingüino, dejó las firmas vinculadas a Kirchner patas para arriba.

—Una vez que las girás a la Justicia, no hay padrino político que pueda salvarte –explicó uno de los cuadros que participaron de las inspecciones.

El 17 de agosto de 2007, el subdirector de Investigaciones de la Dirección General Impositiva (DGI), Jaime Mecikovsky, concluyó la compleja investigación de tres años. Sus hombres, provenientes de 14 direcciones regionales, analizaron 5.700 facturas de cien proveedores distintos.

La conclusión fue lapidaria: entre 2003 y 2007 los reyes de la obra pública habían evadido 500 millones de pesos.

Y de ese total, la primera en el ranking era nada menos que Gotti SA. La empresa de Lázaro había usado facturas truchas por 130 millones de pesos. Y había dejado de pagar IVA por más de 22 millones de pesos.

Mecikovsky denunció además que no sólo Gotti, sino también Austral y Badial habían emitido facturas apócrifas.

Además detectó que las empresas fantasma eran las mismas que aparecían dando trabajos en servicios inexistentes a Skanska, la constructora sueca del escándalo. Es decir, servicios que habrían encubierto pagos de coimas a funcionarios del gobierno de Kirchner.

Los nombres de las empresas fantasma son: Constructora La Nueva Argentina, Berniers y Wikan Obras y Servicios.

En junio de 2008, cuando la investigación avanzaba con prisa y sin pausa, Néstor Kirchner le pidió al entonces número uno de la AFIP, Claudio Moroni, la cabeza de todos los cuadros de la DGI que habían impulsado la denuncia de las empresas de sus amigos.
Esto no es un invento del autor de este libro. Tampoco una interpretación antojadiza. Lo saben los verdugos y no lo ignoran las víctimas.

—Nos limpiaron uno por uno, con una precisión quirúrgica asombrosa –aceptaron dos de los desplazados.

Primero fueron por la cabeza de Norman Ariel Williams, a cargo de la regional Comodoro, encargado de investigar a los evasores de Santa Cruz, la zona atlántica de Chubut y Tierra del Fuego. Su pecado: inspeccionar en el terreno a las constructoras K como si no tuvieran protección política.

A Williams lo reemplazaron por Héctor Sartal, hasta entonces supervisor interino de la División Fiscalización de la Dirección Regional de Palermo.

Sartal es un incondicional de Ricardo Echegaray y del ex presidente. Es el mismo que en abril de 2009 concurrió al despacho del contador de Kirchner para “compatibilizar” su declaración jurada con la de Báez, Rudy Ulloa y otros.

El desplazamiento de Williams causó un fuerte impacto en toda “la línea técnica” de la AFIP. Y su reemplazo por Sartal fue la confirmación de que no era más eficiencia lo que estaban buscando. De hecho, aunque tenía la obligación técnica de hacerlo, Mecikovsky no firmó su designación.

Después, en julio, fueron directamente por la cabeza de Mecikovsky. Para pedírsela a su superior directo, el titular de la DGI, Horacio Castagnola, el argumento de Moroni fue:

—No pueden quedarse un minuto más. Desde arriba me dicen que Mecikovsky simpatiza con Elisa Carrió.

Castagnola, otro profesional idóneo y con más de treinta años en “la casa”, intentó defender a su subordinado:

—Yo jamás le pregunto a nadie por quién va a votar. Además, Jaime es uno de mis mejores cuadros.

Pero Moroni insistió:

—Me lo piden de arriba. No hay margen para que se quede.

Así, Castagnola comprendió que en cuestión de horas irían también por él. Lo confirmó cuando Moroni le pidió que abandonara su puesto hasta que las cosas se calmaran. Ahora Castagnola es el director ejecutivo del Instituto de Estudios Tributarios, Aduaneros y de la Seguridad Social de la AFIP.

En noviembre de 2008 se hizo público que la causa de las facturas truchas de Gotti, Austral, Badial y Casino Club, de Cristóbal López, había ingresado a la Justicia federal penal. Pero un mes después el Gobierno anunció la Ley de Blanqueo, cuyo efecto, entre otros, era evitar que quienes evadían impuestos y emitían facturas truchas fueran a la cárcel con el simple trámite de pagar lo que les correspondía.

Un poco antes, el 23 de agosto de 2008, los técnicos de la AFIP habían descubierto una nueva maniobra de Gotti SA cuyo objetivo inequívoco era eludir al fisco.

La empresa adjudicada a Lázaro había presentado un cambio de domicilio de Caleta Olivia a la localidad de Avellaneda, provincia de Buenos Aires. Caleta se encuentra a sesenta kilómetros de Comodoro Rivadavia, la central desde donde seguían inspeccionándola.

Pero los contadores de Gotti mudaron su domicilio fiscal a Mariano Acosta 135, piso 1º, departamento B, manzana 8, código postal 1870.

—Lo hicieron para dificultar la investigación. Porque saben que los inspectores que tenían a la empresa bajo sospecha no pueden viajar. Y porque pretendieron esconderse entre los miles de grandes contribuyentes que hay en la provincia de Buenos Aires –explicó un subdirector que conoce muy bien su oficio.

Lo mismo pretendió hacer Austral Construcciones: mudar el domicilio fiscal de Río Gallegos a la Capital Federal para esconder al elefante de la denuncia entre una manada de elefantes denunciados. Es que Lázaro no sólo es socio y amigo de Néstor. También comparte algunas de sus más cuestionables decisiones. En efecto, así como Kirchner, a pesar de su fortuna, no renunció a la pensión graciable de ex presidente, Lázaro tampoco resignó, hasta que se hizo público, el cobro de los tres mil pesos mensuales que venía percibiendo desde 1998 como empleado público adscripto a la Secretaría General del Gobierno de Santa Cruz.

Se podrá decir que a Néstor la pensión le corresponde por ley, y que Báez debería devolver los salarios cobrados, porque se beneficiaba como proveedor de obras públicas. Lo que no se podrá negar es que ninguno de los dos necesita semejante ayudita del Estado.

El Diccionario de la Real Academia Española define la avaricia como el afán desordenado de poseer riquezas para atesorarlas. Lázaro y Néstor son dos buenos ejemplos de ese pecado capital.