En Yo fui K el lector encontrará, alternativamente, dos voces. Una, la de los más importantes protagonistas de los gobiernos kirchneristas, entrevistados entre noviembre de 2012 y diciembre de 2013: cuatro ex ministros, un ex embajador, un ex gobernador y un legislador que en primera persona evocan y explican cómo apoyaron, ayudaron a consolidar y se comprometieron con las políticas de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, y luego, por distintos motivos y contextos, decidieron bajarse. La otra voz es la de un operador político que narra cómo el kirchnerismo se construyó, mutó y se reinventó sumando y descartando nombres desde el lanzamiento presidencial de Néstor, en 2000, hasta 2014, tras casi 11 años en el poder.
Esta otra voz es la de un personaje creado a partir del testimonio de todas las fuentes consultadas y con los datos que surgieron de la investigación. (...)
Roberto Lavagna
Yo había tenido propuestas muy fuertes en 2003 para que fuera candidato a presidente, que empezaron dentro de la CGT; después se sumaron algunos gobernadores y sectores empresariales, alguna gente de la política, como Alfonsín, y demás. Pero la verdad es que no se dio, 50% por culpa de Duhalde y 50% por culpa mía. De parte de Duhalde porque él sostuvo que “bueno, sí, me gustaría, pero la tradición del peronismo es que sean gobernadores”, una cosa por el estilo, y de parte mía porque la verdad es que nunca se me había pasado por la cabeza. Y entonces llegó la propuesta de acompañar a Kirchner en la fórmula. Gracias a los famosos fondos de Santa Cruz, Kirchner no era de los gobernadores que venían a Buenos Aires a pedir plata. Creo que él y la gente de Neuquén eran los únicos que no venían, así que no lo conocía. Me convocó a una reunión en su departamento, en la calle Montevideo. Estaban él y Cristina, que intervino muy poco. Y en el momento de la propuesta, ella se fue. No le contesté nada en seguida. Es más elegante hacerlo así. Y al día siguiente le dije que no, porque no lo conocía. Después de la experiencia de Chacho Alvarez y el impacto que eso había tenido, yo sostenía que un vicepresidente no podía volver a renunciar en la Argentina. Aceptar la propuesta implicaba comprometer cuatro años de mi vida, y no estaba dispuesto a hacerlo si no estaba seguro de para dónde íbamos.
En la reunión tuvimos comentarios de orden general sobre el tema derechos humanos, sobre la continuidad de la política económica, pero hay que conocer más a la gente para saber si el mensaje tiene algo de credibilidad o no. Pregunté a algunos amigos que conocían a Kirchner, y en general las referencias no fueron buenas; cosas que después se fueron dando a nivel del gobierno nacional, de poco diálogo, poca búsqueda de consensos...
Pasaron unos días y llegó la propuesta de continuar siendo ministro de Economía. El estaba estancado en 8 puntos; cuando designó a Daniel Scioli como compañero de fórmula, subió 4 puntos y quedó nuevamente estancado en 12. Así que los 10 puntos restantes se los puso el Ministerio de Economía, que fue el único cargo que se anunció antes de las elecciones, un hecho bastante insólito porque fue la primera vez en la historia argentina que un ministro de Economía continuó tras un cambio institucional. Luego del anuncio pegó el estirón hasta los 22, lo cual creó en el trato posterior una situación especial que no tuvo ningún otro ministro.
En relación con el plan económico, la cosa fue simple; más o menos lo habíamos hablado el día en que me propuso la vicepresidencia: continuidad absoluta. Así que lo que hubo fue simplemente una redistribución de funciones, que algunos diarios interpretaron como que me sacaban responsabilidades, pero en realidad las propuse yo: retomé el Ministerio de la Producción, que durante la campaña, por compromisos políticos que tenía Duhalde, lo separamos por muy poco tiempo, y propuse que Energía y Comunicaciones, que estaban en el Ministerio de Economía, fueran a Obras Públicas, que era lo más lógico. Y así funcionó, con el mismo equipo con el que venía trabajando. El único cambio que hubo fue la salida de Jorge Sarghini de la Secretaría de Hacienda porque lo habían elegido diputado.
Como no había reuniones de Gabinete, los encuentros con Kirchner fueron siempre bilaterales; alguna vez llamó a alguien por algún tema específico, a De Vido o Alberto Fernández, pero eran excepcionales. Lo habitual siempre fueron las reuniones a solas. Y para ser preciso, a diferencia de Duhalde, que ni siquiera preguntaba porque estaba en la cosa política, con una agenda política muy cargada, Néstor sí preguntaba.
Néstor preguntaba y uno hablaba. Pero nunca se metió en la conducción. Las dos grandes cuestiones, y una más chica, en las que tuvimos disidencias fueron la política energética y la posición en relación con el desorden en las calles, por un lado, y luego su discurso en la ESMA, cuando ordenó bajar el cuadro de Videla y dijo que en veinte años de democracia no se había hecho nada en relación con ese tema.
En materia energética yo le dije que su idea conducía al desastre. Un solo dato: cuando al productor nacional de gas se le pagan 2,60 dólares y a Bolivia se le paga entre 7 y 11 dólares el millón de BTU, tarde o temprano llegamos a lo que sucedió a fines de 2012, que ya no le comprábamos a Bolivia sino a Qatar y a 18 dólares. Néstor veía el día a día, no veía a más largo plazo. Por lo menos en cuestiones de gobierno.
Yo hablaba mucho con él de relaciones internacionales, y él veía el impacto inmediato y el impacto mediático.
Donde tenía una visión un poco más extensa era en el manejo de la política partidaria; ahí sí miraba un poquito más lejos. Pero en general se concentraba en el corto plazo. Y el tema de la energía fue ríspido porque había otros actores que metían leña. Y la respuesta de Kirchner siempre era: “Bueno, esperá, después cambiamos; esperá, todavía hay tiempo”. Y sí, efectivamente, al principio había margen, pero el margen no dura toda la vida. Por eso la Argentina pasó de ser un país exportador de petróleo y energía en general a tener que pagar en 2012 una factura anual de 11 mil millones de dólares.
El segundo tema en el que tuve diferencias fue mucho más privado entre él y yo. Buenos Aires era un caos permanente, con cortes de rutas por todos lados. Yo le argumentaba que, si bien daba la sensación de que el Gobierno no manejaba las cosas, eso tiene efectos económicos muy concretos: pérdidas de productividad muy grandes no sólo para el empresario sino, y sobre todo, para el trabajador. Pero él tenía la postura de “represión no, represión no”, como si no hubiese cosas intermedias. Estaba muy marcado por el tema de Kosteki y Santillán.
Y después no tuvimos más diferencias, hasta el día en que todo terminó. Me dijo: “Mirá, hasta ahora había casi un cogobierno por el origen de todo esto, pero ahora la elección la gané yo solo, porque vos no interviniste”. Y era cierto, yo no intervine en la provincia de Buenos Aires, que era la central, no intervine con aviso porque cuando Cristina dijo lo de El Padrino, en referencia a Duhalde, yo dije: “Acá yo manejo la política económica, sigo tratando de que esto vaya bien, pero no participo de ningún acto de campaña porque eso es una indignidad y yo no voy a cometer una indignidad”.
Porque Duhalde era un tipo que había hecho un gran esfuerzo; entregó un gobierno ordenado, una economía en crecimiento, y yo no podía suscribir lo que decía Cristina.
De todos modos, el momento en el que me doy cuenta de que ya no podía seguir siendo parte del Gobierno tiene una fecha precisa: la Cumbre de Presidentes en Mar del Plata, el 4 y 5 de diciembre de 2005. Habían pasado algunas semanas de la elección y se cometieron todos los errores posibles, errores inútiles, prepotencia, insultos a todos: a Bush, a Vicente Fox, maltrato a Lula, a Eduardo Lagos, una cosa absolutamente insólita. Yo tenía la impresión de que después de la elección de octubre él iba a cambiar varias de las acciones que veníamos siguiendo, pero tampoco era cuestión de errar el diagnóstico sino de quedarse y tener una prueba. Y la prueba llegó con la Cumbre de Mar del Plata. Después de eso vino el mensaje: “El ministro que va al Coloquio de IDEA (el encuentro anual organizado por el Instituto para el Desarrollo Empresarial de la Argentina, que reúne a unas 440 de las empresas más grandes del país) tiene que renunciar”. Y yo fui a IDEA, de modo que el lunes, al regreso, me dijo: “Quiero cambiar la política”. La relación con Néstor fue siempre muy correcta, y ese día también. El tenía el derecho, el presidente de la Nación tiene derecho a elegir sus ministros. Además, yo sentía que no había margen para discutir. Igual no renuncié, lo que puse es: “A pedido suyo en la amable reunión que tuvimos esta mañana, pongo a su disposición el cargo”. Así que hablé con él por teléfono por un tema del Fondo Monetario y después no hablamos más hasta que me llamó a los pocos días de que había asumido Cristina, en un intento de volver a incorporarme al Gobierno. Tuvimos dos reuniones en Olivos, dos días seguidos, y el segundo día me dijo:
—Bueno, está claro que en la campaña yo no podía dejar que nadie ligado al justicialismo quedara muy bien posicionado, ¿no?
—Sí.
—No te quejás, ¿no?
—¿Me quejé?
—No.
—Vos sacaste el tema, yo no me quejé...
Y nos reímos, pero ésa era su manera de funcionar. Es decir: no hubo ofrecimiento formal, hubo una exploración.
Tras la conversación del primer día le dejé un papel en el que si bien no fijaba condiciones, decía lo que yo creía que había que hacer. Claro, no sólo no eran las cosas que se venían haciendo sino que tampoco eran las que estaban dispuestos a hacer. Tuvimos la segunda reunión, que tuvo más que ver con el partido, donde ahí sí me ofreció estar en la conducción.
—¿Vos te bancás tener dentro del justicialismo un sector minoritario que pueda disentir?
—¿Por qué?
—Porque vos vas a seguir insistiendo en tu política y en lo que dijiste, y yo voy a seguir más o menos insistiendo con la gente que me acompaña en lo que dije durante la campaña...
—...
—¿Te vas a bancar un funcionamiento donde una minoría disienta?
—Y... no.
Eso fue en febrero, y después, en abril, cuando él asumió efectivamente en el partido, me volvió a llamar para preguntarme si me incorporaba y le dije que no. Para esa época, ya era él quien tomaba las decisiones sobre el rumbo de la economía. Kirchner asumió con un margen de votos escaso, había sido segundo, no era una situación realmente sólida. Para eso tuvo que confirmar un equipo que no era el suyo, pero con un país que estaba en plena recuperación.
Y hubo aliados. El sector sindical apoyaba porque se venía creando empleo y se venía blanqueando empleo en negro de manera importante. Lingeri, Moyano y Rueda fueron un triunvirato que jugó a favor.
La industria en general también porque, obviamente, con un dólar entre 1,90 y 1,98 como estaba en términos reales, la competitividad que había alcanzado el sector era muy grande no solamente para exportar, sino en nuestro propio mercado.
Además, Néstor hizo algunas aperturas que tenían que ver con los derechos humanos y algunos grupos de piqueteros a los cuales, bueno... para desarmar el despelote de todos los días era plata, plata, plata, tratando de cubrir eso con un argumento de tipo ideológico.
El que más en contra estaba era el sistema financiero, que ya estaba en contra antes de Kirchner: bancos, bolsas, seguros, todo el sistema financiero fue el que más sufrió porque además era el que había ganado groseramente durante la convertibilidad. Con la convertibilidad habían perdido la industria, el agro, y después fue a la inversa: el agro anduvo muy bien y en realidad fue el que empezó la reactivación económica.
Y en 2006, cuando él se hizo cargo de las cosas, tenía un margen infinito. Cuando yo terminé en el Ministerio de Economía, la soja valía entre 214 y 220 dólares la tonelada y se vendían apenas 70 millones de toneladas.
Y a partir de ahí, la soja subió a 500, 550, 600 dólares la tonelada, y se exportaban 95 millones de toneladas. Entonces Kirchner se encontró en un punto de partida muy cómodo para manejar él solo las cosas. Y además, a partir de 2007 la soja le puso un adicional que le permitió tirar.
Cuando nosotros salimos del Gobierno había 4,5 puntos de superávit fiscal, que en valores de hoy son 15 mil millones de dólares anuales de superávit; había un superávit en la caja en dólares, en la cuenta corriente del balance de pagos de 11 mil millones de dólares; había un tipo de cambio de 1,90 que le daba a la economía argentina una competitividad fenomenal; había estabilidad de precios y había una muy fuerte corriente de inversión y creación de empleo, con importante reducción de la pobreza.
Pero el superávit fiscal dejó de ser superávit y pasó a déficit en 2009; el superávit en el balance de pagos pasó a déficit en 2011; al dólar se lo fue comiendo la inflación, la pobreza volvió a los mismos 9 millones de personas donde estaba a mediados de 2006; no hubo inversión; hubo fuga de capitales, inflación... Los buenos resultados de la primera etapa los fue gastando a lo largo del tiempo, y en algún momento empezó a tomar otras cajas, como las AFJP, más allá de que yo también era partidario de la estatización, aunque hecha de otra manera.
De hecho, hay discursos o comentarios míos muy duros con las AFJP: llegué a decir que eran unos inútiles que estaban malgastando la plata de los jubilados. Pero no lo hicimos antes por dos razones: primero porque teníamos que cerrar la reestructuración de la deuda y asegurarnos de que las AFJP entraran voluntariamente al canje. Si eran estatales no contaban para el cálculo de porcentaje de cuántos habían aceptado porque es el mismo Estado, pero si eran privadas e ingresaban, ese dato entraba. Y eso ocurrió así, a los diez minutos de abierto el canje de deuda había ingresado todo el paquete de las AFJP, lo cual puso en marcha un movimiento importante.
Después, cuando terminamos en julio, ahí Kirchner, con criterio político que yo compartí, dijo: “Mirá, antes de las elecciones de octubre no. ¿Por qué vamos a meter este tema si las cosas están muy bien? ¿Para qué vamos a meter este tema de conflicto? Esperemos hasta después de las elecciones”. Luego vino el cambio de equipo y demás, pero era una cosa que se hubiera hecho en la primera mitad de 2006 pero con un esquema distinto, de cuentas individuales manejadas por el Banco Nación.
De modo que los grandes errores no fueron sólo de Cristina.(...)